Como el desorden nunca es bueno y
no es buena señal, porque es signo de confusión, la Constitución
Sacrosanctum Concilium ofrece un orden de prioridades en la
vida de la Iglesia,
evita la dispersión y marca pautas que, si se reciben, ejercerán un influjo
benéfico en la vida teológica y, por supuesto, pastoral.
1.
Un doble movimiento se produce en la
Iglesia: todo se enfoca y halla su coronamiento en la
liturgia y, a la vez, todo, la evangelización, el apostolado, la caridad, etc.,
brotan de la liturgia. Así todo conduce a la liturgia y todo desciende de la
liturgia. Sin ésta, la vida eclesial no existiría, se habría sustituido por
filantropía o por ideología.
La
afirmación aquí es rotunda por parte del Concilio:
“La liturgia es la cumbre a la cual
tiende la actividad de la
Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su
fuerza” (SC 10).
No
se puede decir más ni mejor de la liturgia, ni otorgarle mayor honor para la
vida eclesial: ¡cumbre y fuente, fons et culmen!
2.
Es cumbre de la Iglesia,
porque todo conduce a la liturgia y encuentra en ella su coronamiento.
La
evangelización desemboca en la vida litúrgica, cuando después de anunciar el
Evangelio y la conversión, da la vida mediante los sacramentos. Pero si la
evangelización no desemboca en la vida sacramental, algo estará fallando; si la
evangelización no conduce a Cristo, algo estará ocurriendo y sería grave.
Dice
SC 10:
“Los trabajos apostólicos se ordenan
a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan,
alaben a Dios en medio de la
Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del
Señor”.
Éste
es el planteamiento de la misión y de la evangelización. Reducirlas a favorecer
la justicia social y exclusivamente a tareas de promoción social o asistencia
humanitaria o caritativa, sin predicar a Cristo y llamar a la conversión, es
secularizar la evangelización y anularla en definitiva. La evangelización halla
su cumbre en la liturgia.
Lo
mismo habría que afirmar de la catequesis. Ésta es enseñanza orgánica de la fe
que desemboca en la vivencia litúrgica y sacramental. Sería extraño que quienes
participen en la catequesis (de niños, de jóvenes o de adultos) omitan la vida
litúrgica y no participen de la
Misa dominical o que la catequesis no eduque e inicie
completamente en la liturgia.
Sería
extraño que la catequesis se devaluase para ser terapia de grupo, o lugar donde
cada cual opine lo que quiera discutiendo la enseñanza de la Iglesia, o siendo el
ámbito para generar simplemente un grupo de amigos.
Leemos
en la exhortación apostólica Catechesi Tradendae de Juan Pablo II:
“La catequesis está
intrínsecamente unida a toda la acción litúrgica y sacramental, porque es en
los sacramentos y sobre todo en la eucaristía donde Jesucristo actúa en
plenitud para la transformación de los hombres.
En la Iglesia
primitiva, catecumenado e iniciación a los sacramentos del bautismo y de la
eucaristía, se identificaban. Aunque en este campo haya cambiado la práctica de
la Iglesia,
en los antiguos países cristianos, el catecumenado jamás ha sido abolido;
conoce allí una renovación y se practica abundantemente en las jóvenes Iglesias
misioneras. De todos modos, la catequesis está siempre en relación con los
sacramentos. Por una parte, una forma eminente de catequesis es la que prepara
a los sacramentos, y toda catequesis conduce necesariamente a los sacramentos
de la fe. Por otra parte, la práctica auténtica de los sacramentos tiene
forzosamente un aspecto catequético. En otras palabras, la vida sacramental se
empobrece y se convierte muy pronto en ritualismo vacío, si no se funda en un
conocimiento serio del significado de los sacramentos y la catequesis se
intelectualiza, si no cobra vida en la práctica sacramental” (n. 23).
Todo
conduce a la liturgia como cumbre. El apostolado personal o asociado, la
misión, la evangelización, la catequesis, tienen como fin llevar a la liturgia
para que, agregados a la
Iglesia, reciban de Cristo la vida nueva y sobrenatural.
3.
Y de la liturgia, como fuente, desciende la vida eclesial. Quien es
transformado por la santidad de la liturgia ni se queda ensimismado ni
encerrado en sí ni busca una solitaria y egoísta perfección personal. Se
convierte en testigo y apóstol, es enviado al mundo. Le embargan los mismos
sentimientos de Cristo, la sed de redención de Jesucristo para todos los
hombres.
Como
el corazón bombea la sangre para todo el cuerpo, así la liturgia envía al mundo
a los hijos de la Iglesia,
santificados, para santificar a su vez, redimir, anunciar, proclamar, en
definitiva, para que fructifiquen para la salvación del mundo:
“Por su parte, la liturgia misma
impulsa a los fieles a que saciados con los sacramentos pascuales, sean concordes
en la piedad; ruega a Dios que conserven en su vida lo que recibieron en la fe,
y la renovación de la alianza del Señor con los hombres en la Eucaristía enciende y
arrastra a los fieles a la apremiante caridad de Cristo. Por tanto, de la
liturgia, sobre todo de la Eucaristía,
mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima
eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación
de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin” (SC 10).
La
espiritualidad de la liturgia es eclesial, testimoniante, creadora de apóstoles
y obreros en la viña del Señor; nada sabe de intimismos o subjetivismo, nada de
aislamiento o vivir encerrado en sí, de devocionalismo personal al margen de
todo apostolado y de la vida de la Iglesia.
Como fuente, de la liturgia brotan los apóstoles y las tareas
de evangelización, catequesis, caridad, obras de misericordia.
Este
principio –fons et culmen- configura la vida de una parroquia –o de cualquier
otra comunidad eclesial-, crea un tono a la vez espiritual y apostólico:
“Una parroquia verdaderamente litúrgica
no es aquella en que el culto se desarrolla, sin más, de una manera impecable,
sino aquella en la cual todas las manifestaciones del culto están comprendidas
y ejercitadas en toda su verdad, y la misa y los sacramentos son vividos como
realidades que comprometen cada vez más a los cristianos en la obra redentora
que Cristo realiza entre nosotros. En esa parroquia, la liturgia será fuente de
vitalidad cristiana, de donde procederá el más rico y fecundo apostolado.
Frente al cáliz que contiene la sangre redentora de Cristo, derramada por la
redención de todo el mundo, el
corazón del cristiano no puede permanecer cerrado a los problemas de la evangelización
del mundo, de la conversión de las almas”[1].
[1] GRACIA, J.A., “La liturgia
no es la única actividad de la
Iglesia”, en AA.VV., Comentarios
a la constitución sobre la sagrada liturgia, Madrid 1964, 200.
No hay comentarios:
Publicar un comentario