Hoy es necesario un catolicismo que se distinga ante todo
por el arte de la oración, como respuesta al amor del Corazón de Cristo,
aprendiendo a orar, enseñando y educando en la oración, conscientes y sabedores
de que la oración no es privilegio para
unos pocos, los sacerdotes y consagrados, sino para todo católico que quiera
vivir en serio su vocación a la santidad y al apostolado.
La oración debe ser
el fundamento de todo.
La oración es la experiencia personal de Dios.
La
oración es el secreto de un catolicismo vivo y apostólico.
La oración es la
condición primera de toda pastoral auténtica.
La oración es vivir en el amor
del Corazón de Cristo.
Si tal es la importancia de la oración sería una
equivocación pensar “que el común de los cristianos se puede conformar con una
oración superficial, incapaz de llenar su vida... No sólo serían cristianos
mediocres, sino “cristianos con riesgo”” (NMI, 34).
La secularización se erradicará
con católicos de una profunda vida interior, de oración, sólida formación
doctrinal y decidido compromiso apostólico.
Cada parroquia y comunidad cristiana deben convertirse
hoy en escuelas de oración, creando un ambiente espiritual marcado por la
oración que induzca a un compromiso personal de oración diaria.
El primer camino es enseñar a orar, educar en las
distintas formas de oración (vocal, meditación, contemplación, lectura de la Palabra, santo Rosario,
rezo de la Liturgia
de las Horas), acompañar en la vida de oración, transmitir las enseñanzas sobre
la oración de los distintos maestros espirituales de nuestra Tradición. Y esto
habrá de hacerse en la catequesis y educación tanto de niños y jóvenes como de
adultos, en parroquias, comunidades, asociaciones y colegios católicos. Ésta es
una de las directrices que marca el papa Benedicto XVI:
“En las iniciativas educativas de la Iglesia también sería oportuno responder al interés por las cuestiones de fe, emprendiendo iniciativas que sirvan para acostumbrar a los niños y a los jóvenes al gusto de la oración. Una gran ocasión son los ejercicios espirituales, particularmente los que se hacen en completo silencio, las jornadas de retiro para diversos grupos, y también las escuelas de oración organizadas de modo sistemático en las parroquias. Una magnífica ocasión para esto son los ejercicios espirituales en la escuela en los períodos de Adviento y Cuaresma. También es preciso esforzarse par que surjan centros de ejercicios espirituales y otros lugares de oración y recogimiento, a fin de que, sin preocuparse de su coste material, se conviertan efectivamente en centros de formación espiritual accesibles a todos los que buscan un contacto más profundo con Dios”[1].
El segundo camino, en esta pastoral de la oración, es
recuperar en todas las parroquias y comunidades, iglesias y monasterios, la
adoración al Santísimo expuesto en la custodia, durante un amplio tiempo que
permita la oración personal en absoluto silencio, ya que la fe, en última
instancia, es encuentro íntimo con Jesucristo. La renovación espiritual y
pastoral de una parroquia o comunidad dependerá mucho del tiempo semanal que se
dedique a la adoración del Santísimo, tanto personal como comunitariamente en
forma de vigilia, hora santa o canto de Vísperas. Incluso hoy surge con vigor
en varias diócesis capillas o iglesias para la adoración perpetua con
asociaciones de fieles que la promueven facilitando que durante todo el día y
la noche se pueda ir a adorar a Cristo sacramentado. ¡Cuántos santos, cuántos
apóstoles, forjaron su alma en la adoración eucarística! ¡Con razón la devoción
al Corazón de Jesús estuvo vinculada durante siglos a la adoración al
Santísimo, a la oración personal ante la custodia, al amor personal de Cristo y
a la reparación!
“La presencia de Jesús en el tabernáculo ha de ser como un polo de atracción para un número cada vez mayor de almas enamoradas de Él, capaces de estar largo tiempo como escuchando su voz y sintiendo los latidos de su corazón. «¡Gustad y ved qué bueno es el Señor¡» (Sal 33 [34],9). La adoración eucarística fuera de la Misa debe ser... un objetivo especial para las comunidades religiosas y parroquiales. Postrémonos largo rato ante Jesús presente en la Eucaristía, reparando con nuestra fe y nuestro amor los descuidos, los olvidos e incluso los ultrajes que nuestro Salvador padece en tantas partes del mundo. Profundicemos nuestra contemplación personal y comunitaria en la adoración” (Juan Pablo II, Mane nobiscum Domine, 18).
Y también:
“Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el «arte de la oración», ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento?...La Eucaristía es un tesoro inestimable; no sólo su celebración, sino también estar ante ella fuera de la Misa, nos da la posibilidad de llegar al manantial mismo de la gracia. Una comunidad cristiana que quiera ser más capaz de contemplar el rostro de Cristo... ha de desarrollar también este aspecto del culto eucarístico, en el que se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del cuerpo y sangre del Señor” (Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 25).
Las almas eucarísticas, amantes del Corazón de Cristo,
que han dedicado mucho tiempo a orar ante el Santísimo, siempre han sido almas
apostólicas, que acometían grandes empresas, que asumían muchos retos, que
cristianizaban el orden temporal, que evangelizaban, que guardaban intacta
fidelidad a la Iglesia
y obediencia al Magisterio. La devoción al Corazón de Jesús, que es siempre
devoción de adoración eucarística, fue siempre y hoy seguirá siendo el freno
eficaz a la secularización interna de la Iglesia. El reto está planteado; el camino del
catolicismo hoy también. Se impone un cambio de dirección en la vida de la Iglesia, afrontar los
nuevos problemas renunciando a “hacer lo de siempre” sin contenido,
secularizado, simpático y populista. La devoción eucarística al Corazón del
Salvador será el resorte eficaz para afrontar la secularización interna de la Iglesia. Por eso es
tan importante, y debemos inculcarla a todos y vivirla.
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