domingo, 10 de julio de 2022

La nube en la liturgia de la Iglesia



         Insistíamos al analizar Ex 40,34-38, cómo la nube era el culmen del culto litúrgico según la ley mosaica, garantizando así la presencia del Señor en la liturgia, y asegurando la plena comunión del pueblo con el Señor. Una liturgia que aparentemente son ritos vacíos, pero que ponen de relieve el amor del pueblo de Israel por la liturgia, entendiendo que el Señor está con ellos, porque la gloria del Señor rubrica todo este ritual -según la teología de P-. La liturgia, pues, con la aparición de la nube, manifiesta la presencia del Señor.



         También hoy en la liturgia, la Iglesia sabe de la presencia, invisible, pero no por ello menos real, del Señor en medio de su pueblo. La liturgia, cubierta por la nube que es el Espíritu Santo, hace presente a Cristo en su Palabra, en la asamblea, en el Pan y en el Vino. Dios sigue estando en medio de su Iglesia presente por la mediación de la liturgia ya que en ella tenemos que ver, no un rito vacío con rúbricas y ceremonias, sino la forma cultual en que el Pueblo de la nueva Alianza, siguiendo la tradición bíblica que vemos reflejada en Ex 35-40, sabe que el Señor se hace presente y puede establecer una relación de comunión y de vida profundas, con lo que supone un cambio radical en la comprensión teológica, y muchas veces pastoral, de la misma liturgia.


         ¿Dónde encontramos hoy la nube? Tendríamos ahora que ver la actualidad de este teologúmeno y su presencia hoy entre nosotros.
    


     1. ...en cada bautizado.-

          El primer sitio que lo encontramos es en cada bautizado. En efecto, cada bautizado es un templo vivo del Espíritu, en el que Dios hace morada, convirtiendo nuestro corazón en un templo, en un arca igual que María. En este sentido se manifiestan los Padres, presentando el corazón de cada hombre como una morada donde Dios, por medio de su Espíritu, se ha edificado un templo santo.

Templo santo, hermanos míos, para el Señor es la morada de nuestro corazón (PSEUDO-BERNABÉ, Ep., VI, 15; y XVI, 7ss[1]).


         Es lo que veíamos en 1Cor: nosotros somos un templo del Espíritu, porque en el Bautismo, al igual que en la tienda del encuentro, la nube, que es el Espíritu, nos ha cubierto con su sombra, edificándose una morada espiritual. Éste es el sentido del rito de exorcismo en el Bautismo: alejar el pecado y convertir al bautizado en un templo del Espíritu Santo:

Te pedimos que estos niños, lavados del pecado original, sean templo tuyo, y que el Espíritu Santo habite en ellos.

         La nube, signo de la presencia de Dios por medio de su Espíritu, nos enviará a ser, también nosotros, "nubes", signos vivos de la presencia del Espíritu en medio de la existencia humana. Y sabremos que la nube nos ha cubierto y somos unos signos vivos de la presencia consoladora del Señor entre su pueblo si hacemos vida en nosotros los frutos del Espíritu (cfr. Gal 5,21-22). Templos del Espíritu, donde Jesucristo viene a nosotros, para hacer morada. Así lo expresa, S. Ambrosio:

Yo y el Padre vendremos y haremos morada en él. Que cuando venga encuentre, pues, tu puerta abierta, ábrele tu alma, extiende el interior de tu mente para que pueda contemplar en ella riquezas de rectitud, tesoros de paz, suavidad de gracia. Dilata tu corazón, sal al encuentro del sol de la luz eterna que alumbre a todo hombre. Esta luz verdadera brilla para todos... (S. AMBROSIO, Comentario al Salmo 118, nº 12. 13-14).

      
2. ...en la epíclesis.-


         Si la nube es el Espíritu, fácilmente podremos relacionar la nube con la epíclesis, como segunda lectura teológica que podemos deducir para encontrarnos hoy con la nube. La epíclesis es la invocación que la asamblea reunida en nombre del Señor hace al Padre para que derrame su Espíritu santificador, acompañada, normalmente de la imposición de manos. Esta imposición de manos (sobre la ofrenda del pan y el vino, la asamblea, la cabeza de los ordenandos, o de los que se van a confirmar, etc...) es una sombra proyectada por medio de la cual el Espíritu es transmitido, acompañado de la oración presidencial, que, según el lenguaje litúrgico, explicita el gesto ritual. La epíclesis como nube es un tema que está recogido implícitamente en una de las nuevas plegarias eucarísticas aprobadas para España (1988): Dice así:

te pedimos que santifiques con el rocío de tu Espíritu estos dones, para que sean Cuerpo y Sangre...[2]



         Por esta razón, toda epíclesis es una presencia viva hoy de la nube, por cuanto el Espíritu se hace presente, actuando de forma eficaz y salvífica, consecratoria. Igual que el Espíritu, al "cubrir con su sombra" a María, hizo que engendrara al Verbo, así hoy el Espíritu, invocado en la celebración litúrgica, hace que Cristo se haga presente realmente en las especies sacramentales. 


Estas dos actuaciones son presentadas ya por los Padres, que ven en la epíclesis y en el acto redentor de la Encarnación una misma realidad, hecha posible por la presencia de la nube-Espíritu Santo.

Dijo Dios: Éste es mi cuerpo; y Ésta es mi sangre; y: Haced esto en memoria mía; y en virtud de este mandato suyo omnipotente se realiza esto hasta que venga él;...y sobreviene la lluvia para esta nueva cosecha mediante la epíclesis [lluvia que es] la fuerza fecundadora del Espíritu Santo. Pues así como todo cuanto hizo Dios lo hizo por operación del Espíritu Santo, así también ahora la operación del Espíritu Santo obra cosas que sobrepasan la naturaleza y que no puede comprenderlas sino únicamente la fe. ¿Cómo ha de ser esto, decía la Virgen Santísima, pues yo no conozco varón? Responde el arcángel Gabriel: El Espíritu Santo descenderá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra. Y ahora preguntas cómo el pan se hace cuerpo de Cristo, y el vino y el agua Sangre de Cristo. También yo te digo: "Viene el Espíritu Santo y hace esto que está sobre toda palabra y pensamiento" (S. JUAN DAMASCENO, Sobre la fe ortodoxa, L.4, c.13).

         Esta lectura, tal vez no muy usual, puede servirnos para comprender el alcance actual de la nube en la Iglesia, por medio de la epíclesis. Así se manifiesta y actualiza hoy la gloria y el poder del Señor, que consagra, santifica, y "encarna" a Jesús en el pan y en el vino: una misma sombra, una misma nube y un mismo Espíritu.


3. El Cirio Pascual: columna de fuego.-

          La tercera lectura de la nube hoy, desde la teología litúrgica, la vamos a hacer considerando la nube en su aspecto de columna de fuego durante la noche. Era el signo claro, la figura, según los Padres, de Cristo (en cuanto manifestación de la gloria del Señor, según P) que pasa el Mar Rojo en forma de columna de fuego para iluminar a su pueblo. Esto lo celebra la Iglesia en la solemne Vigilia Pascual en la que el Cirio Pascual, simbolizando a Cristo Jesús, pasa la oscuridad e ilumina al pueblo nuevo.

         De esta manera tan plástica, la liturgia sigue retomando el tema de la columna de fuego, la nube, que ilumina y guía al nuevo pueblo sellado por la alianza nueva de la sangre del Cordero Pascual, Cristo Jesús. Hoy la columna de fuego es en la liturgia pascual, el Cirio, que ilumina las tinieblas y nos hace pasar a la luz ("goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero"[3]). 

Es la teología litúrgica que subyace en el Lucernario de la Vigilia Pascual: la nube fue la vida para el pueblo que no pereció, al igual que para los cristianos Cristo es la Vida que nos saca de la esclavitud del pecado para entrar en la libertad de los hijos de Dios: "sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios" (Pregón Pascual). Noche de vida nueva realizada por el bautismo para los hijos de la luz: "Oh Dios, que has iluminado los prodigios de los tiempos antiguos con la luz del Nuevo Testamento: el mar Rojo fue imagen de la fuente bautismal, y el pueblo liberado de la esclavitud imagen de la familia cristiana"[4].


4. La Iglesia, Templo del Espíritu.-

         Una cuarta lectura, desde la clave eclesiológica. La Iglesia, desde sus orígenes fue cubierta con el fuego del Espíritu en la mañana de Pentecostés[5] (Hch 2[6]), cumpliendo así la promesa hecha por Jesús, que nos garantizaba la presencia del Paráclito recordándonos todo cuanto Él había comunicado a sus Apóstoles (Jn 14,25-26; 16,13, etc.). Desde entonces la Iglesia ha estado siempre cubierta por la nube del Espíritu, siendo un signo claro y manifiesto de la presencia del Señor en medio de la historia, como Cuerpo de Cristo (1Cor 12) prolongado en los bautizados: es un "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1), hecha posible por el Espíritu vivificador. Esta Iglesia, Cuerpo de Cristo, se presenta a sí misma, según las Escrituras, como un Templo del Espíritu, en el que cada bautizado somos unas piedras vivas (1Pe 2,5). Templo del Espíritu que se constituye en la morada de Dios entre los hombres[7], signo de la Jerusalén celestial: "Esta es la tienda de campaña que Dios ha montado entre los hombres. Habitará con ellos" (Ap 21,3b). 

Esta morada y esta tienda, este Templo del Espíritu, ha de ser un signo vivo de la presencia consoladora del Señor, porque también la nube está sobre esta tienda de campaña en la que todos estamos inmersos; sobre la Iglesia reposa el Espíritu del Señor, como la nube sobre la tienda del encuentro. Por ello, hay que plantearse una cuestión, creemos fundamental: ¿es la Iglesia hoy ese signo vivo de la presencia del Señor? ¿se puede distinguir hoy a la Iglesia por la presencia de la gloria del Señor que la cubre? El criterio de discernimiento sería la vivencia profunda de la caridad, de la liturgia y del anuncio evangelizador, como trinomio indivisible. Sólo bajo esta condición, la Iglesia se podrá convertir en un signo vivo de la presencia y de la gloria del Señor hoy.




    [1] En el mismo sentido, Cesáreo de Arlés: "Porque sin precediese ningún mérito, sino por la gracia de Dios, merecimos llegar a ser templo de Dios...", Sermón, 227,1; CIPRIANO de Cartago, De orat. dom., nº 11.
    [2] PE de la Reconciliación II.
    [3] Pregón Pascual, MR.
    [4] Oración "ad libitum" para la tercera lectura (Ex 14,15-15,1) de la Vigilia Pascual.
    [5] Probablemente esto los almonteños lo entenderían de otro modo...

    [6] Cfr. pág. 16.
    [7] Cfr. LG 6.

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