Cuatro son los saludos
fundamentales en el actual Ordinario de la Misa, y los cuatro destacan la presencia del
Señor Jesucristo así como la oración de los fieles para que el Señor asista en
su espíritu sacerdotal al ministro ordenado (obispo, presbítero o diácono) que
realiza la acción litúrgica.
El
primer saludo, al inicio de la celebración eucarística, hace consciente a la
asamblea de no ser una reunión más, algo social, humano, grupal, sino el pueblo
santo de Dios y su Cuerpo eclesial, que reconoce al Señor en medio de ellos.
El
segundo saludo lo dirige al diácono antes de la proclamación de la lectura
evangélica, con las manos juntas. Así se recuerda a todos que es el Señor mismo
quien va a leer el Evangelio por medio del diácono (si no lo hay, por medio del
sacerdote) y se ruega que el Señor asista al lector ordenado para hacerlo
dignamente.
El
tercer saludo comienza la plegaria eucarística, plegaria de acción de gracias y
consagración, recordando el sacerdote a los fieles hasta qué punto el Señor se
va a hacer presente que el pan y el vino, elementos comunes que diría san
Ireneo, se van a transformar en su Cuerpo y Sangre. Los fieles ruegan, “y con
tu espíritu”, que el Espíritu Santo asista al espíritu del sacerdote para
desempeñar su función sacerdotal y pronunciar la gran plegaria eucarística y
consagrar santamente los dones.
El
cuarto saludo y la respuesta de los fieles están situados al final, antes de la
bendición con la que concluyen los ritos litúrgicos. Se recuerda que es el
Señor quien bendice a su pueblo y lo despide.
Son
éstas las presencias que el saludo recuerda e invita a reconocer y acoger:
“para esta reunión local de la santa Iglesia vale eminentemente la promesa de
Cristo: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos” (Mt 18, 20). Pues en la celebración de la Misa, en la cual se perpetúa
el sacrificio de la cruz, Cristo está realmente presente en la misma asamblea
congregada en su nombre, en la persona del ministro, en su palabra y, más aún,
de manera sustancial y permanente en las especies eucarísticas” (IGMR 27).
Pero,
además, y no puede olvidarse, los saludos y sus respuestas, los diferentes
diálogos y aclamaciones de los fieles con el sacerdote, son medios reales de
participación litúrgica, de tomar parte en la santa liturgia
“Ya que por su naturaleza la celebración de la Misa tiene carácter
“comunitario”, los diálogos entre el celebrante y los fieles congregados, así
como las aclamaciones, tienen una gran importancia, puesto que no son sólo
señales exteriores de una celebración común, sino que fomentan y realizan la
comunión entre el sacerdote y el pueblo.
Las aclamaciones y las respuestas de los fieles a los saludos del
sacerdote y a las oraciones constituyen el grado de participación activa que
deben observar los fieles congregados en cualquier forma de Misa, para que se
exprese claramente y se promueva como acción de toda la comunidad” (IGMR
34-35).
Al
comenzar la Misa,
cuando el sacerdote ha besado el altar y sube a la sede, se dirige a todos los
fieles y los saluda con un saludo litúrgico. Con él, aparecen los fieles y el
sacerdote que los preside como la misma Iglesia congregada y convocada por el
Señor: “por medio del saludo, expresa a la comunidad reunida la presencia del
Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo se manifiesta el misterio
de la Iglesia
congregada” (IGMR 50).
“Vuelto hacia
el pueblo y extendiendo las manos, el sacerdote lo saluda usando una de las fórmulas
propuestas” (IGMR 124). Las fórmulas del Misal, en la edición castellana, son
variadas y algunas, además, reservadas a cada tiempo litúrgico.
Junto
a la clásica, “el Señor esté con vosotros”, están otras tomadas o inspiradas de
los saludos paulinos:
·
“La
gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del
Espíritu Santo esté con todos vosotros”
·
“La
gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y de Jesucristo, el Señor, esté con
todos vosotros”
·
“El
Señor, que dirige nuestros corazones para que amemos a Dios, esté con todos
vosotros”
·
“La paz, la caridad y la fe, de parte de Dios
Padre, y de Jesucristo, el Señor, estén con todos vosotros”
·
“El Dios de la esperanza, que por la acción del
Espíritu Santo nos colma con su alegría y con su paz, permanezca siempre con
todos vosotros”.
Pero
con un matiz particular, se ofrece una fórmula para cada tiempo litúrgico, que
repetida cada día, marca una tonalidad espiritual para los fieles.
·
En Adviento: “El Señor, que viene a salvarnos,
esté con vosotros”.
·
En Navidad: “La paz y el amor de Dios, nuestro
Padre, que se ha manifestado en Cristo, nacido para nuestra salvación, estén
con vosotros”.
·
En Cuaresma: “La gracia y el amor de Jesucristo,
que nos llama a la conversión, estén con todos vosotros”.
·
Por último, en la cincuentena pascual: “El Dios de la vida, que ha resucitado a Jesucristo,
rompiendo las ataduras de la muerte, esté con todos vosotros”
El
segundo saludo en la Misa
lo realizará el diácono cuando ha llegado en procesión al ambón para leer el
Evangelio (o el sacerdote, si no hay diácono). Forma parte de los elementos con
los que se reconoce y profesa la presencia de Cristo que habla a la Iglesia (cf. IGMR 60). “Ya
en el ambón, el sacerdote abre el libro y, con las manos juntas, dice: El
Señor esté con ustedes; y el pueblo responde: Y con tu espíritu” (IGMR 134).
La
gran plegaria eucarística es momento culminante del rito eucarístico. Comienza
con un diálogo entre sacerdote y fieles (El Señor esté con vosotros –
Levantemos el corazón – Demos gracias al Señor nuestro Dios) y prosigue
enumerando la acción de gracias a Dios hasta llegar, después de la
consagración, a la oblación del Cuerpo y Sangre de Cristo al Padre: “Por
Cristo, con él y en él…” La recita solo el sacerdote y “el pueblo se asocia al
sacerdote en la fe y por medio del silencio, con las intervenciones
determinadas en el curso de la Plegaria Eucarística, que son las respuestas en
el diálogo del Prefacio…” (IGMR 147). Así, “al iniciar la Plegaria Eucarística,
el sacerdote extiende las manos y canta o dice: El Señor esté con vosotros;
el pueblo responde: Y con tu espíritu” (IGMR 148).
Por último,
después de la oración de postcomunión, “el sacerdote, extiende las manos y
saluda al pueblo, diciendo: El Señor esté con vosotros, a lo que el
pueblo responde: Y con tu espíritu”
(IGMR 167) e imparte la bendición final. Cristo que bendecía a los niños, que
bendijo a los apóstoles mientras ascendía a los cielos, sigue bendición a los
suyos en la liturgia por las manos del sacerdote. Realmente, el Señor está con
nosotros en la liturgia.
El
mismo sentido tiene el saludo y la respuesta en los demás sacramentos y
celebraciones litúrgicas de la Iglesia.
Recordemos, por ejemplo, cómo para las grandes plegarias de la Iglesia, antes de la
reforma, el obispo saludaba y recibía la respuesta “y con tu espíritu” de los
fieles antes de pronunciarlas, por ejemplo, la consagración del crisma o la
consagración de las aguas bautismales.
Hoy perdura
este saludo en el pregón pascual que lo entona el diácono y, por el contexto,
la respuesta “y con tu espíritu” marca el deseo y oración de todos para que el
Espíritu Santo asista al diácono en su espíritu a fin de cantar dignamente la
alabanza del cirio: “invocad conmigo la
misericordia de Dios omnipotente, para que aquel que, sin mérito mío, me agregó
al número de los diáconos, complete mi alabanza a este cirio, infundiendo el
resplandor de su luz”.
Sin
embargo, si no es un diácono (o un sacerdote) quien cante el pregón pascual,
sino un cantor, éste omitirá el saludo. Vemos de nuevo cómo “y con tu espíritu”
es algo más que decir “y contigo”, porque alude al “espíritu sacerdotal”
recibido en el Sacramento del Orden.
Las
celebraciones que pueden ser dirigidas por laicos carecen de este saludo
litúrgico. En el Bendicional, hay muchas de ellas que indican en las rúbricas
que pueden ser dirigidas por laicos y cambian en los saludos, en la forma de
leer el Evangelio y en la despedida final, para evitar el saludo litúrgico y la
respuesta “y con tu espíritu”. Veamos algunos ejemplos sobre el saludo inicial.
En la bendición de una familia, si el ministro es laico saluda a los presentes
diciendo: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos nosotros” y se
responde “Amén” (Bend 48); la bendición de un niño: “Hermanos, alabemos y demos
gracias al Señor, que abrazaba a los niños y los bendecía”, y responde:
“Bendito seas por siempre, Señor”, o bien: “Amén” (Bend 142). La bendición de
los que van a emprender un viaje ofrece el siguiente saludo si dirige un laico:
“El Señor vuelva su rostro hacia nosotros y guíe nuestros pasos por el camino
de la paz”, “Amén” (Bend 494)… O la bendición más común, la del belén navideño,
comienza con este saludo: “Alabemos y demos gracias al Señor, que tanto amó al
mundo que le entregó a su Hijo”, respondiendo todos: “Bendito seas por siempre,
Señor” (Bend 1246).
Varía la forma de leer el Evangelio en estos sacramentales si lo realiza
un laico. En lugar del saludo y la respuesta “y con tu espíritu”, dirá:
“Escuchad ahora, hermanos, las palabras del santo Evangelio según san…” (cf.
Bend 1248; 1257). Como varía, lógicamente, el rito final, ya que ni hay saludo
ni se imparte la bendición, sino que se implora que Dios bendiga a los
presentes: “Jesús, el Señor, que vivió en el hogar de Nazaret, permanezca
siempre con vuestra familia, la guarde de todo mal y os conceda que tengáis un
mismo pensar y un mismo sentir”, “Amén” (Bend 60), o en la bendición de los
niños: “Jesús, el Señor, que amó a los niños, nos bendiga y nos guarde en su amor”,
“Amén” (Bend 156).
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