martes, 18 de enero de 2022

Caminos (sencillos) del humanismo cristiano

El valor de la persona, el reconocimiento del valor y dignidad del otro, el respeto a su pasado y a su presente, a su riqueza interior... en nuestro mundo, son llamada y signo de un nuevo momento y expresión histórica del cristianismo, la de un recto y profundo humanismo cristiano



Más aún, ya Juan Pablo II, en su primera encíclica, "Redemptor Hominis", programática de lo que es su pontificado, afirmaba que "el hombre es el camino de la Iglesia" (nº 14): el hombre no es un absoluto, está referido, abierto, religado, llamado, a Dios: aquí radica la mejor y más esencial referencia del humanismo cristiano, que nace en el mismo momento en que el Verbo se hizo carne (Jn 1,14) uniéndose de este modo a todo hombre (GS 22).

Se habla a menudo, en la prensa, en la televisión, de la "deshumanización" que invade nuestro mundo. El cine contemporáneo lo denuncia, la misma sociedad reclama un mundo "más humano". Mas esta plena humanización sólo encontrará su más plena y satisfactoria realización en el catolicismo.

Signos de deshumanización se denuncian cuando a los enfermos, en hospitales o consultas médicas, se les trata, a veces, como un estorbo, casi sin respeto, como un número o expediente, hacinados en los pasillos, perdiendo toda dignidad; o el trato frío de las ventanillas de cualquier oficina, donde se despersonaliza, sin una acogida ni ningún rasgo de amabilidad, de ver en el otro una persona; signos de deshumanización, incluso, en la misma Iglesia pueden ocurrir cuando se exige, se obliga, se imponen cargas pesadas pero luego no se mueve un dedo para ayudar a llevarlas (cf. Mt 23,4) siendo así que el Evangelio es descanso, yugo suave y carga (cf. Mt 11,28.30), que no agobia, ni hunde, ni provoca desconsuelo en el alma; se puede dar una deshumanización cuando en la Iglesia no se escuche al otro, sus necesidades y problemas, sus carismas y sus deseos, porque la Iglesia -en sus hijos- deberá y querrá escucharlo y recibirlo "como al mismo Cristo" (máxima que tanto insistirá S. Benito en su Regla Monástica), amarlo e intentar ganarlo para Cristo, con suavidad, con "lazos de amor" (Os 11,4).

En todas las circunstancias y en todos los ámbitos, la Iglesia sabe que el hombre es su camino, portadora Ella misma del mejor y más profundo humanismo que lo va realizando como germen, semilla y fermento del Reino. Ella misma "humaniza" porque sabe el valor que tiene toda persona (¡y el alto precio que Jesucristo pagó por ella: su propia sangre!). 


Atraerá con amor e inteligencia, no con exigencias, imposiciones o presiones; escuchará, comprenderá, sufrirá y llorará o reirá y cantará cuando la persona que esté enfrente esté sufriendo o esté gozosa, porque humanismo auténtico es hacerse todo a todos; verá cómo servir y amar al otro en todo, contribuyendo a su crecimiento y a su bien; tendrá signos maternales.

"El hombre es el camino de la Iglesia". Pretender imponer leyes y principios -que dan seguridad- a costa de lo que sea, sin atender a las circunstancias reales y a las posibilidades de cada persona, es deshumanizador; sí es humanismo sano y recto permitir que el otro vaya interiorizando las normas y dando pasos graduales para que las viva en su plenitud, sin ser tajantes ni legalistas, sabiendo que la ley está para el hombre y no el hombre para la ley; nadie vea aquí ni considere esto como ácrata, o piense en un relativismo mortal: la ley y sus normas garantizan el orden, el bien y la verdad, buscando siempre la comunión; pero todo hay que aplicarlo misericordiosamente, atendiendo a las posibilidades y circunstancias concretas de la persona. Por muy bueno que sea el deporte, no se puede exigir a un paralítico que juegue al fútbol, porque no es que no quiera, ¡es que no puede...!
         
Un verdadero humanismo cristiano tendrá presente el hoy de la persona. Su pasado lo ha marcado, ha configurado su vida, una historia de gozo y sufrimiento que puede ser amada, y que ha dirigido la vida de una persona hasta su hoy, su presente. 

Mas no por eso podemos delimitar o de-finir a una persona:  el pasado no determina a la persona, ésta puede crecer, cambiar, dar otro rumbo a su vida, convertirse... es más fácil escandalizarse o reprochar que echarse al cuello y abrazar al otro -como el padre misericordioso (Lc 15)- pensando "¡cuánto habrás sufrido!" Pensar que "como hizo esto, o dejó de hacer aquello otro, ahora no podrá..." es condenar. ¿Fue ésta la actitud de Jesús con la samaritana que ya había tenido cinco maridos, o con la prostituta que vendía su cuerpo o con Mateo, el publicano...? Su pasado está ahí, su hoy es nuevo, el futuro se queda en las manos de la Providencia.

Del mismo modo, el pasado influye y condiciona el presente de una persona. No se puede caer en el otro extremo: olvidar la historia pasada, no tenerla en cuenta, querer partir de cero. Para comprender y amar a una persona, habrá que aceptarla y conocerla desde su historia, acogiéndola tal cual es. No se le puede echar en cara a una persona que es coja porque se ha caído de un décimo piso: habrá que saber que se ha caído y dar gracias que no se mató sino que sigue vivo, y asumir sus deficiencias y carencias con amor.

Este humanismo cristiano posibilita la extensión y el crecimiento del Reino de Dios. Son relaciones nuevas de los hombres entre sí y con Dios. Vivido en el mercado, en el vecindario, en el trabajo, con la familia; vivir este humanismo en la misma comunidad eclesial, en todos sus miembros y funciones, en sus actividades y en su ser... "El hombre es el camino de la Iglesia".

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