miércoles, 10 de agosto de 2022

El buen samaritano es Jesús

Los Padres de la Iglesia, con su particular método de lectura, interpretaban toda la Escritura, cualquier pasaje, salmo, profecía o las parábolas mismas, buscando en ellas a Cristo; las leían cristológicamente, para descubrir tras la letra, el Espíritu, y encontrar en todo al Señor.


No les preocupaba una exégesis cientifista, tan en boga hoy, quedando retenidos en el aspecto literal de lo escrito, ni buscaban sólo los aspectos morales para exhortar a una vida ética, de compromiso y opciones. Practicaban una lectura completa, global, de la Escritura, y, para ellos, Cristo era lo primero. Es una lectura que se llama "tipológica".

Un ejemplo preciosísimo es la interpretación de la parábola del buen samaritano.

¿Quién es el buen samaritano? ¿El hombre éticamente solidario? ¿El creyente comprometido? Es el mismo Señor Jesucristo, encarnado para hacerse prójimo de cada hombre.

"Pensad que es la cabalgadura de aquel viajero misericordioso que levantó al enfermo que había sido herido. Lo levantó. ¿Sobre qué? Sobre su cabalgadura. La cabalgadura del Señor es su carne" (S. Agustín, Serm. 264,5).

Ya antes, san Ireneo, este gran y primer teólogo cristiano, apuntaba igualmente en la misma dirección:

"El Espíritu de Dios descendió sobre el Señor, Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fortaleza, Espíritu de ciencia y de temor del Señor, y el Señor, a su vez, lo dio a la Iglesia, enviando al Abogado sobre toda la tierra desde el cielo, que fue de donde dijo el Señor que había sido arrojado Satanás como un rayo; por esto necesitamos de este rocío divino, para que demos fruto y no seamos lanzados al fuego; y, ya que tenemos quién nos acusa, tengamos también un Abogado, pues que el Señor encomienda al Espíritu Santo el cuidado del hombre, posesión suya, que había caído en manos de ladrones, del cual se compadeció y vendó sus heridas, entregando después los dos denarios regios para que nosotros, recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo, hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al Señor con intereses" (Adv. Haer., III,17,3).

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