viernes, 19 de agosto de 2022

Silencio: el alma a la escucha del Espíritu Santo (Silencio - VII)



Se requiere una educación en el silencio, un acallar todo en lo interior. Así se permite oír la voz del Espíritu Santo dentro de nosotros:

            “¿Qué hacer, entonces, para conseguir una verdadera disciplina espiritual, apta para conferir también a nosotros sus riquezas sobrenaturales? Lo primero una pregunta: ¿el Señor habla en el ruido o en el silencio? Respondemos todos: en el silencio. Y entonces, ¿por qué no hacemos silencio alguna vez; por qué no escuchamos, apenas se percibe, algún susurro de la voz de Dios cercano a nosotros? Y todavía: ¿habla Él al alma agitada o al alma quieta?


            Sabemos muy bien que para esta escucha debemos tener un poco de calma, de tranquilidad; hay que aislarse un poco de toda excitación o estímulo cercanos; y estar nosotros mismos, nosotros solos, estar dentro de nosotros. Éste es el elemento esencial: ¡dentro de nosotros! Por eso el punto de encuentro no está fuera, sino en el interior. Y crear a continuación en el propio espíritu una celda de recogimiento para que el Huésped divino pueda encontrarse con nosotros” (Pablo VI, Hom. a la unión de juristas católicos, 15-diciembre-1963).

            Al Espíritu Santo se le percibe en el silencio solamente: “Habla el Espíritu en el fondo de las almas, que saben ofrecerle el silencio para su voz dulce y fuerte, inconfundible” (Pablo VI, Aud. General, 9-junio-1965).



            El Espíritu Santo, como brisa suave, como susurro divino, se oye y se siente solamente en el silencio:

            “Quien no tiene una vida interior propia carece de la capacidad ordinaria de recibir el Espíritu Santo, de escuchar su voz tenue y dulce, de someterse a sus inspiraciones, de gozar de sus carismas. El diagnóstico del hombre moderno nos conduce a ver en él un ser extrovertido, que vive mucho fuera de sí y poco en sí mismo, como un instrumento más receptor del lenguaje de los sentidos, y menos del lenguaje del pensamiento, de la conciencia. La conclusión práctica nos invita enseguida a la apología del silencio, no del silencio inconsciente, ocioso y vacío, sino de aquel silencio que hace callar los ruidos y clamores exteriores, y que sabe escuchar; escuchar con profundidad las voces, sí, sinceras de la conciencia, y las que brotan en el recogimiento de la oración, las voces inefables de la contemplación. Éste es el primer campo de la acción del Espíritu Santo” (Pablo VI, Aud. General, 6-junio-1973).



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