miércoles, 26 de octubre de 2022

La revelación actualizada (SC - XVIII)



Entiéndase “actualizada”: hecha presente, resonando de nuevo, con la fuerza y el poder del Espíritu Santo, hablando a los corazones, interpelando las conciencias, reclamando asentimiento, esperando respuesta.

            En la liturgia se actualiza la revelación de Dios en su Palabra porque es leída con la luz de Cristo resucitado que es el intérprete y clave de todo: de ahí que durante la Pascua, el cirio pascual brille encendido junto al ambón o que la liturgia de la Palabra tenga un orden: primero el AT, luego el NT y su luz al final leyendo el Evangelio, de pie, enmarcado con el Aleluya. Se toman las Sagradas Escrituras, que son veneradas, y resuenan para la Iglesia en un diálogo esponsal de Cristo con su Esposa. El Espíritu Santo hace vivas y actuales estas Palabras:



“Para que la palabra de Dios realmente produzca en los corazones aquello que se escucha con los oídos, se requiere la acción del Espíritu Santo, por cuya inspiración y ayuda, la palabra de Dios se convierte en el fundamento de la acción litúrgica y en norma y ayuda de toda la vida.
Así pues, la actuación del Espíritu Santo no sólo precede, acompaña y sigue a toda la acción litúrgica, sino que también sugiere al corazón de cada uno todo aquello que, en la proclamación de la palabra de Dios, ha sido dicho para toda la comunidad de los fieles” (OLM 9).

            Y el Espíritu, en el silencio sagrado de la liturgia, logra la plena resonancia en los corazones, por ejemplo, en el Oficio divino: “según la oportunidad y la prudencia, para lograr la plena resonancia de la voz del Espíritu Santo en los corazones y para unir más estrechamente la oración personal con la palabra de Dios y la voz pública de la Iglesia, es lícito dejar un espacio de silencio…” (IGLH 202).

            Las lecturas bíblicas en toda celebración litúrgica y el canto de los salmos conforman el tejido de la liturgia. Es algo más que mera ilustración de hechos religiosos del pasado o adoctrinamiento moral. Es momento epifánico, de revelación: ¡Dios hablando! Todo esto se contiene en la constitución Sacrosanctum Concilium.


            1. Desde el mismo día de Pentecostés, “la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo cuanto a él se refiere en toda la Escritura, celebrando la Eucaristía…” (SC 6). El domingo, siendo el día del Señor, se convierte por tanto en el día de su Palabra: la Iglesia lee la Escritura. Pero su acercamiento a las Escrituras no es especulativo, ni exegético, ni siquiera moral; es un acercamiento cristológico, “leyendo cuanto a él se refiere en toda la Escritura”, descubriendo a Cristo anunciado en “la ley, los profetas y los salmos” (Lc 24,44), comprendiendo todas las Escrituras con la clave auténtica de interpretación que es Jesucristo.

            2. Precisamente lo que confiere valor y eficacia a la liturgia de la Palabra, pronunciada por Dios para su Iglesia, es la presencia de Cristo en la liturgia. El Señor se hace presente, con una presencia real en la liturgia, con el poder de su Espíritu. Entre las presencias de Cristo que enumera Sacrosanctum Concilium, destaca la presencia del Señor en su Palabra: “Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla” (SC 7). La atención a las lecturas bíblicas no es sino escuchar al mismo Cristo hablando, revelándose, iluminando, enseñando, corrigiendo, exhortando y suscitando así la fe, la esperanza y la caridad, la adhesión a su Persona y el asentimiento racional a lo que revela.

            3. Desde siempre, las Escrituras han estado presentes en la liturgia cristiana. No sólo se han proclamado desde el ambón con solemnidad, sino que han sido el sustrato fundamental del Oficio divino o Liturgia de las Horas con el canto de los salmos y sus lecturas; han sido también inspiradoras y normativas para los gestos sacramentales y para los ritos litúrgicos y también han sido la inspiración y base de los textos litúrgicos: oraciones, prefacios, plegarias, etc., que son modulaciones orantes y teológicas de temas bíblicos. Por eso las Escrituras se relacionan con la liturgia de modo inseparable, sustancial, y declara la Sacrosanctum Concilium”: “En la celebración litúrgica, la importancia de la Sagrada Escritura es sumamente grande. Pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu y de ella reciben su significado las acciones y los ritos” (SC 24). De lo cual se deduce cómo la Iglesia y cada fiel, por tanto, debe tratar, honrar y acoger las Sagradas Escrituras: “hay que fomentar aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura que atestigua la venerable tradición de los ritos, tanto orientales como occidentales” (SC 24).

            4. En la liturgia, las Sagradas Escrituras nutren las almas de los fieles, iluminan sus mentes para que penetren aún más en el Misterio de Dios revelado en Jesucristo. Pero esta enseñanza no es escolar o catequética, sino al modo litúrgico: en clima de oración y escucha, acogiendo a Cristo mismo que habla: “Aunque la sagrada liturgia sea principalmente culto de la divina Majestad, contiene también una gran instrucción para el pueblo fiel. En efecto, en la liturgia Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración” (SC 33).

            5. Esta relación entre Escritura y liturgia conduce a unos principios de aplicación que se formulan en Sacrosanctum Concilium y que quedan sobradamente justificados por lo visto anteriormente. Así “en las celebraciones sagradas debe haber lecturas de la Sagrada Escritura más abundantes, más variadas y más apropiadas” (SC 35,1). Las lecturas bíblicas son fuente de inspiración para una predicación litúrgica desglosando las maravillas que hizo el Señor y sus actuaciones salvadoras: “Las fuentes principales de la predicación serán la Sagrada Escritura y la liturgia, ya que es una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en nosotros, particularmente en la celebración de la liturgia” (SC 35,2). Un buen recurso pedagógico, en el marco de la liturgia, serán las celebraciones de la Palabra: “Foméntense las celebraciones sagradas de la Palabra de Dios en la víspera a las fiestas más solemnes, en algunas ferias de Adviento y Cuaresma y los domingos y días festivos, sobre todo en los lugares donde no haya sacerdote, en cuyo caso debe dirigir la celebración un diácono u otro delegado por el obispo” (SC 35,4).

            6. Siendo la Eucaristía el gran Sacramento, con el que se edifica la Iglesia (no hay Iglesia si no hay Eucaristía, ni vida cristiana sin Eucaristía), es muy conveniente la participación activa e interior de todos los fieles. Ésta se cifra en la unión con el Misterio de Cristo en la Eucaristía y, por ello, recibir la Palabra divina y dejarse iluminar por ella es ya participación: “participan consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos…” (SC 48). Radica aquí el contenido de la participación litúrgica y ser instruido por la Palabra es modo de participar (no significa que todos tienen derecho a ejercer el servicio de lector, sin duda).

            7. En función del “amor suave y vivo” (SC 24) hacia la Escritura, la liturgia se ha visto enriquecida grandemente con nuevos leccionarios dominicales y feriales, con más variedad de lecturas y salmos, para los distintos ciclos litúrgicos y solemnidades del año. Así se realizó un mandato conciliar: “A fin de que la mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles, ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de modo que, en un período determinado de años, se lean al pueblo las partes más significativas de la Sagrada Escritura” (SC 51). Beneficiará, para ello, la preparación de buenos lectores para la liturgia que favorezcan la escucha y no la entorpezcan o dificulten (por inexperiencia, por improvisación, etc.), así como el silencio contemplativo, el canto de los salmos y una conveniente iniciación bíblica en la catequesis.

            8. Pero la liturgia de la Palabra no es una simple introducción o prólogo a la liturgia, que pudiera ser prescindible o se valorase como simple catequesis didáctica. Ya veíamos cómo se daba una presencia real de Cristo en la Palabra y Él mismo habla a su Iglesia cuando se leen las Escrituras. Por ello, la realización de la liturgia de la Palabra es glorificación de Dios, es culto a Dios: “la liturgia de la palabra y la eucarística, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto” (SC 56).


            Todo esto lleva a reconocer el valor de las Escrituras para la liturgia y para la vida de la Iglesia y de ahí se derivan los principios de aplicación que marca esta Constitución sobre la sagrada liturgia. Todo habla de Cristo y todo se refiere a Él en las Escrituras. En la liturgia se actualiza, se hace presenta, resuena de nuevo la voz del Verbo.

            “En la liturgia se advierte que los destinatarios de la Palabra divina no son únicamente los fieles aislados, sino el pueblo de Dios congregado por el Espíritu Santo, que se hace asamblea de oración, mediante la escucha de la Palabra. La liturgia es lugar privilegiado donde la Palabra de Dios suena con particular eficacia… La revalorización de la Palabra en la liturgia (cf. SC 24) significa reconocer que la fuerza de la liturgia reside en la Palabra de Dios, alimento de la fe (cf. DV 23; PO 4), y en la Eucaristía, fuente pura y perenne de la vida en el Espíritu que conduce a toda la Iglesia (DV 21; SC 10; PO 5)”[1].



[1] LÓPEZ MARTÍN, J., La liturgia de la Iglesia, Sapientia fidei 6, Madrid 1994, 88.



No hay comentarios:

Publicar un comentario