Habiendo visto tranquilamente el tratado de S. Basilio sobre "El Espíritu Santo", hemos ido hallando un método claro y firme en este Padre capadocio: vivir la liturgia, reflexionarla, hacerla teología.
La liturgia no es un ceremonial absurdo y obligatorio; ni un acto esteticista para los sentidos y mover a devoción. Es la Iglesia misma -donde Cristo está actuando presente- la que santifica y glorifica a Dios.
Sus ritos así como sus oraciones, sus textos litúrgicos, son expresión primera y fundamental de la fe de la Iglesia. De ahí el gran respeto que merece la liturgia para no cambiarla ni hacer mutaciones a capricho; y, segundo, la necesidad de contar con la liturgia -viviéndola, por supuesto- para elaborar una teología que merezca tal nombre.
El tratado de san Basilio,
leído desde el interés por la liturgia, pone de relieve el valor teológico y
dogmático de la liturgia misma.
Ésta, por su naturaleza, es vehículo de transmisión
de la fe ortodoxa y expresión primera de esa misma fe; es eslabón de la Tradición siempre viva
de la Iglesia;
forma parte de las tradiciones no escritas pero vinculantes para todos.
A la
liturgia hay que acudir para profundizar, pensar y exponer la fe así como para
elaborar una teología que merezca tan alto nombre. Es lo que se puede deducir
en este tratado al ver qué es la liturgia para san Basilio, qué concepto tiene
de ella, cómo aparece la liturgia en esta obra.
Este tratado De Spiritu Sancto es un exponente más de la
vinculación entre liturgia y Tradición tal como Congar, con emocionado y
vibrante estilo, ensalzaba:
“Quisiéramos que estas páginas
fueran un canto y un homenaje de reconocimiento filial. No se encontrarán aquí
puntualizaciones de tipo jurídico sobre las condiciones en las que tal texto
concreto, o la existencia de tal fiesta, puede o no pueden ser invocados como
prueba de una afirmación teológica.
No se trata de la liturgia como arsenal
dialéctico (¡), sino de la sagrada liturgia como expresión de la Iglesia en acto de vivir,
en alabanza de Dios y en realización de una comunión santa con Él, una vez
realizada la alianza en Cristo Jesús, su Señor, su Esposo. Vox populi (Dei), vox Corporis (Christi), vox Sponsae!
No solamente
la voz del magisterio que define, enseña, reprende, condena, rechaza, sino voz
de la Iglesia
amante y orante, que hace algo mejor que expresar su fe: que la canta, que la
practica en una celebración viviente, en la que ella se da enteramente.
Esta
naturaleza de la liturgia le asegura una cualidad y un rango fuera de serie
como instrumento de la
Tradición, tanto en razón de su estilo o de sus modalidades
propias como en razón de su contenido”[1].
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