Que liturgia, evangelización y
catequesis están relacionadas y mudamente se relacionan, es evidente. Entre
ellas no hay oposición sino complementariedad, no hay divergencia sino unión,
no son antagónicas sino armónicas.
El
Concilio Vaticano II expuso un principio, que se podría llamar pastoral, lleno
de sensatez y con la experiencia de siglos que tiene la Iglesia. En Sacrosanctum
Concilium 9 afirma:
“La sagrada Liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los
hombres puedan llegar a la
Liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la
conversión: "¿Cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? ¿O cómo
creerán en El sin haber oído de El? ¿Y como oirán si nadie les predica? ¿Y cómo
predicarán si no son enviados?" (Rom., 10,14-15). Por eso, a los no
creyentes la Iglesia
proclama el mensaje de salvación para que todos los hombres conozcan al único
Dios verdadero y a su enviado Jesucristo, y se conviertan de sus caminos
haciendo penitencia. Y a los creyentes les debe predicar continuamente la fe y
la penitencia, y debe prepararlos, además, para los Sacramentos, enseñarles a
cumplir todo cuanto mandó Cristo y estimularlos a toda clase de obras de caridad,
piedad y apostolado, para que se ponga de manifiesto que los fieles, sin ser de
este mundo, son la luz del mundo y dan gloria al Padre delante de los hombres”.
1.
El primer peligro o escollo que quiere evitar es el llamado “panliturgismo”, o
sea todo (: “pan”, en griego) es liturgia y nada más que hay liturgia,
reduciendo la vida eclesial a la liturgia e ignorando o arrinconando otras
realidades que deberían formar parte de la actividad de la Iglesia.
Quiere
decir Sacrosanctum Concilium y precisar estos términos:
“La actividad de la Iglesia no es únicamente
litúrgica, “ni la liturgia agota el campo de las actividades de la Iglesia”. En definitiva,
sólo los bautizados pueden participar del misterio al que se llega por los
caminos de la fe. Pero, junto al mundo de los creyentes, existe todo otro mundo
compuesto por hombres que, antes de franquear las puertas del santuario, habrán
de recibir la conversión mediante el anuncio de la buena nueva. El kerigma es,
pues, anterior a la liturgia y a la catequesis. La liturgia va dirigida a los
bautizados y supone la fe. Abre las puertas del santuario de par en par, pero
hay una etapa previa, no precisamente litúrgica, que lleva a los hombres hasta
el umbral. La actividad apostólica responde a una necesidad y al cumplimento de
la eterna vocación misionera de la Iglesia”[1].
Este
escollo del “panliturgismo”, si alguna vez tuvo lugar, ahora no, y más bien
estamos en el otro extremo por la ley del péndulo: la liturgia parece algo
marginal en la vida de la
Iglesia privilegiando otras muchas actividades.
Lo
que SC 9 quiere reafirmar es la necesidad de que junto a la liturgia están
actividades tan fundamentales como la evangelización y la catequesis. En
sociedades cristianizadas tal vez eso se pudiera obviar porque todos estaban
evangelizados y sólo necesitaban de la liturgia. Pero es evidente que la
situación hoy es muy distinta: descristianización e incluso secularización
interna de la Iglesia.
En
este contexto, no es suficiente reducirlo todo a la liturgia, hay que evangelizar
antes. Y tampoco se puede limitar todo a una sucesión de Misas y sacramentos,
casi un supermercado sacramental, sin formación ni catequesis, sin enseñanza de
la fe o profundización espiritual. El contexto hoy es otro bien distinto y
muchos de los que piden un sacramento (bautismo, 1ª comunión, matrimonio) están
insuficientemente evangelizados y sus motivos son muy pobres o meramente
culturales o sociales.
2.
Previa a la liturgia es la evangelización: proclamar y anunciar el Evangelio,
la llamada a la conversión, para incorporarse a la vida de Cristo en la Iglesia. Una evangelización
clara y valiente, llena de Espíritu Santo, profundamente kerygmática:
proclamación de Jesucristo muerto y resucitado, su obra redentora y, siempre,
la llamada a la conversión (que eso es misericordia verdadera ante la
misericordia relativista en que todo está bien porque nada es malo y se deja al
pecador en su pecado). Lo decía SC 9: “conozcan al único Dios verdadero y a su
enviado Jesucristo y se conviertan de sus caminos haciendo penitencia”.
Magistrales
son las palabras de Pablo VI en Evangelii Nuntiandi explicando qué es
evangelizar de verdad: evangelizar es anunciar el nombre, la doctrina, la vida,
las promesas, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios, con vistas a una
adhesión vital a Cristo y a la entrada visible en la comunidad eclesial
mediante los signos o gestos sacramentales de la Iglesia (cf. EN 22-24). El
núcleo de la evangelización no es hablar de solidaridad, o educar en valores,
procurando un buenismo moral (o actuando sólo como una ONG solidaria) y
silenciando a Cristo y la vida eclesial, sino que el núcleo de la
evangelización es la proclamación explícita de que “en Jesucristo, Hijo de Dios
hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres,
como don de la gracia y de la misericordia de Dios” (EN 27).
La
evnagelización conduce a la vida litúrgica. Primero viene la evangelización,
luego la liturgia; primero el anuncio y la conversión, luego la vida
sacramental; esto es lo que cualifica una auténtica evnaglización: “La
evangelización despliega toda su riqueza cuando realiza la unión más íntima, o
mejor, una intercomunicación jamás interrumpida, entre la Palabra y los sacramentos.
En un cierto sentido es equívoco oponer, como se hace a veces, la
evangelización a la sacramentalización” (EN 47).
4.
Por último, la catequesis. Es la transmisión ordenada y gradual de la enseñanza
cristiana, la educación de la fe insertando en la tradición y la vida de la Iglesia. Se explica el
contenido de la fe y la revelación (el Credo), se enseña la moral cristiana, se
profundiza en la liturgia e inicia en la vida de oración. O como la define el
Catecismo: “una educación en la fe de los niños, de los jóvenes y adultos que
comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada
generalmente de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en la
plenitud de la vida cristiana” (CAT 5).
En
orden a la formación litúrgica del pueblo cristiano, exhortaba ya la Sacrosanctum Concilium:
“incúlquese también por todos los medios la catequesis más directamente
litúrgica” (SC 35).
La
catequesis es el medio de educación para la participación activa e interior en
la liturgia. Esta catequesis abarca la iniciación cristiana de catecúmenos,
niños y jóvenes así como la catequesis permanente de adultos; también las
catequesis más directamente pre-sacramentales en orden a recibir un sacramento
así como catequesis ocasionales (charlas, retiros, predicaciones) en distintos
momentos del año litúrgico. Lo que la catequesis explica e introduce, la
liturgia lo realiza y lo da a vivir.
Un
error común es identificar liturgia con catequesis y omitiendo la sesión de
catequesis, convertir la liturgia en un espacio de catequesis y didáctica, con
una inflación verbal (moniciones csontantes, homilía larga) e incluso con
medios audiovisuales o introduciendo representaciones teatrales. Nada de esto
cabe en la liturgia, sino en el salón de catequesis.
Es verdad que
la liturgia, por sí misma, posee fuerza evangelizadora y catequética si se
realiza cuidadosa y expresivamente: las lecturas bíblicas, una homilía
mistagógica (breve y muy preparada), el canto litúrgico y los himnos, los ritos
sacramentales. No necesita más añadidos, es la fuerza de la misma liturgia:
“Aunque la sagrada Liturgia sea principalmente culto de la divina
Majestad, contiene también una gran instrucción para el pueblo fiel. En efecto,
en la liturgia, Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y
el pueblo responde a Dios con el canto y la oración.
Más aún: las oraciones que dirige a Dios el sacerdote —que preside la
asamblea representando a Cristo— se dicen en nombre de todo el pueblo santo y
de todos los circunstantes. Los mismos signos visibles que usa la sagrada
Liturgia han sido escogidos por Cristo o por la Iglesia para significar
realidades divinas invisibles. Por tanto, no sólo cuando se lee "lo que se
ha escrito para nuestra enseñanza" (Rom., 15,4), sino también cuando la Iglesia ora, canta o
actúa, la fe de los participantes se alimenta y sus almas se elevan a Dios a
fin de tributarle un culto racional y recibir su gracia con mayor abundancia”
(SC 33).
Cada
una en su ámbito y con fines propios en la Iglesia debe darse la evangelización, la
catequesis y la liturgia. Las tres tienen su momento propio. No deben omitirse,
tampoco mezclarse. Son los pasos necesarios para que la Iglesia siga creciendo y
edificándose.
[1] GRACIA, J.A., “La liturgia
no es la única actividad de la
Iglesia”, en AA.VV., Comentarios
a la constitución sobre la sagrada liturgia, Madrid 1964, 196-197.
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