Si, tal como expresó el poeta
clásico Terencio, “nada de lo humano me es ajeno”, Internet no es una realidad
comunicativa ajena o extraña a la
Iglesia, sino que también le importa y asume esta realidad de
comunicación virtual como medio de evangelización, transmisión de la fe,
educación cristiana y presencia que engendra cultura.
Pensar así, comprender de
esta forma el fenómeno de Internet, implica abandonar una visión pastoral
estrecha y reducida (una “pastoral de campanario”) que sólo ve lo poco que a
uno le rodea limitándose a hacer “lo de siempre” y mirando como sospechoso
otras formas, métodos o realidades a las que se califica despectivamente como
“pérdida de tiempo”.
Si en general los nuevos medios de comunicación social
eran calificados por Juan Pablo II como areópagos, Internet, más en concreto,
es definido como un foro, y esto mismo ya supone una riqueza y demuestra lo
interesante, apasionante incluso, que puede resultar la red:
“Internet es ciertamente un nuevo
“foro”, entendido en el antiguo sentido romano de lugar público donde se
trataba de política y negocios, se cumplían los deberes religiosos, se
desarrollaba una gran parte de la vida social de la ciudad, y se manifestaba lo
mejor y lo peor de la naturaleza humana. Era un lugar de la ciudad muy
concurrido y animado, que no sólo reflejaba la cultura del ambiente, sino que
también creaba una cultura propia. Esto mismo sucede con el ciberespacio, que
es, por decirlo así, una nueva frontera que se abre al inicio de este nuevo
milenio. Como en las nuevas fronteras de otros tiempos, ésta entraña también
peligros y promesas, con el mismo sentido de aventura que caracterizó otros grandes
períodos de cambio. Para la
Iglesia, el nuevo mundo del ciberespacio es una llamada a la
gran aventura de usar su potencial para proclamar el mensaje evangélico”[1].
De hecho, muchas páginas en Internet se llaman “foros” en
función de proponer un tema de debate o coloquio donde cualquiera puede
intervenir creando conversaciones virtuales apasionantes, a veces tensas, otras
sumamente elevadas en contenido y argumentación. Es algo nuevo que pide
participación.
¿La voz de los católicos enmudecerá por no entrar en los foros?
¿La voz de los católicos creará amplios y diversos foros que fomenten el
diálogo y la comunicación de quienes buscan y piden respuestas desde la Verdad?
¿Serán otras las
voces que siempre se oigan en internet, otras las comunicaciones y
afirmaciones, y los católicos se mantendrán al margen, con temor a entrar, con
inmadurez argumentativa, sin atreverse a dar razón de su esperanza?
En este gran foro, Internet, la Iglesia encuentra un campo
evangelizador que corresponde a su propia esencia y naturaleza. “La Iglesia debe ir hacia el
diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio”[2]
prolongando el diálogo de la salvación que Dios ha entablado con el hombre. “El
coloquio es, por lo tanto, un modo de ejercitar la misión apostólica; es un
arte de comunicación espiritual”[3].
El diálogo es parte irrenunciable de la misión evangelizadora, con amor
pastoral, con respeto y prudencia, sin imposiciones pero con claridad, desde la
propia identidad, sin renunciar a su ser, ni ocultarlo, ni disimularlo. Ser
católicos –en este caso, en Internet- sin ningún signo de secularización
interna, sino mostrándose plenamente católico para entablar el diálogo.
“Pero subsiste el peligro. El arte del apostolado es arriesgado. La solicitud por acercarse a los hermanos no debe traducirse en una atenuación o en una disminución de la verdad. Nuestro diálogo no puede ser una debilidad frente al deber con nuestra fe. El apostolado no puede transigir con una especie de compromiso ambiguo respecto a los principios de pensamiento y de acción que han de señalar nuestra cristiana profesión. El irenismo y el sincretismo son en el fondo formas de escepticismo respecto a la fuerza y al contenido de la palabra de Dios que queremos predicar” (Pablo VI, Ecclesiam suam, n. 33).
Internet hoy es una referencia fundamental para la
evangelización como lugar de misión y como medio para el apostolado. Dadas sus
características de difusión, de inmediatez y accesibilidad, “Internet puede
ofrecer magníficas oportunidades para la evangelización si se usa con
competencia y con una clara conciencia de sus fuerzas y sus debilidades”[4].
Posee, por sus propias características y dinámica interactiva, un gran
potencial para la formación católica y, por tanto, catequético, del que hay que
ser muy consciente y saberlo aprovechar:
“Internet también puede facilitar el
tipo de seguimiento que requiere la evangelización. Especialmente en una
cultura que carece de bases firmes, la vida cristiana requiere una instrucción
y una catequesis continuas, y esta es tal vez el área en que Internet puede
brindar una excelente ayuda. Ya existen en la red innumerables fuentes de
información, documentación y educación sobre la Iglesia, su historia y su
tradición, su doctrina y su compromiso en todos los campos en todas las partes
del mundo. Por tanto, es evidente que aunque Internet no puede suplir nunca la
profunda experiencia de Dios que sólo puede brindar la vida litúrgica y
sacramental de la Iglesia,
sí puede proporcionar un suplemento y un apoyo únicos para preparar el
encuentro con Cristo en la comunidad y sostener a los nuevos creyentes en el
camino de fe que comienza entonces”[5].
La catequesis, o la formación continua o permanente, han
desbordado el ámbito de los salones parroquiales, de los grupos de estudio, que
tampoco por otra parte son mayoritarios en la comunidad cristiana o parroquial,
para instalarse además en Internet, donde sí van a participar muchos que no
tienen o no desean otra posibilidad, pero que están movidos por un deseo de
continuo crecimiento en la fe y en la doctrina, que no se conforman con un
nivel básico, sino que reclaman profundidad en la exposición, rigor en los
argumentos y una introducción lo más completa posible a la vida cristiana.
Internet lo puede ofrecer para una relectura constante de los temas, la
reflexión personal y mediante los comentarios, plantear cuestiones, ofrecer la
propia experiencia cristiana, sugerir otros temas, etc., permitiendo una
asimilación lenta y reflexionada que tal vez no ofrezcan los grupos de
catequesis con un horario y duración fijados, y una transmisión oral que sólo
se puede retener en la memoria.
Otra tarea que permite Internet y que, al mismo tiempo,
es un desafío, es el testimonio católico que se puede dar en la red. La
presencia de los católicos en la red, católicos confesantes, con clara
identidad católica, puede ser determinante para muchos, mostrando una Iglesia
que está viva, una Iglesia que siempre es joven. Allí donde acuden todos para
navegar en busca de cualquier cosa, la presencia testimonial de los católicos
interroga, cuestiona.
Asimismo, esta presencia testimonial puede lograr
reforzar el propio testimonio al confrontarlo con la experiencia cristiana de
otros, ser iluminados por lo que otros viven y cuentan de sí mismos, vivir una
experiencia de la catolicidad al ver a otros muchos católicos compartir
sencillamente su fe, su vivencia, su inserción eclesial, etc.
Finalmente, junto al testimonio cristiano, y
anteriormente las posibilidades formativos y catequéticas, la posibilidad de
evangelizar en la red, la tarea del anuncio de Cristo y de la salvación en
Internet. Es éste un nuevo púlpito nada desdeñable. En esta red digital, hay
que echar las redes, mar adentro, de la evangelización, sin prejuicios.
“En los primeros tiempos de la Iglesia, los Apóstoles y sus discípulos llevaron la Buena Noticia de Jesús al mundo grecorromano. Así como entonces la evangelización, para dar fruto, tuvo necesidad de una atenta comprensión de la cultura y de las costumbres de aquellos pueblos paganos, con el fin de tocar su mente y su corazón, así también ahora el anuncio de Cristo en el mundo de las nuevas tecnologías requiere conocer éstas en profundidad para usarlas después de manera adecuada.A vosotros, jóvenes, que casi espontáneamente os sentís en sintonía con estos nuevos medios de comunicación, os corresponde de manera particular evangelizar este “continente digital”. Haceos cargo con entusiasmo del Evangelio a vuestros coetáneos. Vosotros conocéis sus temores y sus esperanzas, sus entusiasmos y sus desilusiones. El don más valioso que les podéis ofrecer es compartir con ellos la “buena noticia” de un Dios que se hizo hombre, padeció, murió y resucitó para salvar a la humanidad”[6].
¡Preciosa metáfora: “continente digital”! Si otros
continentes (Europa, luego África y América...) fueron evangelizados por
celosos y arriesgados misioneros, este “continente digital” será igualmente
evangelizado si se toma en serio y existen apóstoles capaces de dedicarse
también a esta tarea evangelizadora, poniendo en juego su creatividad,
ofreciendo su testimonio y su presencia, dedicando tiempo (¡nunca es tiempo
desperdiciado!) a escribir e intervenir.
[1] JUAN PABLO II, Mensaje para la XXXVI Jornada
mundial de las comunicaciones sociales, 12-mayo-2002, n. 2.
[2] PABLO VI, Ecclesiam suam, n. 27.
[3] Id., n. 31.
[4] JUAN PABLO II, Mensaje para la XXXVI Jornada
mundial de las comunicaciones sociales, 12-mayo-2002, n. 3.
[5] Id., n. 3.
[6] BENEDICTO XVI, Mensaje en la XLIII Jornada
mundial de las comunicaciones sociales, 24-mayo-2009.
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