37. Cristo,
"quien al venir por vez primera en la humildad de nuestra carne realizó
el plan de redención, trazado desde antiguo, y nos abrió el camino de
la salvación; para que cuando venga de nuevo en la majestad de su
gloria, revelando así la plenitud de su obra, podamos recibir los bienes
prometidos que ahora, en vigilante espera, confiamos alcanzar".
¡Ven Señor! Ojalá se rasgase el cielo y bajases: el amor no puede sufrir la distancia. "Descubre tu presencia y máteme tu vista y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura". Nuestro deseo crece más y más, el corazón se dilata: ¡te esperamos, ven ya, Señor Jesús!
38. "Va
a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria": entra por el camino de
la humildad de la Encarnación, porque el método divino siempre es la
humildad, alejado de lo espectacular. Y entra buscando la colaboración
humana (Maria, José). Estas son las dos notas del método divino... que
también debe ser el nuestro. ¡¡Ven!!
39. Que
en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente (Sal 71).
La paz "universal" y la verdadera justicia sólo se dan en los tiempos
mesiánicos, cuando el león y el novillo pacerán juntos, la vaca esté
junto al oso... ¡y no pase nada! Será porque un niño pequeño -Jesús el
Salvador hecho hombre- los pastorea. ¡Ah! Entonces Él librará al pobre
que clamaba al afligido que no tenía protector. Ven Señor Jesús.
40. ¡Jesucristo
nos es necesario! Sólo Jesucristo. El deseo del corazón tiende a Él y
reconoce en Él la correspondencia más plena con lo que el corazón ansía,
porque para Él hemos sido hechos.
41. Vigilad.
Velad. Sólo espera quien necesita algo y saben que se lo van a dar, o
quien ama a alguien con el que ha quedado para verse. La gran necesidad y
el gran deseo es solamente Cristo. La espera dilata el deseo para
acoger mejor el Don. Pero, ¿lo esperamos? Además, ¿el mundo lo espera?
Tal vez no porque se cree satisfecho y no reconoce la gran necesidad: la
Persona de Cristo.
42. "Todo
es mío", dice el Señor por el profeta Zacarías. ¡Todo es de Él! El
mundo y la historia, los hombres, nuestras pequeñas biografías, nuestros
deseos y proyectos así como nuestros cansancios y desolaciones. ¡Todo
es de Él! A Él le devolvemos todo... y lo ponemos en sus manos (también
mi cansancio y mi soledad y mi alegría y mi ilusión).
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