Los santos son el Evangelio vivido.
El
Evangelio impregnó las fibras más sensibles de sus almas, en sus razonamientos,
actitudes, sentimientos y obras; ellos fueron, por su radicalidad evangélica,
auténticos reformadores en la
Iglesia, más con su santidad de vida que con sus iniciativas
y discursos; reformadores en la
Iglesia, núcleos de verdadera humanidad en cada época
histórica. ¡Como ellos, también nosotros llamados a la santidad, a la vivencia
renovada el Evangelio, a la adhesión amorosa y personal a Jesucristo, viviendo
con fidelidad el misterio de la
Iglesia, sirviendo y amando al hombre, a todo hombre!
¡Santos,
llamados la santidad! ¡Ahora nos toca a
nosotros!
En
esta etapa histórica, ya iniciado el tercer milenio, ¡nos toca a nosotros ser
los santos de este milenio!
Ahora,
ya, no más tarde, ni mañana, ni dentro de unos años, ahora nos toca ser los
santos que Dios espera para los hombres y el mundo de nuestra época.
¿Qué
responderemos al Dueño de la Viña?
Él sigue llamando, con paciencia y misericordia, para que acudamos a la viña de
la santidad, a trabajar con Él y para Él. ¿Quién responderemos, qué haremos?
Ahora se puede entender mejor el hincapié en la santidad que Juan Pablo II está
realizando.
¡Santos,
llamados a la santidad!
Todo
bautizado, viviendo en santidad. Los fieles laicos –en los muchos modos y
caminos espirituales- viviendo en santidad e impregnando las realidades
temporales del espíritu evangélico. Los matrimonios santos, en el mutuo amor,
entrega y sacrificio, engendrando hijos para Dios y entregándoles el depósito
de la fe. Los religiosos, que sean santos, en la renovada vivencia de los votos
y la fidelidad a su carisma y misión. Los contemplativos santos, abiertos al
Misterio, entregados ala liturgia, la
oración y el estudio. Los sacerdotes santos, configurados con Cristo Buen
Pastor, santificando, enseñando y rigiendo... ¡Santos, llamados a la santidad!
¡Todos, con un mismo deseo y vocación, la santidad! ¡Santos o fracasados, no
hay término medio!
Es
bueno considerar despacio qué es la santidad para así desearla más
fervientemente. Que sean las palabras del Papa las que guíen la consideración:
“Nos llama para que seamos “suyos”: quiere que todos sean santos...¡Tened la santa ambición de ser santos como Él es santo!Me preguntaréis: ¿Acaso es posible ser santos hoy en día? Si tan sólo pudiéramos contar con los recursos humanos, semejante hazaña parecería justamente imposible. Bien conocéis, de hecho, vuestros éxitos y derrotas; sabéis que cargas oprimen al hombre, cuántos peligros lo amenazan y cuáles consecuencias provocan sus pecados. A veces puede verse invadido por el desaliento y llegar a pensar que no es posible cambiar nada, ni en el mundo ni en sí mismo.Si es verdad que es arduo el camino, también lo es que todo lo podemos en aquél que es nuestro Redentor. No os dirijáis, pues, a nadie, sino a Jesús. No busquéis en otro lugar lo que sólo Él puede daros... Con Cristo, la santidad –proyecto divino para todo bautizado- se hace posible. Contad con Él: creed en la fuerza invencible del Evangelio y poned la fe como cimiento de vuestra esperanza. Jesús camina con vosotros, renueva vuestro corazón y os refuerza con el vigor de su Espíritu...¡No temáis ser los santos del nuevo milenio! Sed contemplativos, amantes de la oración; coherentes con vuestra fe y generoso en el servicio a los hermanos, miembros activos de la Iglesia y artífices de paz. Para realizar tan exigente programa de vida, seguid escuchando su Palabra, sacad fuerzas de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía y de la Penitencia. El Señor quiere que seáis apóstoles intrépidos de su Evangelio y constructores de una Humanidad nueva” (JUAN PABLO II, Mensaje para la XV Jornada Mundial de la Juventud del año 2000, 29-junio-1999).
La
santidad: ¿hay algo más hermoso?
La
santidad: ¿algo más apetecible?
La
santidad: ¿un proyecto más apetecible?
Lo
mejor es la santidad.
Lo
más alto y bello.
Lo
más necesario, lo único imprescindible.
¿Cuándo
lo veremos con claridad y lo amaremos con pasión?
¿Cuándo?
¡Y
todo sin retrasos! El Señor tiene prisa por hacernos santos.
Tiene
prisa por suscitar santos para esta generación.
¡Santos!,
porque son la respuesta de Dios en cada momento, en cada etapa histórica, en
cada necesidad y circunstancia.
¡Santos!
¿No arde nuestro corazón al sabernos llamados para esta alta vocación y misión?
¡Santos!
Ésos son los verdaderos héroes de la historia, los grandes genios aun en su
sencillez, los creadores de la verdadera cultura.
¡Santos!,
porque el mundo se cambia con la santidad.
La
vida cobra sabor, forma, luz y calor, cuando se vive en santidad. Esto no es
inalcanzable, es posible y real; además, si es para todos, a todos habrá que
impulsar y estimular, acompañar y orientar, ¡nada de mínimos!, todo a lo
grande, a lo grande de la santidad. Las parroquias y monasterios serán los
hogares eclesiales y cálidos donde se genera la santidad, se la cuida en su crecimiento
y se le entregan los frutos al Señor de la Viña.
¡La
santidad es lo único importante!, y todo debe estar enfocado a la santidad
eliminando lo superfluo que ya hoy puede que no sirva para nada, tan sólo
rutina y costumbre...
Es
una urgencia para cada fiel bautizado, y brota poderosa cuando se ha llegado a
vislumbrar el tremendo y fascinante Amor de Dios en la propia alma. Palpamos el
Misterio, adoramos la grandeza de Dios y su santidad de la que nos hace
partícipes. Al católico de hoy, con pedagogía amorosa, habrá que llevarlo de la
mano para su encuentro personal y único con Cristo y su Amor (¿no parece que
esto hace referencia a la adoración eucarística, la plegaria cordial ante
Cristo en la custodia o el sagrario? Edith Stein lo llamaba “educación
eucarística”). ¡Ahí se producirán maravillas!
¡La
santidad!
“La vocación a ser “santos como Él es santo” (Lv 11,44) se realiza cuando se reconoce a Dios el lugar que le corresponde. En nuestro tiempo, secularizado y a la vez fascinado por la búsqueda de lo sagrado, hay especial necesidad de santos que, viviendo intensamente el primado de Dios en su vida, hagan visible su presencia amorosa y providente.La santidad, don que se debe pedir continuamente, constituye la respuesta más valiosa y eficaz al hambre de esperanza y de vida del mundo contemporáneo. La humanidad necesita presbíteros santos y almas consagradas que vivan diariamente la entrega total de sí a Dios y al prójimo; padres y madres capaces de testimoniar dentro del hogar la gracia del sacramento del matrimonio, despertando en cuantos se les aproximen el deseo de realizar el proyecto del Creador sobre la familia; jóvenes que hayan descubierto personalmente a Cristo y hayan quedado tan fascinados por Él como para entusiasmar sus coetáneos por la causa del Evangelio” (JUAN PABLO II, Mensaje para la XXXVI Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 1-octubre-1998).
No
se está solo en el camino, pues no falta la compañía de los santos, “los
mejores hijos de la Iglesia”,
los frutos maduros de la
Redención, la cosecha de toda evangelización.
Se
mira a los santos –muchedumbre inmensa- y se encuentra en ellos estímulo y su
intercesión; de ellos se recibe luz con sus escritos, enseñanza con sus vidas,
ya que son obra de la Gracia,
obras artísticas del Espíritu.
¡Los
santos! Hermanos y amigos, compañeros de Jesús y nuestros... modelos e
intercesores.
¡Nuestra
familia! ¡Familia de Dios!, y nosotros conciudadanos de los santos.
¡Cuánto
bien hacen al alma el influencia de la santidad y el contacto con ellos!
Es,
además, delicioso, el cariño y la familiaridad con los santos más allegados,
por una especial afinidad y común sensibilidad espiritual; entonces esos santos
tan familiares nos enseñan y educan con su vida, su respuesta a la Gracia y sus escritos.
¡La
santidad! ¡Santos, llamados a la santidad!
Es horizonte de vida, deseo eterno
de Dios, plenitud de lo humano en Cristo.
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