jueves, 20 de octubre de 2022

Gloria del Señor, glorificación de Jesús



Vayamos contemplando lo que es la gloria para el NT desde la perspectiva del cuarto evangelio, el que más usa este concepto, con la aportación de otros versículos del NT.


Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Padre, glorifica tu Nombre. Vino entonces una voz del cielo: "Le he glorificado y de nuevo le glorificaré" (Jn 12,23b.28)



 Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: Padre ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Ya que le has dado poder sobre toda carne, que dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo fuese (Jn 17,1-2.4-5).



         Todo tiende hacia una hora suprema y definitiva: la de la glorificación del Hijo único del Padre, que incluso es suplicada por Jesús. "Glorifica tu Nombre" es glorificar a Jesucristo mismo, que tiene el "Nombre-sobre-todo-nombre" (Flp 2,5ss), el Nombre Salvador de Dios, puesto que "bajo el cielo no se nos ha dado otro Nombre que pueda salvarnos" (Hch 4,12).

 
         La glorificación de Jesús no es otra que su Misterio Pascual, su cruz y resurrección en la que es elevado y atrae a todos los hombres hacia Él; en esta clave se mueve el cuarto evangelio para presentar a Jesús y su obra salvadora[1]. Este evangelio está impregnado de la gloria del Señor (con conceptos y metáforas muy similares a Ezequiel) que será manifestada plenamente en la glorificación del Hijo. De ahí que el concepto de la "hora" invada todo el relato evangélico como una cantinela de fondo, intrínsecamente unido al de gloria/glorificación.

         Junto a la cruz de Jesús, descubrimos cómo todo se ha cumplido puesto que ha llegado la hora de la glorificación del Hijo, su muerte gloriosa. "Todo está cumplido". "Es la muerte misma de Jesús la que termina su obra"[2].

         Si en Caná Jesús no quiere realizar el signo que le pide su Madre es porque "aún no ha llegado mi hora" (Jn 2,4). Comienza ahí a cumplir la misión que el Padre le ha encomendado, dar a conocer su Nombre. Poco a poco, al acentuarse los peligros y la persecución, la sentencia del sanedrín y los diversos intentos de prenderlo, como un estribillo, Juan dirá: "quisieron detenerle, pero nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora" (Jn 7,30; 8,20...)

          Jesús es plenamente consciente de que hay una hora en la que va a ser glorificado, elevado, para atraer a todos hacia él. Cuando se va acercando el momento, Jesús ora al Padre: "Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Padre, glorifica tu nombre" (Jn 12,23.28).

         Su glorificación no es otra que pasar de este mundo al Padre a través de la cruz y de la resurrección ("había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre" Jn 13,1b), dándole gloria al Padre. Por eso en la oración sacerdotal, Jesús exclamará: "Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti" (Jn 17,1).

         La hora de Jesús, iniciada en Caná, culmina en el Calvario. Aquí Cristo sabe que todo está cumplido; por eso, derramará el don del Espíritu. Si Jesús ora para que llegue la hora decisiva, si sabe que todo estaba cumplido, es que se entregó libre y voluntariamente a la muerte, y muerte de cruz: "nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente" (Jn 10,18)[3]. Este aspecto es puesto de relieve por la exégesis patrística, destacando la libertad y soberanía de Jesús al entregar su vida[4].

         La Pascua es la glorificación de Jesús, y de esa forma ha glorificado al Padre. La gloria de Dios se ha hecho presente, porque se ha visibilizado el poder de Dios en la cruz gloriosa de Jesucristo, se ha presentado la majestad de Dios en la muerte de Jesús y, la santidad divina, que no es otra que su amor misericordioso, ha llegado a su plenitud ("tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único..." Jn 3,16); por eso "el máximo motivo de gloria [para la Iglesia] es la cruz"[5].

La cruz es la voluntad, la gloria de su Hijo único, el júbilo del Espíritu Santo, el ornato de los ángeles, la seguridad de la Iglesia, el motivo de gloriarse de Pablo, la protección de los santos, la luz de todo el orbe[6].


         "Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti" (Jn 17,1). Ciertamente Jesús pide su propia glorificación ("para eso he venido..."), pero no es que busque su propia gloria: "El que habla por su cuenta, busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le ha enviado ese es veraz" (Jn 7,18)[7], aunque su gloria sea la misma de la del Padre: "ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él" (Jn 13,31). Esta gloria hace que Jesús, el Enviado de Dios, sea más que un simple ángel (mensajero) sino que revela, pues, su divinidad:

No es un simple enviado de Dios: es Hijo, y viene como Hijo. Su persona de Hijo es originaria, anterior a cualquier misión, y esta misión permanece en el triunfo glorioso. Él no es la personificación de una misión[8].




    [1] No olvidemos que "la cristología de S. Juan... es circular: desde la gloria del Logos en el seno del Padre hasta su existencia encarnada, la cual culmina a su vez en la "exaltación" de Jesús a la derecha del Padre", LÓPEZ AMAT ,Alfredo, Jesús el Ungido. Cristología, Madrid, 1991, p. 128.
    [2] MATEOS, J-BARRETO, J., El Evangelio de Juan, Madrid, 1982 (2ª), pág. 819.
    [3] Aspecto que resalta la PE II en la narratio institutionis: "cuando iba a ser entregado a su pasión, voluntariamente aceptada..."
    [4] Cfr. S. AGUSTÍN, Serm. 5,3.; Serm. 218,12.
    [5] S. CIRILO DE JERUSALÉN, Catequesis nº 13,1.
    [6] S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilía sobre el cementerio y la Cruz, nº 2.
    [7] Cfr. Jn 8,50: "yo no busco mi gloria; ya hay quien la busca y juzga".
    [8] GALOT, Jean, ¡Cristo! ¿Tú quién eres?, Madrid, 1982, pág. 137.

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