Vayamos contemplando lo
que es la gloria para el NT desde la perspectiva del cuarto evangelio, el que
más usa este concepto, con la aportación de otros versículos del NT.
Ha llegado la hora de que
sea glorificado el Hijo del hombre. Padre, glorifica tu Nombre. Vino entonces
una voz del cielo: "Le he glorificado y de nuevo le glorificaré" (Jn 12,23b.28)
Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo,
dijo: Padre ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te
glorifique a ti. Ya que le has dado poder sobre toda carne, que dé también vida
eterna a todos los que tú le has dado. Yo te he glorificado en la tierra,
llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame
tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese
(Jn 17,1-2.4-5).
Todo tiende hacia una hora suprema y definitiva: la de la
glorificación del Hijo único del Padre, que incluso es suplicada por Jesús. "Glorifica
tu Nombre" es glorificar a Jesucristo mismo, que tiene el "Nombre-sobre-todo-nombre"
(Flp 2,5ss), el Nombre Salvador de Dios, puesto que "bajo el cielo no
se nos ha dado otro Nombre que pueda salvarnos" (Hch 4,12).
La glorificación de Jesús no es otra que su Misterio
Pascual, su cruz y resurrección en la que es elevado y atrae a todos los
hombres hacia Él; en esta clave se mueve el cuarto evangelio para presentar a
Jesús y su obra salvadora[1]. Este evangelio está
impregnado de la gloria del Señor (con conceptos y metáforas muy similares a
Ezequiel) que será manifestada plenamente en la glorificación del Hijo. De ahí
que el concepto de la "hora" invada todo el relato evangélico
como una cantinela de fondo, intrínsecamente unido al de gloria/glorificación.
Junto a la cruz de Jesús, descubrimos cómo todo se ha
cumplido puesto que ha llegado la hora de la glorificación del Hijo, su muerte
gloriosa. "Todo está cumplido". "Es la muerte misma de
Jesús la que termina su obra"[2].
Si en Caná Jesús no quiere realizar el signo que le pide su
Madre es porque "aún no ha llegado mi hora" (Jn 2,4). Comienza
ahí a cumplir la misión que el Padre le ha encomendado, dar a conocer su
Nombre. Poco a poco, al acentuarse los peligros y la persecución, la sentencia
del sanedrín y los diversos intentos de prenderlo, como un estribillo, Juan
dirá: "quisieron detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no
había llegado su hora" (Jn 7,30; 8,20...)
Jesús es plenamente
consciente de que hay una hora en la que va a ser glorificado, elevado, para
atraer a todos hacia él. Cuando se va acercando el momento, Jesús ora al Padre:
"Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Padre,
glorifica tu nombre" (Jn 12,23.28).
Su glorificación no es otra que pasar de este mundo al Padre
a través de la cruz y de la resurrección ("había llegado su hora de
pasar de este mundo al Padre" Jn 13,1b), dándole gloria al Padre. Por
eso en la oración sacerdotal, Jesús exclamará: "Padre, ha llegado la
hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti" (Jn
17,1).
La hora de Jesús, iniciada en Caná, culmina en el Calvario.
Aquí Cristo sabe que todo está cumplido; por eso, derramará el don del Espíritu.
Si Jesús ora para que llegue la hora decisiva, si sabe que todo estaba
cumplido, es que se entregó libre y voluntariamente a la muerte, y muerte de
cruz: "nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente" (Jn
10,18)[3]. Este aspecto es puesto de
relieve por la exégesis patrística, destacando la libertad y soberanía de Jesús
al entregar su vida[4].
La Pascua
es la glorificación de Jesús, y de esa forma ha glorificado al Padre. La
gloria de Dios se ha hecho presente, porque se ha visibilizado el poder de Dios
en la cruz gloriosa de Jesucristo, se ha presentado la majestad de Dios en la
muerte de Jesús y, la santidad divina, que no es otra que su amor
misericordioso, ha llegado a su plenitud ("tanto amó Dios al mundo que
entregó a su Hijo único..." Jn 3,16); por eso "el máximo motivo
de gloria [para la Iglesia]
es la cruz"[5].
La cruz es la voluntad, la
gloria de su Hijo único, el júbilo del Espíritu Santo, el ornato de los
ángeles, la seguridad de la
Iglesia, el motivo de gloriarse de Pablo, la protección de
los santos, la luz de todo el orbe[6].
"Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para
que tu Hijo te glorifique a ti" (Jn 17,1). Ciertamente
Jesús pide su propia glorificación ("para eso he venido..."),
pero no es que busque su propia gloria: "El que habla por su cuenta,
busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le ha enviado ese
es veraz" (Jn 7,18)[7], aunque su gloria sea la
misma de la del Padre: "ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y
Dios ha sido glorificado en él" (Jn 13,31). Esta gloria hace que
Jesús, el Enviado de Dios, sea más que un simple ángel (mensajero) sino que
revela, pues, su divinidad:
No es un
simple enviado de Dios: es Hijo, y viene como Hijo. Su persona de Hijo es
originaria, anterior a cualquier misión, y esta misión permanece en el triunfo
glorioso. Él no es la personificación de una misión[8].
Nice post thank you Jamie
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