Entiéndase “actualizada”: hecha
presente, resonando de nuevo, con la fuerza y el poder del Espíritu Santo,
hablando a los corazones, interpelando las conciencias, reclamando
asentimiento, esperando respuesta.
En
la liturgia se actualiza la revelación de Dios en su Palabra porque es leída
con la luz de Cristo resucitado que es el intérprete y clave de todo: de ahí
que durante la Pascua,
el cirio pascual brille encendido junto al ambón o que la liturgia de la Palabra tenga un orden:
primero el AT, luego el NT y su luz al final leyendo el Evangelio, de pie,
enmarcado con el Aleluya. Se toman las Sagradas Escrituras, que son veneradas,
y resuenan para la Iglesia
en un diálogo esponsal de Cristo con su Esposa. El Espíritu Santo hace vivas y
actuales estas Palabras:
“Para que la palabra de Dios realmente produzca en los corazones
aquello que se escucha con los oídos, se requiere la acción del Espíritu Santo,
por cuya inspiración y ayuda, la palabra de Dios se convierte en el fundamento
de la acción litúrgica y en norma y ayuda de toda la vida.
Así pues, la actuación del Espíritu Santo no sólo precede, acompaña y
sigue a toda la acción litúrgica, sino que también sugiere al corazón de cada
uno todo aquello que, en la proclamación de la palabra de Dios, ha sido dicho
para toda la comunidad de los fieles” (OLM 9).
Y
el Espíritu, en el silencio sagrado de la liturgia, logra la plena resonancia
en los corazones, por ejemplo, en el Oficio divino: “según la oportunidad y la
prudencia, para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los
corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la palabra de
Dios y la voz pública de la
Iglesia, es lícito dejar un espacio de silencio…” (IGLH 202).
Las
lecturas bíblicas en toda celebración litúrgica y el canto de los salmos
conforman el tejido de la liturgia. Es algo más que mera ilustración de hechos
religiosos del pasado o adoctrinamiento moral. Es momento epifánico, de
revelación: ¡Dios hablando! Todo esto se contiene en la constitución
Sacrosanctum Concilium.
1.
Desde el mismo día de Pentecostés, “la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar
el misterio pascual: leyendo cuanto a él se refiere en toda la Escritura, celebrando la Eucaristía…” (SC 6). El domingo, siendo el día del Señor, se convierte por tanto en el día de su Palabra:
la Iglesia
lee la Escritura. Pero
su acercamiento a las Escrituras no es especulativo, ni exegético, ni siquiera
moral; es un acercamiento cristológico, “leyendo cuanto a él se refiere en toda
la Escritura”,
descubriendo a Cristo anunciado en “la ley, los profetas y los salmos” (Lc
24,44), comprendiendo todas las Escrituras con la clave auténtica de interpretación
que es Jesucristo.
2.
Precisamente lo que confiere valor y eficacia a la liturgia de la Palabra, pronunciada por
Dios para su Iglesia, es la presencia de Cristo en la liturgia. El Señor se
hace presente, con una presencia real en la liturgia, con el poder de su
Espíritu. Entre las presencias de Cristo que enumera Sacrosanctum Concilium,
destaca la presencia del Señor en su
Palabra: “Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada
Escritura, es Él quien habla” (SC 7). La atención a las lecturas bíblicas no es
sino escuchar al mismo Cristo hablando, revelándose, iluminando, enseñando,
corrigiendo, exhortando y suscitando así la fe, la esperanza y la caridad, la
adhesión a su Persona y el asentimiento racional a lo que revela.
3.
Desde siempre, las Escrituras han estado presentes en la liturgia cristiana. No
sólo se han proclamado desde el ambón con solemnidad, sino que han sido el
sustrato fundamental del Oficio divino o Liturgia de las Horas con el canto de
los salmos y sus lecturas; han sido también inspiradoras y normativas para los
gestos sacramentales y para los ritos litúrgicos y también han sido la
inspiración y base de los textos litúrgicos: oraciones, prefacios, plegarias,
etc., que son modulaciones orantes y teológicas de temas bíblicos. Por eso las Escrituras se relacionan con la
liturgia de modo inseparable, sustancial, y declara la Sacrosanctum
Concilium”: “En la celebración litúrgica, la importancia de la Sagrada Escritura
es sumamente grande. Pues de ella se toman las lecturas que luego se explican
en la homilía, y los salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos
litúrgicos están penetrados de su espíritu y de ella reciben su significado las
acciones y los ritos” (SC 24). De lo cual se deduce cómo la Iglesia y cada fiel, por
tanto, debe tratar, honrar y acoger las Sagradas Escrituras: “hay que fomentar
aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada
Escritura que atestigua la venerable tradición de los ritos,
tanto orientales como occidentales” (SC 24).
4.
En la liturgia, las Sagradas Escrituras nutren las almas de los fieles,
iluminan sus mentes para que penetren aún más en el Misterio de Dios revelado
en Jesucristo. Pero esta enseñanza no es escolar o catequética, sino al modo litúrgico: en clima de oración y
escucha, acogiendo a Cristo mismo que habla: “Aunque la sagrada liturgia
sea principalmente culto de la divina Majestad, contiene también una gran
instrucción para el pueblo fiel. En efecto, en la liturgia Dios habla a su
pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con
el canto y la oración” (SC 33).
5.
Esta relación entre Escritura y liturgia conduce a unos principios de aplicación que se formulan en Sacrosanctum
Concilium y que quedan sobradamente justificados por lo visto anteriormente.
Así “en las celebraciones sagradas debe haber lecturas de la Sagrada Escritura
más abundantes, más variadas y más apropiadas” (SC 35,1). Las lecturas bíblicas
son fuente de inspiración para una predicación litúrgica desglosando las maravillas
que hizo el Señor y sus actuaciones salvadoras: “Las fuentes principales de la
predicación serán la Sagrada Escritura
y la liturgia, ya que es una proclamación de las maravillas obradas por Dios en
la historia de la salvación o misterio de Cristo, que está siempre presente y
obra en nosotros, particularmente en la celebración de la liturgia” (SC 35,2).
Un buen recurso pedagógico, en el marco de la liturgia, serán las celebraciones
de la Palabra:
“Foméntense las celebraciones sagradas de la Palabra de Dios en la víspera a las fiestas más
solemnes, en algunas ferias de Adviento y Cuaresma y los domingos y días
festivos, sobre todo en los lugares donde no haya sacerdote, en cuyo caso debe
dirigir la celebración un diácono u otro delegado por el obispo” (SC 35,4).
6.
Siendo la Eucaristía
el gran Sacramento, con el que se edifica la Iglesia (no hay Iglesia si no hay Eucaristía, ni
vida cristiana sin Eucaristía), es muy conveniente la participación activa e
interior de todos los fieles. Ésta se cifra en la unión con el Misterio de
Cristo en la Eucaristía
y, por ello, recibir la Palabra divina y dejarse
iluminar por ella es ya participación: “participan consciente, piadosa y
activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se
fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí
mismos…” (SC 48). Radica aquí el contenido de la participación litúrgica y ser
instruido por la Palabra
es modo de participar (no significa que todos tienen derecho a ejercer el
servicio de lector, sin duda).
7.
En función del “amor suave y vivo” (SC 24) hacia la Escritura, la liturgia
se ha visto enriquecida grandemente con nuevos leccionarios dominicales y
feriales, con más variedad de lecturas y salmos, para los distintos ciclos
litúrgicos y solemnidades del año. Así se realizó un mandato conciliar: “A fin
de que la mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los
fieles, ábranse con mayor amplitud los
tesoros de la Biblia,
de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes
más significativas de la
Sagrada Escritura” (SC 51). Beneficiará, para ello, la
preparación de buenos lectores para la liturgia que favorezcan la escucha y no
la entorpezcan o dificulten (por inexperiencia, por improvisación, etc.), así
como el silencio contemplativo, el canto de los salmos y una conveniente
iniciación bíblica en la catequesis.
8.
Pero la liturgia de la Palabra
no es una simple introducción o prólogo a la liturgia, que pudiera ser
prescindible o se valorase como simple catequesis didáctica. Ya veíamos cómo se
daba una presencia real de Cristo en la Palabra y Él mismo habla a su Iglesia cuando se
leen las Escrituras. Por ello, la
realización de la liturgia de la
Palabra es glorificación de Dios, es culto a Dios: “la
liturgia de la palabra y la eucarística, están tan íntimamente unidas que
constituyen un solo acto de culto” (SC 56).
Todo
esto lleva a reconocer el valor de las Escrituras para la liturgia y para la
vida de la Iglesia
y de ahí se derivan los principios de aplicación que marca esta Constitución
sobre la sagrada liturgia. Todo habla de Cristo y todo se refiere a Él en las
Escrituras. En la liturgia se actualiza, se hace presenta, resuena de nuevo la
voz del Verbo.
“En
la liturgia se advierte que los destinatarios de la Palabra divina no son
únicamente los fieles aislados, sino el pueblo de Dios congregado por el
Espíritu Santo, que se hace asamblea de oración, mediante la escucha de la Palabra. La liturgia es lugar
privilegiado donde la Palabra
de Dios suena con particular eficacia… La revalorización de la Palabra en la liturgia
(cf. SC 24) significa reconocer que la fuerza de la liturgia reside en la Palabra de Dios, alimento
de la fe (cf. DV 23; PO 4), y en la Eucaristía, fuente pura y perenne de la vida en
el Espíritu que conduce a toda la
Iglesia (DV 21; SC 10; PO 5)”[1].
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