domingo, 18 de agosto de 2019

Fundamento de la santidad




“Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1Ts 4,3).

“[En los santos] la gracia del bautismo dio plenamente fruto. Hasta tal punto bebieron en la fuente del amor de Cristo que fueron transformados íntimamente, y se convirtieron a su vez en manantiales desbordantes para la sed de muchos hermanos y hermanas suyos” (JUAN PABLO II, Homilía en la beatificación de varios siervos de Dios, 7-marzo-1999).

“¡Pensad en grande! ¡Tened la valentía de ser atrevidos! Con la ayuda de Dios “trabajad por vuestra perfección”. Dios tiene un proyecto de santidad para cada uno de vosotros” (JUAN PABLO II, Homilía en la catedral de Ancona, Italia, 30-mayo-1999).



¡La santidad!

Hagamos una visión de conjunto sobre ella, porque estamos llamados a ser santos. Para ser santos no hay que ser gente rara, no hay que ser desequilibrados ni, en frase muy significativa, “ser buena persona”; eso no es ser santo. Lo nuestro es un nivel alto, vivir el Evangelio en toda su plenitud; menos que eso, es que nos hemos desviado de la meta. ¡Estamos llamados a la santidad!

                ¿Dónde radica ese hecho de la llamada a la santidad?
               
El fundamento de nuestra santidad está en el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, los sacramentos que se llaman de la iniciación cristiana. Por el Bautismo y la Confirmación se nos ha dado la gracia del Espíritu Santo que nos ha hecho hijos de Dios, hermanos de Cristo, miembros del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, y se nos ha dado en germen, como una pequeña semilla, la santidad. Ahí radica el fundamento. Cada Eucaristía celebrada o adorada es una nueva llamada para ser santos. No pienses que eso no va contigo; no dejes la santidad para otros; no pienses que para ti es suficiente salvarte; no pienses que es bueno solamente cumplir con cuatro cosas y que los niveles de exigencia son para otros, los religiosos y los consagrados. Todos estamos llamados a esa perfección, a esa santidad, porque por el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía el Señor nos llama.

Es una llamada universal a la santidad, dirigida a todos los hijos de Dios, a todos los renacidos en Cristo; todos, absolutamente todos, están llamados a la santidad. No hay cristianos de primera y cristianos de segunda, cristianos que están llamados a una perfección más alta y cristianos que sean la tropa, que con salvarse ya tienen bastante. Todos estamos llamados a la santidad. Eso no es una etiqueta ni un adorno, es una vocación, la primera y más fundamental vocación de todo bautizado, de todo católico. Antes que la vocación matrimonial, o la vocación religiosa, o la virginidad consagrada, está la vocación a la santidad. Y Dios nos pedirá cuentas –aunque este lenguaje no esté de moda-, haciendo un juicio, un discernimiento, en donde se nos preguntará qué hemos hecho con nuestro bautismo, con la llamada que nos hizo a la santidad.  Esta vocación es una vocación eterna, “antes de la creación del mundo nos eligió para ser santos e irreprochables ante Él por el amor”. Vemos los documentales de naturaleza en televisión, sobre el origen de la tierra, la vida, etc., y nos sorprende y admira, pues bien, antes que todo eso, millones de años, el Señor pensó en cada uno de nosotros, con nuestro nombre y apellido, y dijo: “quiero que seas hijo mío, quiero que seas santo”. “Antes de la creación del mundo nos eligió para ser santos e irreprochables ante Él por el amor”. 



El Señor, además, como fundamento de la santidad nos ha incorporado a un pueblo de santos donde brilla la santidad de Dios, la Iglesia. Somos miembros de la Iglesia. Somos parte de la Iglesia. Somos pequeños miembros de la Iglesia. Nos ha incorporado a un pueblo de santos, también de pecadores, pero destaca la santidad de este pueblo, donde en XXI siglos de historia brillan numerosas figuras ejemplares, los santos, que son los frutos más hermosos y maduros de la Iglesia. El Señor nos ha llamado para que cada uno de nosotros forme parte de ese pueblo de santos, que seamos santos como ellos.



Junto a este fundamento de la santidad, se nos da la llamada universal a la santidad mediante un título nuevo, nuestro estado de vida cristiano. A todos nos llama a ser santos, y además nos llama a ser santos, en el oficio, en la tarea, en el desarrollo de aquello mismo que somos. ¿Estás casado? Dios llama a la santidad en el estado matrimonial, viviendo el matrimonio santamente, no en mediocridad. El Señor, ¿adónde te ha llamado? ¿A la viudez? Te santificarás viviendo esa viudez en santidad. ¿Cómo se santifican las viudas en la Tradición de la Iglesia? Primero la oración, mucho tiempo de oración, en Laudes y Vísperas, ofrecidas constantemente por la Iglesia; segundo, la limosna, la caridad, el ejercicio de la maternidad en la viudez dedicándose a los demás. ¡Son una parte preciosa de la Iglesia las viudas que viven santamente! ¿Te ha llamado a la vida consagrada? No quiere de ti una santidad al estilo del seglar que debe ser santo en su matrimonio, en su familia, o en su viudez o soltería, sino en la vida consagrada, viviendo en plenitud la pobreza, la castidad y la obediencia, no al modo seglar o al modo matrimonial. Al sacerdote lo llama el Señor mediante un título nuevo, dice el Papa en la Pastores dabo vobis, un título nuevo y específico, una santidad “sacerdotal”. Como sacerdote, no se puedo uno santificar como se pueda santificar cualquier seglar. Dice San Pablo: “todo es lícito, pero no todo me conviene”, y eso ajusta la vida en santidad del sacerdote, su relación con el mundo y las realidades seculares, donde no todo le conviene a su santidad sacerdotal, aun cuando todo sea lícito. Eso implica un modo de ser, de estar, de relacionarse, de tratar a todos, de renuncias y de entregas.
               
Ahí está el fundamento: el Bautismo, la Iglesia, el Espíritu del Señor en nosotros, y además, el estado de vida cristiano que nos llama a la santidad. No vamos a ser santos al margen de nuestro estado de vida: el sacerdote no se santifica viviendo como seglar, ni el seglar casado si vive como viudo, o si estando viuda vive como casado, ni siendo consagrado vive como seglar.

Son falsos fundamentos de la santidad, pensar que somos santos o que Dios nos llama a la santidad, no por el Bautismo y nuestra pertenencia a la Iglesia, sino por estar incorporado a tal grupo, tal Asociación, tal espiritualidad, eso ya, automáticamente, nos hace santos, perfectos, comprometidos. No por una pertenencia asociativa somos ya santos. Nuestros enfermos, los agonizantes, que han vivido santamente sin estar vinculados a nada, ¿no son santos por no estar inscritos en algo? ¡Cuántas almas son santas alimentándose de la piedad común, de la Eucaristía dominical y la plegaria diaria! 
 
No es fundamento de la santidad la pertenencia asociativa ni es una condición sine qua non el pertenecer a algo o estar buscando siempre algo a lo que pertenecer. Si el Señor llama, como vocación y carisma, a vivir en una Asociación o camino espiritual particular, vale en tanto en cuanto ayuda a la santidad, pero no es su fundamento. Tampoco es fundamento de la santidad pensar en nuestras cualidades personales; no somos santos por tener más cualidades, no somos santos por estar más capacitados, porque la santidad no es obra nuestra, sino de Dios, y Él no se fija en lo bueno que somos, simplemente nos ama. Por tanto, el que tenga más capacidad, que lo agradezca a Dios, sin despreciar al que tenga menos, que también hubo santos con graves desequilibrios psicológicos y debilidades.

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