5. La virtud de la templanza modera
la inclinación a los placeres sensibles tanto del gusto como del tacto, para
que la sensualidad, nuestra carnalidad nunca se desborde y ciegue al alma. La
templanza regula y ordena el deseo de lo sensible y que provoca placer, incluso
aunque el placer deseado no sea malo en sí.
En lo referente a la comida, la
virtud de la abstinencia cuida de
comer sólo lo necesario en cantidad suficiente, pero sin convertir la mesa y el
estómago en un ídolo, privándose de algo de comida y de lo superfluo. La
abstinencia de carne el miércoles de ceniza y los viernes cuaresmales indican
esa moderación, y es de carne porque era el producto normal que se podía
adquirir y comprar siglos atrás. Hoy, salvaguardando esa abstinencia de carne,
hay que moderarse en la comida, comiendo los días de abstinencia algo sencillo,
lo suficiente para estar alimentado con algo de privación.
En lo referente a la bebida, la
virtud de la sobriedad regula la
ingestión de alcohol, que suele ser fruto de un vacío interior y necesidad de
una compensación. La sobriedad vigila la bebida.
Además una virtud y práctica cercana
a la abstinencia es el ayuno, que es
preceptivo el miércoles de ceniza y el Viernes Santo, y con un matiz pascual,
el ayuno del Sábado Santo hasta la
Vigilia pascual, en espera de comer lo primero el Cuerpo y la Sangre del Resucitado.
Según del Derecho de la Iglesia y las normas de la Conferencia episcopal
española, el ayuno “consiste en no hacer sino una sola comida al día; pero no
se prohibe tomar algo de alimento a la mañana y a la noche, guardando las
legítimas costumbres respecto a la cantidad y calidad de los alimentos” (Boletín CEE, 21-XI-1986).
Es además práctica muy antigua y recomendable realizar el ayuno sólo
a pan y agua. Estas prácticas con espíritu cristiano, son profundamente
liberadoras. “No sólo de pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Dt 8,3).
6. La templanza regula el placer de
lo sensible, moderando el uso de la sexualidad; para ello están las virtudes
concretas que regulan y liberan.
La virtud de la castidad es para todo bautizado; frente a la lujuria, el placer por
el placer cada vez más buscado, la castidad, incluso en el matrimonio, es
equilibrio y respeto al propio cuerpo y al cuerpo del cónyuge, y del novio o
novia. La castidad es una mirada limpia, una relación sana, es un verdadero
lenguaje de amor.
La continencia es abstenerse del uso de la sexualidad en el matrimonio
por un cierto tiempo y estando de acuerdo los dos cónyuges. Puede deberse a
muchas razones, pero la más importante en la Escritura, la pone S.
Pablo en poder entregarse a la oración, al trato con el Señor, pero por un
cierto tiempo, no vaya a ser que Satanás abrase en deseos al matrimonio durante
el periodo de continencia.
No es concebir la sexualidad en el matrimonio como
algo negativo, es expresión y entrega de amor abiertos
a la vida, a recibir los hijos, y la continencia permite ser muy libre, valorar
más lo que es la entrega conyugal y recordar a los esposos, a los matrimonios
cristianos que, por encima de todo, está el Señor y el matrimonio debe
dedicarle tiempo al Señor.
La tercera virtud que regula y
ordena la sexualidad, es la virginidad,
como algo perpetuo, vivido para siempre. La virginidad es integridad física,
pero, sobre todo, es integridad de corazón, la vida entera incluida la
corporalidad que se entrega toda al Señor y sólo a Él.
Esta virginidad es fe,
es amor a Jesucristo, es pobreza y sencillez de espíritu, limpieza de cuerpo y
de alma –como Santa María- para entregar todo amor a Cristo, sólo Cristo.
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