viernes, 8 de julio de 2022

Liturgia, evangelización y catequesis (SC - XIV)




Que liturgia, evangelización y catequesis están relacionadas y mudamente se relacionan, es evidente. Entre ellas no hay oposición sino complementariedad, no hay divergencia sino unión, no son antagónicas sino armónicas.

            El Concilio Vaticano II expuso un principio, que se podría llamar pastoral, lleno de sensatez y con la experiencia de siglos que tiene la Iglesia. En Sacrosanctum Concilium 9 afirma:


“La sagrada Liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la Liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la conversión: "¿Cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? ¿O cómo creerán en El sin haber oído de El? ¿Y como oirán si nadie les predica? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?" (Rom., 10,14-15). Por eso, a los no creyentes la Iglesia proclama el mensaje de salvación para que todos los hombres conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo, y se conviertan de sus caminos haciendo penitencia. Y a los creyentes les debe predicar continuamente la fe y la penitencia, y debe prepararlos, además, para los Sacramentos, enseñarles a cumplir todo cuanto mandó Cristo y estimularlos a toda clase de obras de caridad, piedad y apostolado, para que se ponga de manifiesto que los fieles, sin ser de este mundo, son la luz del mundo y dan gloria al Padre delante de los hombres”.

            1. El primer peligro o escollo que quiere evitar es el llamado “panliturgismo”, o sea todo (: “pan”, en griego) es liturgia y nada más que hay liturgia, reduciendo la vida eclesial a la liturgia e ignorando o arrinconando otras realidades que deberían formar parte de la actividad de la Iglesia.

            Quiere decir Sacrosanctum Concilium y precisar estos términos:

            “La actividad de la Iglesia no es únicamente litúrgica, “ni la liturgia agota el campo de las actividades de la Iglesia”. En definitiva, sólo los bautizados pueden participar del misterio al que se llega por los caminos de la fe. Pero, junto al mundo de los creyentes, existe todo otro mundo compuesto por hombres que, antes de franquear las puertas del santuario, habrán de recibir la conversión mediante el anuncio de la buena nueva. El kerigma es, pues, anterior a la liturgia y a la catequesis. La liturgia va dirigida a los bautizados y supone la fe. Abre las puertas del santuario de par en par, pero hay una etapa previa, no precisamente litúrgica, que lleva a los hombres hasta el umbral. La actividad apostólica responde a una necesidad y al cumplimento de la eterna vocación misionera de la Iglesia”[1].


            Este escollo del “panliturgismo”, si alguna vez tuvo lugar, ahora no, y más bien estamos en el otro extremo por la ley del péndulo: la liturgia parece algo marginal en la vida de la Iglesia privilegiando otras muchas actividades.

            Lo que SC 9 quiere reafirmar es la necesidad de que junto a la liturgia están actividades tan fundamentales como la evangelización y la catequesis. En sociedades cristianizadas tal vez eso se pudiera obviar porque todos estaban evangelizados y sólo necesitaban de la liturgia. Pero es evidente que la situación hoy es muy distinta: descristianización e incluso secularización interna de la Iglesia.

            En este contexto, no es suficiente reducirlo todo a la liturgia, hay que evangelizar antes. Y tampoco se puede limitar todo a una sucesión de Misas y sacramentos, casi un supermercado sacramental, sin formación ni catequesis, sin enseñanza de la fe o profundización espiritual. El contexto hoy es otro bien distinto y muchos de los que piden un sacramento (bautismo, 1ª comunión, matrimonio) están insuficientemente evangelizados y sus motivos son muy pobres o meramente culturales o sociales.

            2. Previa a la liturgia es la evangelización: proclamar y anunciar el Evangelio, la llamada a la conversión, para incorporarse a la vida de Cristo en la Iglesia. Una evangelización clara y valiente, llena de Espíritu Santo, profundamente kerygmática: proclamación de Jesucristo muerto y resucitado, su obra redentora y, siempre, la llamada a la conversión (que eso es misericordia verdadera ante la misericordia relativista en que todo está bien porque nada es malo y se deja al pecador en su pecado). Lo decía SC 9: “conozcan al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo y se conviertan de sus caminos haciendo penitencia”.

            Magistrales son las palabras de Pablo VI en Evangelii Nuntiandi explicando qué es evangelizar de verdad: evangelizar es anunciar el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios, con vistas a una adhesión vital a Cristo y a la entrada visible en la comunidad eclesial mediante los signos o gestos sacramentales de la Iglesia (cf. EN 22-24). El núcleo de la evangelización no es hablar de solidaridad, o educar en valores, procurando un buenismo moral (o actuando sólo como una ONG solidaria) y silenciando a Cristo y la vida eclesial, sino que el núcleo de la evangelización es la proclamación explícita de que “en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios” (EN 27).

            La evnagelización conduce a la vida litúrgica. Primero viene la evangelización, luego la liturgia; primero el anuncio y la conversión, luego la vida sacramental; esto es lo que cualifica una auténtica evnaglización: “La evangelización despliega toda su riqueza cuando realiza la unión más íntima, o mejor, una intercomunicación jamás interrumpida, entre la Palabra y los sacramentos. En un cierto sentido es equívoco oponer, como se hace a veces, la evangelización a la sacramentalización” (EN 47).


            4. Por último, la catequesis. Es la transmisión ordenada y gradual de la enseñanza cristiana, la educación de la fe insertando en la tradición y la vida de la Iglesia. Se explica el contenido de la fe y la revelación (el Credo), se enseña la moral cristiana, se profundiza en la liturgia e inicia en la vida de oración. O como la define el Catecismo: “una educación en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana” (CAT 5).

            En orden a la formación litúrgica del pueblo cristiano, exhortaba ya la Sacrosanctum Concilium: “incúlquese también por todos los medios la catequesis más directamente litúrgica” (SC 35).

            La catequesis es el medio de educación para la participación activa e interior en la liturgia. Esta catequesis abarca la iniciación cristiana de catecúmenos, niños y jóvenes así como la catequesis permanente de adultos; también las catequesis más directamente pre-sacramentales en orden a recibir un sacramento así como catequesis ocasionales (charlas, retiros, predicaciones) en distintos momentos del año litúrgico. Lo que la catequesis explica e introduce, la liturgia lo realiza y lo da a vivir.

            Un error común es identificar liturgia con catequesis y omitiendo la sesión de catequesis, convertir la liturgia en un espacio de catequesis y didáctica, con una inflación verbal (moniciones csontantes, homilía larga) e incluso con medios audiovisuales o introduciendo representaciones teatrales. Nada de esto cabe en la liturgia, sino en el salón de catequesis.

Es verdad que la liturgia, por sí misma, posee fuerza evangelizadora y catequética si se realiza cuidadosa y expresivamente: las lecturas bíblicas, una homilía mistagógica (breve y muy preparada), el canto litúrgico y los himnos, los ritos sacramentales. No necesita más añadidos, es la fuerza de la misma liturgia:

“Aunque la sagrada Liturgia sea principalmente culto de la divina Majestad, contiene también una gran instrucción para el pueblo fiel. En efecto, en la liturgia, Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración.
Más aún: las oraciones que dirige a Dios el sacerdote —que preside la asamblea representando a Cristo— se dicen en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes. Los mismos signos visibles que usa la sagrada Liturgia han sido escogidos por Cristo o por la Iglesia para significar realidades divinas invisibles. Por tanto, no sólo cuando se lee "lo que se ha escrito para nuestra enseñanza" (Rom., 15,4), sino también cuando la Iglesia ora, canta o actúa, la fe de los participantes se alimenta y sus almas se elevan a Dios a fin de tributarle un culto racional y recibir su gracia con mayor abundancia” (SC 33).

            Cada una en su ámbito y con fines propios en la Iglesia debe darse la evangelización, la catequesis y la liturgia. Las tres tienen su momento propio. No deben omitirse, tampoco mezclarse. Son los pasos necesarios para que la Iglesia siga creciendo y edificándose.



[1] GRACIA, J.A., “La liturgia no es la única actividad de la Iglesia”, en AA.VV., Comentarios a la constitución sobre la sagrada liturgia, Madrid 1964, 196-197.


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