jueves, 14 de julio de 2022

S. Basilio argumenta con las acciones sacramentales

En su tratado sobre "El Espíritu Santo", después de argumentar con algo tan conocido como las doxologías trinitarias ("Gloria al Padre y al Hijo..."), S. Basilio reflexiona y argumenta con los ritos sacramentales de la Iglesia.



Es la liturgia de la Iglesia una teología en acto; sólo hay que sistematizar y pensar lo que la Iglesia ya realiza para comprender mejor, para elaborar una sana y auténtica teología.



Las acciones sacramentales en cuanto tales son materia teológica para la reflexión y argumentación de san Basilio, en este caso, el sacramento del Bautismo.
  
El bautismo es considerado en una doble dimensión: en cuanto profesión de fe trinitaria antes de ser bautizado y en la fórmula misma del sacramento y, por otra parte, en los efectos que el Espíritu Santo obra en el alma del bautizado.

 
 A la fórmula trinitaria del Bautismo, con la conjunción “y”, acude en el capítulo 10, 24 de lo que deduce que no se desdeña “la comunión con éste [el Espíritu], y ellos en cambio dicen que no es preciso que el Espíritu se coadune con el Padre y el Hijo, ¿cómo no van a estar claramente en contraposición con el mandato de Dios?... Pero si allí [en el Bautismo] el Espíritu está unido al Padre y al Hijo, que nadie sea tan desvergonzado que diga otra cosa, y que tampoco nos acusen de ese modo, si seguimos lo que está escrito” (10, 24).


Antes de ser bautizado el obispo pide la renuncia al pecado y a Satanás y la profesión de fe en Dios Uno y Trino; tras lo cual se recibe la filiación divina y la inhabitación trinitaria. Todo ello demuestra la coesencia e igualdad del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo:


“Y en cuanto a la profesión de fe que depusimos en nuestra primera entrada cuando, apartándonos de los ídolos, nos acercamos al Dios vivo, quien no la guarda en toda ocasión y no se abraza a ella como a segura salvaguardia durante toda su vida, él mismo se enajena de las promesas de Dios y contradice al escrito de su puño y letra que había depositado en la profesión de su fe.

Pero, si el bautismo es para mí principio de vida, y el primer día es el de mi regeneración, está claro que la palabra más apreciada entre todas es la pronunciada al serme dada la gracia de la adopción filial.
¿Voy, pues, a dejarme seducir por las argucias de esas gentes y a traicionar esta tradición que me introdujo en la luz, que me regaló el conocimiento de Dios, y por la cual he sido hecho hijo de Dios, yo, su enemigo hasta entonces por causa del pecado?” (10, 26).




El Espíritu Santo por su naturaleza divina obra en el Bautismo, y el agua y las palabras sacramentales son eficaces por el Espíritu:


“El Espíritu... infunde la fuerza vivificante y renueva nuestras almas mudándolas de la muerte del pecado a la vida del origen.
Esto es, pues, al nacer de nuevo del agua y del Espíritu, en cuanto que la muerte se lleva a cabo en el agua, y el Espíritu obra la vida en nosotros.
Por consiguiente, el gran misterio del bautismo se efectúa en tres inmersiones y otras tantas invocaciones, con el fin de que esté representado el tipo de la muerte y las almas de los bautizados sean iluminadas por la transmisión del conocimiento de Dios. De modo que si en el agua hay alguna gracia, ésta no procede de la naturaleza del agua, sino de la presencia del Espíritu. El bautismo no es, efectivamente, despojamiento de la suciedad corporal, sino demanda a Dios de una conciencia buena” (15, 35).


Y el Espíritu Santo, por su consustancialidad con el Padre y el Hijo, produce en el alma del bautizado los siguientes efectos:


“Por medio del Espíritu Santo tenemos: el restablecimiento en el paraíso, la subida al reino de los cielos, la vuelta a la adopción filial, la confiada libertad de llamar Padre nuestro a Dios, de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado hijo de la luz, de tener parte en la gloria eterna y, en general, de estar en la plenitud de la bendición, en esta vida y en la futura, viendo como en un espejo la gracia de los bienes que nos reservan las promesas, y de los que esperamos ansiosos disfrutar por al fe, como si ya estuviesen presentes.

Pues, si tales son las arras, ¿cuál no será la totalidad? Y si tamaña es la primicia, ¿cuál no será la plenitud del todo?” (15, 36).




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