viernes, 12 de agosto de 2022

Fuente y cumbre de la vida de la Iglesia (SC - XV)



Como el desorden nunca es bueno y no es buena señal, porque es signo de confusión, la Constitución Sacrosanctum Concilium ofrece un orden de prioridades en la vida de la Iglesia, evita la dispersión y marca pautas que, si se reciben, ejercerán un influjo benéfico en la vida teológica y, por supuesto, pastoral.


            1. Un doble movimiento se produce en la Iglesia: todo se enfoca y halla su coronamiento en la liturgia y, a la vez, todo, la evangelización, el apostolado, la caridad, etc., brotan de la liturgia. Así todo conduce a la liturgia y todo desciende de la liturgia. Sin ésta, la vida eclesial no existiría, se habría sustituido por filantropía o por ideología.



            La afirmación aquí es rotunda por parte del Concilio:

            “La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC 10).

            No se puede decir más ni mejor de la liturgia, ni otorgarle mayor honor para la vida eclesial: ¡cumbre y fuente, fons et culmen!


            2. Es cumbre de la Iglesia, porque todo conduce a la liturgia y encuentra en ella su coronamiento.

            La evangelización desemboca en la vida litúrgica, cuando después de anunciar el Evangelio y la conversión, da la vida mediante los sacramentos. Pero si la evangelización no desemboca en la vida sacramental, algo estará fallando; si la evangelización no conduce a Cristo, algo estará ocurriendo y sería grave.


            Dice SC 10:

            “Los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor”.

            Éste es el planteamiento de la misión y de la evangelización. Reducirlas a favorecer la justicia social y exclusivamente a tareas de promoción social o asistencia humanitaria o caritativa, sin predicar a Cristo y llamar a la conversión, es secularizar la evangelización y anularla en definitiva. La evangelización halla su cumbre en la liturgia.

            Lo mismo habría que afirmar de la catequesis. Ésta es enseñanza orgánica de la fe que desemboca en la vivencia litúrgica y sacramental. Sería extraño que quienes participen en la catequesis (de niños, de jóvenes o de adultos) omitan la vida litúrgica y no participen de la Misa dominical o que la catequesis no eduque e inicie completamente en la liturgia.

            Sería extraño que la catequesis se devaluase para ser terapia de grupo, o lugar donde cada cual opine lo que quiera discutiendo la enseñanza de la Iglesia, o siendo el ámbito para generar simplemente un grupo de amigos.

            Leemos en la exhortación apostólica Catechesi Tradendae de Juan Pablo II:

 “La catequesis está intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos y sobre todo en la eucaristía donde Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres.
En la Iglesia primitiva, catecumenado e iniciación a los sacramentos del bautismo y de la eucaristía, se identificaban. Aunque en este campo haya cambiado la práctica de la Iglesia, en los antiguos países cristianos, el catecumenado jamás ha sido abolido; conoce allí una renovación y se practica abundantemente en las jóvenes Iglesias misioneras. De todos modos, la catequesis está siempre en relación con los sacramentos. Por una parte, una forma eminente de catequesis es la que prepara a los sacramentos, y toda catequesis conduce necesariamente a los sacramentos de la fe. Por otra parte, la práctica auténtica de los sacramentos tiene forzosamente un aspecto catequético. En otras palabras, la vida sacramental se empobrece y se convierte muy pronto en ritualismo vacío, si no se funda en un conocimiento serio del significado de los sacramentos y la catequesis se intelectualiza, si no cobra vida en la práctica sacramental” (n. 23).

            Todo conduce a la liturgia como cumbre. El apostolado personal o asociado, la misión, la evangelización, la catequesis, tienen como fin llevar a la liturgia para que, agregados a la Iglesia, reciban de Cristo la vida nueva y sobrenatural.

            3. Y de la liturgia, como fuente, desciende la vida eclesial. Quien es transformado por la santidad de la liturgia ni se queda ensimismado ni encerrado en sí ni busca una solitaria y egoísta perfección personal. Se convierte en testigo y apóstol, es enviado al mundo. Le embargan los mismos sentimientos de Cristo, la sed de redención de Jesucristo para todos los hombres.

            Como el corazón bombea la sangre para todo el cuerpo, así la liturgia envía al mundo a los hijos de la Iglesia, santificados, para santificar a su vez, redimir, anunciar, proclamar, en definitiva, para que fructifiquen para la salvación del mundo:

            “Por su parte, la liturgia misma impulsa a los fieles a que saciados con los sacramentos pascuales, sean concordes en la piedad; ruega a Dios que conserven en su vida lo que recibieron en la fe, y la renovación de la alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin” (SC 10).

            La espiritualidad de la liturgia es eclesial, testimoniante, creadora de apóstoles y obreros en la viña del Señor; nada sabe de intimismos o subjetivismo, nada de aislamiento o vivir encerrado en sí, de devocionalismo personal al margen de todo apostolado y de la vida de la Iglesia. Como fuente, de la liturgia brotan los apóstoles y las tareas de evangelización, catequesis, caridad, obras de misericordia.

            Este principio –fons et culmen- configura la vida de una parroquia –o de cualquier otra comunidad eclesial-, crea un tono a la vez espiritual y apostólico:

            “Una parroquia verdaderamente litúrgica no es aquella en que el culto se desarrolla, sin más, de una manera impecable, sino aquella en la cual todas las manifestaciones del culto están comprendidas y ejercitadas en toda su verdad, y la misa y los sacramentos son vividos como realidades que comprometen cada vez más a los cristianos en la obra redentora que Cristo realiza entre nosotros. En esa parroquia, la liturgia será fuente de vitalidad cristiana, de donde procederá el más rico y fecundo apostolado. Frente al cáliz que contiene la sangre redentora de Cristo, derramada por la redención de todo el mundo, el corazón del cristiano no puede permanecer cerrado a los problemas de la evangelización del mundo, de la conversión de las almas”[1].



[1] GRACIA, J.A., “La liturgia no es la única actividad de la Iglesia”, en AA.VV., Comentarios a la constitución sobre la sagrada liturgia, Madrid 1964, 200.

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