El catolicismo posee una fuerte impronta de vida
espiritual e interior, con grandes maestros del espíritu que han enseñado los
caminos interiores hacia Dios. La trascendencia y la espiritualidad no son ni
mucho menos patrimonio exclusivo de las religiones orientales, a las que ahora
se miran con sumo respeto despreciando el tesoro espiritual de la Tradición católica, tal
vez por ignorancia y desconocimiento.
La
Iglesia, por medio de sus pastores, de sus grandes obispos y
de sus místicos, vivió una intensa vida espiritual y educó a sus hijos en la
oración como elevación del alma a Dios y humilde petición de su gracia,
adoración de Jesucristo y meditación, escucha de la Palabra y silencio
contemplativo, oración silenciosa, llena de unción, ternura y amor por el
Señor.
De pronto y sin previo aviso, se ha arrinconado la vida
de piedad, el silencio y la oración, la visita al Sagrario y la adoración al
Santísimo, la devoción y el recogimiento incluso en la santa Misa, etc., toda
esta vida espiritual se volvió sospechosa, e incluso alienante, y poco a poco
se fue suprimiendo.
¿Cuáles han sido las causas de este abandono?
¿Qué razones
se adujeron?
Ante esta crisis de oración, ¿qué hemos de hacer?
Una segunda razón, que se deduce de la primera, es el
influjo de la cultura contemporánea donde se valora todo sobre el criterio del
“hacer” y del “tener” más que el “ser”. El activismo ha entrado con fuerza en
al vida de la Iglesia,
secularizándolo todo e instalando una mentalidad en que lo único importante en la Iglesia es la actividad
constante, las reuniones, las revisiones de planes y proyectos, la múltiple
actividad carente de profundidad y de la suficiente reflexión. Este activismo
en teoría habla de la oración como una actividad más, pero en la práctica no
encuentra tiempo para orar ni sosiego para contemplar. El tiempo para la
oración lo sacrifica para realizar más actividades y compromisos: un ritmo de
vértigo y superficial en que el alma cansa y se cansa. Se copian los modelos
sociales de la empresa y se aplican a la Iglesia como si fuera una empresa mundana, con
objetivos, imagen, balance y resultados. La oración no parece, pues, una buena
inversión; siempre el activismo disfrazado de buenas intenciones y celo
apostólico. El activismo desmedido impide la oración. Incluso la fórmula tan
jesuita de “contemplativos en la acción” se ha tergiversado identificando sin
más los dos miembros, como si la acción fuese ya en sí misma oración sin
necesidad de dedicar tiempo personal a la plegaria que orienta el trabajo y hace
fecundo el apostolado. Benedicto XVI escribía en un Mensaje:
“Es necesario superar la dispersión del activismo y cultivar la unidad de la vida espiritual a través de la adquisición de una profunda mística y de una sólida ascética. Esto alimenta el compromiso apostólico y es garantía de eficacia pastoral”[1].
Una tercera razón del abandono de la oración es la
incapacidad psicológica del hombre contemporáneo. La sociedad hoy está dominada
por los medios de comunicación, por el ruido y la vorágine, por el trasiego y
el hablar constante y superficial. Al hombre de hoy le es casi imposible
detenerse, hacer silencio, poner en orden sus sentidos y su imaginación, entrar
en su interioridad y allí hablar y escuchar al Maestro interior. El hombre ha
perdido su capacidad de silencio, unidad interior y recogimiento; en los
templos católicos, por culpa de la mala educación reinante, tampoco se guarda
el orden y el silencio necesarios dificultando que en las iglesias se pueda
orar sosegadamente.
La secularización interna de la Iglesia ha repudiado la
oración, el silencio y la vida espiritual. El camino del catolicismo hoy, otro
de sus retos prioritarios, es descubrir el rostro orante de la Iglesia ofreciendo a sus
fieles caminos de vida interior, viviendo y educado en la oración, como
señalaba Juan Pablo II como programa pastoral para la Iglesia entera:
“Es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo... Tenemos que resistir a esta tentación” (NMI, 16).
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