Insistíamos al analizar Ex 40,34-38, cómo la nube era el
culmen del culto litúrgico según la ley mosaica, garantizando así la presencia
del Señor en la liturgia, y asegurando la plena comunión del pueblo con el
Señor. Una liturgia que aparentemente son ritos vacíos, pero que ponen de
relieve el amor del pueblo de Israel por la liturgia, entendiendo que el Señor
está con ellos, porque la gloria del Señor rubrica todo este ritual -según la
teología de P-. La liturgia, pues, con la aparición de la nube, manifiesta la
presencia del Señor.
También hoy en la liturgia, la Iglesia sabe de la
presencia, invisible, pero no por ello menos real, del Señor en medio de su
pueblo. La liturgia, cubierta por la nube que es el Espíritu Santo, hace
presente a Cristo en su Palabra, en la asamblea, en el Pan y en el Vino. Dios
sigue estando en medio de su Iglesia presente por la mediación de la liturgia
ya que en ella tenemos que ver, no un rito vacío con rúbricas y ceremonias,
sino la forma cultual en que el Pueblo de la nueva Alianza, siguiendo la
tradición bíblica que vemos reflejada en Ex 35-40, sabe que el Señor se hace
presente y puede establecer una relación de comunión y de vida profundas, con
lo que supone un cambio radical en la comprensión teológica, y muchas veces
pastoral, de la misma liturgia.
¿Dónde encontramos hoy la nube? Tendríamos ahora que ver la
actualidad de este teologúmeno y su presencia hoy entre nosotros.
1. ...en cada bautizado.-
El primer sitio que
lo encontramos es en cada bautizado. En efecto, cada bautizado es un templo
vivo del Espíritu, en el que Dios hace morada, convirtiendo nuestro corazón en
un templo, en un arca igual que María. En este sentido se manifiestan los
Padres, presentando el corazón de cada hombre como una morada donde Dios, por
medio de su Espíritu, se ha edificado un templo santo.
Templo santo, hermanos míos,
para el Señor es la morada de nuestro corazón (PSEUDO-BERNABÉ, Ep., VI, 15; y
XVI, 7ss[1]).
Es lo que veíamos en 1Cor: nosotros somos un templo del
Espíritu, porque en el Bautismo, al igual que en la tienda del encuentro, la
nube, que es el Espíritu, nos ha cubierto con su sombra, edificándose una
morada espiritual. Éste es el sentido del rito de exorcismo en el Bautismo:
alejar el pecado y convertir al bautizado en un templo del Espíritu Santo:
Te pedimos que estos niños,
lavados del pecado original, sean templo tuyo, y que el Espíritu Santo habite
en ellos.
La nube, signo de la presencia de Dios por medio de su
Espíritu, nos enviará a ser, también nosotros, "nubes", signos vivos
de la presencia del Espíritu en medio de la existencia humana. Y sabremos que
la nube nos ha cubierto y somos unos signos vivos de la presencia consoladora
del Señor entre su pueblo si hacemos vida en nosotros los frutos del Espíritu
(cfr. Gal 5,21-22). Templos del Espíritu, donde Jesucristo viene a nosotros,
para hacer morada. Así lo expresa, S. Ambrosio:
Yo y el Padre vendremos y
haremos morada en él. Que cuando venga encuentre, pues, tu puerta abierta,
ábrele tu alma, extiende el interior de tu mente para que pueda contemplar en
ella riquezas de rectitud, tesoros de paz, suavidad de gracia. Dilata tu
corazón, sal al encuentro del sol de la luz eterna que alumbre a todo hombre.
Esta luz verdadera brilla para todos... (S. AMBROSIO, Comentario al Salmo 118,
nº 12. 13-14).
2. ...en la epíclesis.-
Si la nube es el Espíritu, fácilmente podremos relacionar la
nube con la epíclesis, como segunda lectura teológica que podemos deducir para
encontrarnos hoy con la nube. La epíclesis es la invocación que la asamblea
reunida en nombre del Señor hace al Padre para que derrame su Espíritu
santificador, acompañada, normalmente de la imposición de manos. Esta
imposición de manos (sobre la ofrenda del pan y el vino, la asamblea, la
cabeza de los ordenandos, o de los que se van a confirmar, etc...) es una
sombra proyectada por medio de la cual el Espíritu es transmitido,
acompañado de la oración presidencial, que, según el lenguaje litúrgico,
explicita el gesto ritual. La epíclesis como nube es un tema que está recogido
implícitamente en una de las nuevas plegarias eucarísticas aprobadas para
España (1988): Dice así:
te pedimos que
santifiques con el rocío de tu Espíritu estos dones, para que sean Cuerpo y
Sangre...[2]
Por esta razón, toda epíclesis es una presencia viva hoy de
la nube, por cuanto el Espíritu se hace presente, actuando de forma eficaz y
salvífica, consecratoria. Igual que el Espíritu, al "cubrir con su
sombra" a María, hizo que engendrara al Verbo, así hoy el Espíritu,
invocado en la celebración litúrgica, hace que Cristo se haga presente
realmente en las especies sacramentales.
Estas dos actuaciones son presentadas
ya por los Padres, que ven en la epíclesis y en el acto redentor de la Encarnación una misma
realidad, hecha posible por la presencia de la nube-Espíritu Santo.
Dijo Dios: Éste es mi cuerpo; y
Ésta es mi sangre; y: Haced esto en memoria mía; y en virtud de este mandato
suyo omnipotente se realiza esto hasta que venga él;...y sobreviene la lluvia
para esta nueva cosecha mediante la epíclesis [lluvia que es] la fuerza
fecundadora del Espíritu Santo. Pues así como todo cuanto hizo Dios lo hizo por
operación del Espíritu Santo, así también ahora la operación del Espíritu Santo
obra cosas que sobrepasan la naturaleza y que no puede comprenderlas sino
únicamente la fe. ¿Cómo ha de ser esto, decía la Virgen Santísima,
pues yo no conozco varón? Responde el arcángel Gabriel: El Espíritu Santo
descenderá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Y ahora
preguntas cómo el pan se hace cuerpo de Cristo, y el vino y el agua Sangre de
Cristo. También yo te digo: "Viene el Espíritu Santo y hace esto que está
sobre toda palabra y pensamiento" (S. JUAN DAMASCENO, Sobre la fe
ortodoxa, L.4, c.13).
Esta lectura, tal vez no muy usual, puede servirnos para
comprender el alcance actual de la nube en la Iglesia, por medio de la
epíclesis. Así se manifiesta y actualiza hoy la gloria y el poder del Señor,
que consagra, santifica, y "encarna" a Jesús en el pan y en el vino:
una misma sombra, una misma nube y un mismo Espíritu.
3. El Cirio Pascual: columna de fuego.-
La tercera lectura de
la nube hoy, desde la teología litúrgica, la vamos a hacer considerando la nube
en su aspecto de columna de fuego durante la noche. Era el signo claro, la figura,
según los Padres, de Cristo (en cuanto manifestación de la gloria del Señor,
según P) que pasa el Mar Rojo en forma de columna de fuego para iluminar a su
pueblo. Esto lo celebra la
Iglesia en la solemne Vigilia Pascual en la que el Cirio
Pascual, simbolizando a Cristo Jesús, pasa la oscuridad e ilumina al pueblo
nuevo.
De esta manera tan plástica, la liturgia sigue retomando el
tema de la columna de fuego, la nube, que ilumina y guía al nuevo pueblo
sellado por la alianza nueva de la sangre del Cordero Pascual, Cristo Jesús.
Hoy la columna de fuego es en la liturgia pascual, el Cirio, que ilumina las
tinieblas y nos hace pasar a la luz ("goce también la tierra, inundada de
tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre
de la tiniebla que cubría el orbe entero"[3]).
Es la teología litúrgica
que subyace en el Lucernario de la Vigilia Pascual: la nube fue la vida para el
pueblo que no pereció, al igual que para los cristianos Cristo es la Vida que nos saca de la
esclavitud del pecado para entrar en la libertad de los hijos de Dios:
"sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva
para gloria de Dios" (Pregón Pascual). Noche de vida nueva realizada por
el bautismo para los hijos de la luz: "Oh Dios, que has iluminado los
prodigios de los tiempos antiguos con la luz del Nuevo Testamento: el mar Rojo
fue imagen de la fuente bautismal, y el pueblo liberado de la esclavitud imagen
de la familia cristiana"[4].
4. La
Iglesia, Templo del Espíritu.-
Una cuarta lectura, desde la clave eclesiológica. La Iglesia, desde sus
orígenes fue cubierta con el fuego del Espíritu en la mañana de Pentecostés[5] (Hch 2[6]), cumpliendo así la
promesa hecha por Jesús, que nos garantizaba la presencia del Paráclito
recordándonos todo cuanto Él había comunicado a sus Apóstoles (Jn 14,25-26;
16,13, etc.). Desde entonces la
Iglesia ha estado siempre cubierta por la nube del Espíritu,
siendo un signo claro y manifiesto de la presencia del Señor en medio de la
historia, como Cuerpo de Cristo (1Cor 12) prolongado en los bautizados: es un
"signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el
género humano" (LG 1), hecha posible por el Espíritu vivificador. Esta
Iglesia, Cuerpo de Cristo, se presenta a sí misma, según las Escrituras, como
un Templo del Espíritu, en el que cada bautizado somos unas piedras vivas (1Pe
2,5). Templo del Espíritu que se constituye en la morada de Dios entre los
hombres[7], signo de la Jerusalén celestial: "Esta es la tienda de
campaña que Dios ha montado entre los hombres. Habitará con ellos" (Ap
21,3b).
Esta morada y esta tienda, este Templo del Espíritu, ha de ser un signo
vivo de la presencia consoladora del Señor, porque también la nube está sobre
esta tienda de campaña en la que todos estamos inmersos; sobre la Iglesia reposa el Espíritu
del Señor, como la nube sobre la tienda del encuentro. Por ello, hay que
plantearse una cuestión, creemos fundamental: ¿es la Iglesia hoy ese signo vivo
de la presencia del Señor? ¿se puede distinguir hoy a la Iglesia por la presencia
de la gloria del Señor que la cubre? El criterio de discernimiento sería la
vivencia profunda de la caridad, de la liturgia y del anuncio evangelizador,
como trinomio indivisible. Sólo bajo esta condición, la Iglesia se podrá convertir
en un signo vivo de la presencia y de la gloria del Señor hoy.
[6] Cfr. pág. 16.
No hay comentarios:
Publicar un comentario