lunes, 10 de enero de 2022

Los mártires y la Eucaristía


La Iglesia lleva XXI siglos de existencia, obediente a Cristo, fiel a su vocación y misión, realizando la obra de Dios en medio de los hombres. No busca ni quiere privilegios de ningún tipo; no desea protagonismos políticos; no se mueve, aunque muchos así quieran desacreditarla, por intereses económicos. 



La vocación y la vida de la Iglesia es sobrenatural, y difícilmente se la puede comprender si se le aplican categorías de pensamiento terrenales. La Iglesia no es de este mundo aunque esté en este mundo para servir al mundo.
 
  Ideólogos y políticos, reyes y poderosos, filósofos y psiquiatras, falsos intelectuales y artistas, muchos han sido los que han atacado y siguen atacando a la Iglesia desde el prejuicio, la ideología o desde otros intereses mucho más ruines y más inconfesables.

Si se mira con serenidad la historia de la Iglesia, se observará que es una historia de luces y sombras, porque el pecado de los hombres está ahí, en la Iglesia; se observará igualmente, si se es objetivo, el bien inmenso que la Iglesia ha realizado para todos los hombres: en la promoción social, la marginación y la pobreza, en la justicia y la paz, en la enseñanza, la educación, la ciencia, la cultura, las artes... La Iglesia ha hecho que el hombre responda más plenamente a su vocación humana y sobrenatural, ha creado cultura, la cultura cristiana, y el humanismo cristiano.

Todo este inmenso bien ha tenido un alto coste: la sangre de los mártires. La Iglesia -también, cómo no, en España- posee una historia martirial muy amplia desde los primeros tiempos del cristianismo; nuestra tierra es tierra de mártires (¿dónde está lo de la tolerancia, lo de la convivencia de las tres grandes culturas, si asesinaron a muchísimos cristianos sólo por ser cristianos?). 


Numerosos han sido los ataques y persecuciones que ha padecido la Iglesia; innumerables las calumnias; atroces las acusaciones. Como el odio es ciego e irracional, el fanatismo (todos son iguales aunque varíe la ideología que los sustenta) pensaba que se podía acabar con la Iglesia, destruirla con oleadas de persecuciones. No pueden. La Iglesia está asentada sobre la firme promesa del Señor: “las puertas del infierno no prevalecerán”. Se comprende así que mientras más arreciaban las persecuciones, más fuerte y mucho más libre se sentía la Iglesia. 

Los católicos reaccionaban  en las persecuciones y ataques con una adhesión más firme y más llena de amor a Jesucristo; procuraban ser más fieles aún y se sentían impulsados al apostolado, a la evangelización confiando sólo en Cristo. El ambiente era hostil, pero la Iglesia crecía. Todo el infierno se ponía en movimiento y hacía mucho ruido, pero “las puertas del infierno no prevalecerán”. 

Las persecuciones conseguían el resultado contrario: no destruían a la Iglesia, sino que la hacían más fiel, más valiente, más apostólica, más viva. Se acuñó una frase para explicar esta paradoja: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos” (Tertuliano, apologético, c. 50). La fe se ha transmitido en nuestra Iglesia por la sangre de tantos mártires de todas las épocas.

Algunas cosas podemos aprender de esta mirada a la historia de la Iglesia. Una de ellas será la necesidad de despertar, de afianzar la fe, de acrecentar el dinamismo apostólico y evangelizador, porque hoy también se ataca a la Iglesia desde distintos sectores pero con amplia cobertura en los medios de comunicación social. Aunque estos ataques son muy molestos y persistentes, bien pueden servir para estimular y espolear la comodidad. Es hora de navegar “mar adentro” con nuevo ardor y nuevos métodos. ¡Tiempo de despertar!

Algo más podremos aprender: tener paz, serenidad, una mirada sobrenatural. En ocasiones los ataques son tan virulentos que nos dan la sensación de que van a poder con la Iglesia, que la van a arrinconar, pero pensemos con perspectiva: ni han podido ni podrán con la Iglesia porque tiene la fuerza del Espíritu Santo y la presencia de Cristo. ¡A nada hay que temer! ¡No hay porqué acobardarse! 

Quienes ahora atacan a la Iglesia desaparecerán, pero la Iglesia permanecerá hasta el fin de los siglos. Estos nuevos perseguidores, tan “modernos” y tan “tolerantes” pasarán, la Iglesia, que es de Dios y no de los hombres, durará por siglos. Lo sabemos. Ya han pasado muchos dictadores, muchos emperadores, muchos políticos, muchos filósofos, que, pretenciosamente, pensaban que ellos iban a destruir la Iglesia, acabar con el cristianismo. Pero ellos ya no están...

El recuerdo de los mártires, y las beatificaciones y canonizaciones que se sucenden, pueden ser una ocasión muy propicia para tomar el pulso a su propia vitalidad cristiana, saber responder a los ataques continuos con serenidad y paz, y acudir a la fuente de toda fortaleza: la Eucaristía. El Sacramento de la Eucaristía fue el alimento, el pan de los fuertes, para los mártires. La Iglesia hoy, con ataques continuos en nuestra ya descristianizada sociedad tendrá la fortaleza necesaria si vive de la Eucaristía. Su celebración y adoración revitalizarán las conciencias y las almas. “Sin la Eucaristía no podemos vivir”. No son palabras, es una realidad que innumerables mártires, a lo largo de todos los siglos, testifican.

Será el Sacramento de la Eucaristía el que dará fortaleza para ser testigos del Señor en este siglo XXI.

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