martes, 26 de julio de 2022

Sabiduría de los santos (Palabras sobre la santidad - C)



            Independientemente de la formación académica, de los estudios, de los libros (cosas éstas todas muy buenas en sí), los santos adquirieron un conocimiento distinto y superior, más incisivo y penetrante, más conforme a la verdad, sobre las personas, las cosas, el mundo, la realidad misma.


            En cierto sentido se puede afirmar que los santos son sabios. No lo son según el mundo, y tal vez no tenían algunos de ellos aptitudes para el estudio o la investigación, incluso muchos no supieron leer ni escribir; eran sabios no según el mundo, sino según Dios.

            En los santos, el Espíritu Santo derramó abundantes dones de ciencia y de sabiduría. Por eso hablaban con profundidad inusitada; veían con luz sobrenatural más allá de las apariencias, entendían mejor que nadie la realidad, podían discernir con acierto y rapidez, casi intuitivamente, llegaban a aconsejar certeramente, eran capaces de leer en el alma del otro o, al menos, comprenderle plenamente y orientarlo según Dios.


            Era un saber distinto, superior, sobrenatural. No era adquirido, sino recibido y madurado pacientemente en el santo.

            Son sabios, sí, no porque sepan algo que el resto de los hombres desconoce, o porque sean unos valientes coherentes con su fe, sino porque han gustado el amor del Señor. Realizada esta experiencia del amor de Cristo, el santo sabe que vivir la fe es muy serio, que compromete más que el trabajo o la familia y han aprendido y saben que hay que tomarse en serio la vida y que el Señor no los decepciona. Sabios al descubrir la seriedad de la vida cristiana y entregarse, sabios al no anteponer nada al amor de Cristo.

            Son sabios, sí, porque han recibido una sabiduría nueva y superior, la de Cristo crucificado, y ya nada los retiene ni aprisiona, y se libran de la mentalidad del mundo y de la carne, ¡porque tienen la mente de Cristo!

            Vivimos nuestra fe cristiana inmersos en la historia de los hombres, dentro de las coordenadas del espacio y del tiempo. En cada época histórica la Iglesia ha sido testigo de cómo muchos hijos suyos han abandonado los criterios de este mundo y han optado con firmeza y valentía por seguir la sabiduría de Dios (cf. Rm 12,2), esa sabiduría que está escondida a los soberbios y orgullosos, y que sólo los sencillos son capaces de comprender, sentir y vivir (cf. Mt 11,25).

            Son guiados por una sabiduría superior, y la reflejan y comunican en su rostro, en su gesto, en su palabra, en su consejo, en su orientación, en su conducta, en sus decisiones. ¡Cuántos acudían a ellos porque les hablaban con autoridad, con otro tono y peso que cualquier otra persona! Tenían fuerza sus palabras, veían con claridad lo que otros no acertaban ni a vislumbrar, captaban en la historia el hilo de la Providencia divina.

            Por gracia, despacio, han ido recibiendo un conocimiento nuevo, distinto. En grado sumo lo recibieron los místicos, pero en grado menor, todos los santos.

            “Hay otro género de conocimiento que es propio especialmente de los místicos. Lo llamaríamos de buena gana un conocimiento cuasi metafísico o un conocimiento de las cosas por su causa primera. Impresiona el carácter infalible que reviste la libertad de los santos. Su conocimiento de los misterios de Dios, superando la pesadez del razonamiento, va indiscutidamente a lo esencial. Conocen por dentro al Huésped de su alma. Lo mismo sucede con el conocimiento de otro, que no les turba ningún factor personal y ven en el otro lo que escapa a las miradas exteriores.

            Por el hecho mismo de que estos místicos han llegado a la vida deiforme, las operaciones de sus facultades cognoscitivas y volitivas sufren un cambio misterioso. Y no es raro encontrar místicos que parecen haber recibido de Dios luces, aun en el conocimiento de los hombres. En general, se piensa que se trata aquí de una intuición de carácter general. El místico, al haber llegado a una unión especialmente íntima con la Causa primera, ve las personas y las cosas a la luz de esta misma causa.

            San Juan de la Cruz afirma “que en la contemplación del alma descubre las relaciones y las disposiciones admirables de la sabiduría divina en sus obras”. Las criaturas le muestran su relación con Dios; cada una eleva en cierto modo la voz para proclamar lo que Dios ha puesto en ella. No hay que extrañarse de que los místicos sean metafísicos: la contemplación va derecha al corazón del ser” (Lafrance, J., Teresa de Lisieux, guía de almas, Madrid 2001 (3ª), 139).

            “Primicia de la sabiduría es el temor del Señor” (Sal 110). Los santos vivieron el asombro, el respeto, la admiración ante el Dios vivo y de Él recibieron esa sabiduría única.

No hay comentarios:

Publicar un comentario