martes, 2 de agosto de 2022

De la justicia, la religión y la devoción (y IV)



 4. Viendo este conjunto de virtudes, en las que no hay proporción entre lo que se da y lo que se recibe, y aquellas que no se fundan en los derechos de los otros, es muy necesario detenerse en una virtud que antes enunciábamos, la virtud de la religión.



Dios tiene sus derechos, pues Él es el Creador y nosotros sus criaturas dependientes en todo de Él. Los derechos de Dios se ven pisoteados, a Dios apenas le dejamos espacio: no entra en la cultura, (¡Dios es casi un estorbo!), a veces tampoco tiene espacio en nuestra vida (¡estamos tan ocupados!) y anteponemos cualquier cosa, cualquier circunstancia, cualquier obligación, a Dios nuestro Señor. 

Pisoteamos sus derechos cuando venimos a cumplir y lo hacemos con prisas, sin atención y recogimiento, deseando acabar cuanto antes; pisoteamos los derechos de Dios cuando pensamos que le hacemos un favor con realizar algunas prácticas religiosas (ir a Misa el domingo, rezar unas oraciones corriendo y distraídamente) y nos rebelamos contra Dios cuando aparece la cruz echándole en cara que tantas Misas y Rosarios, oraciones y “Dios me manda esto”... Al final, sólo queremos imponer nuestros derechos frente a los derechos de Dios.

 
Las Escrituras mandan: “Reconoce hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra. Guarda los preceptos y mandatos que yo te prescribo hoy” (Dt 4,39-40). Porque Dios es el único Señor, la virtud de la religión nos impulsa a reconocer a Dios como Señor de nuestra vida, a adorarle, cantar su gloria, bendecir su Nombre.

Santo Tomás de Aquino define así la virtud de la religión: es “la virtud moral que inclina al hombre a dar a Dios el culto debido como primer principio de todas las cosas” (II-II, 81, 3). Así esta virtud de la religión es de las más excelentes porque se refieren a Dios, su objeto es Dios, y esta virtud de la religión está constituida  por los actos internos y externos de culto y adoración a Dios.

Entre los actos internos de la virtud de la religión está la devoción que es prontitud de ánimo, sin pereza, sino con deseo, para entregarse a las cosas de Dios, y sólo el amor da forma e impulsa esa devoción. Esta devoción es amor, es gusto y sensibilidad por las cosas de Dios, es atención interior y recogimiento.

La devoción va siempre referida a Dios. La devoción a la Stma. Virgen y a los santos no se queda en ellos mismos, porque veneramos lo que Dios hizo en ellos y adoramos a Dios. (¡Mucho menos quedarse sólo en la devoción a una imagen o una talla, pelearnos porque es la más bonita y no llegarnos a Dios!).

La oración es el segundo acto interno de la religión; Dios nos ama y le gusta comunicarse con nosotros en la oración, y desea que nos comuniquemos con Él, que tratemos con Él y en la oración recibamos todo de Él, le adoremos, le demos gracias, asimilemos su Palabra, le ofrezcamos todo nuestro ser. Ahí están tantos mandatos del Señor en su Palabra, diciendo: “Escucha” (Dt 4,1; 6,4; Sal 49,7; etc.), “ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis el corazón” (Sal 94), “poned en vuestros oídos estas palabras” (Lc 9,44).

 La oración brota del entendimiento –inteligencia- que conversa con Dios y medita, y del corazón que se une a Dios, tocando todo el ser personal que se entrega a Dios.

 Al ser un acto interno de la virtud de la religión requiere de nosotros un plan serio de oración, bien distribuido y organizado: la Sta. Misa, a ser posible diaria pues es la mayor glorificación de Dios; media hora diaria para tratar en silencio e intimidad con el Señor y leer el Evangelio de cada día y los textos del misal para saborearlos en oración; también rezar Laudes y Vísperas y la visita al Santísimo en el Sagrario y adorarle en la custodia; además, el Rosario, el Ángelus, las jaculatorias a lo largo del día para vivir en presencia de Dios.

Entre los actos externos de la religión, contamos con la participación plena, consciente y activa, con amor, silencio y recogimiento, en las distintas celebraciones litúrgicas: la Misa, la adoración al Santísimo, el rezo o canto en común de la Liturgia de las Horas, etc. Son los derechos de Dios que hacen bien a nuestra alma y nos santifican, elevándonos a la unión con el Señor.

La vida de piedad, el trato con Dios, la oración y la liturgia con verdadera devoción forman parte de la virtud de la religión. Hemos de vivirlo y de inculcarlo así en apostolado a todos: que todos vayan viviendo y ejercitándose en esta virtud y se aleje la frialdad, la tibieza, el cumplimiento y las prisas en lo que al culto y adoración de Dios se refiere, porque con razón decimos en el prefacio: “es justo y necesario, es nuestro deber... darte gracias”.

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