4. La antífona de comunión
La
antífona de comunión, que inspira la letra de un verdadero canto de comunión,
está inspirada en el texto de Isaías que Jesús aplica a su Persona, señalando
el inicio de la plenitud y de su misión profética:
“El Espíritu
del Señor está sobre mí,
porque me ha
ungido para evangelizar,
para proclamar
el año de gracia del Señor
y el día de la
redención” (cf. Lc 4,18-19).
Jesús
fue ungido por el Espíritu Santo en su bautismo, lleno de Espíritu Santo, para
predicar, sanar y redimir, comunicándonos su Espíritu, después de la Pascua, a nosotros,
miembros de su Cuerpo. Se inserta así, y lo supera, en la larga cadena de
“ungidos” por el Señor del Antiguo Testamento cuando Dios les confería una
misión. La unción de la naturaleza humana de Jesús está en función de la
evangelización, “poderoso en obras y
palabras” (Lc 24,19).
La
evangelización que realiza Jesús es un anuncio gozoso y lleno de esperanza:
proclama el año de gracia del Señor, el tiempo, que ahora ya ha llegado, de
gracia, salvación, el verdadero jubileo en el que Dios va a cancelar la deuda
del pecado de Adán e inaugurar los tiempos nuevos. Jesús, ungido, va a
proclamar el día de la redención: llega su “hora”,
la hora en la que va a redimir al hombre por su cruz y resurrección, como tantas
veces dijera en el evangelio de san Juan (cf.
2,4; 4,23; 5,25; 7,30; 8,20; 12,23; 12,27; 13,1; 16,32; 17,1).
Es
la hora de Dios, la del triunfo sobre el pecado, el diablo y la muerte.
De
nuevo, una vez más, aparece la potencia y actuación del Espíritu Santo en la
tarea evangelizadora. ¿No será que la nueva evangelización es más obra del
Espíritu que de acciones humanas, reuniones, planificaciones y estrategias?
Al
igual que el Espíritu ungió a Cristo, nosotros hemos participado de esa unción
en la Iniciación
cristiana, en la
Confirmación, donde el santo Crisma transmitió la unción del
Espíritu Santo. El evangelizador deberá dejar que esa unción le impregne por
completo y le conduzca siempre; así será un “hombre espiritual”, un portador
del Espíritu Santo en su persona, en su predicación y en sus obras. Pero sin la
frescura de esta unción, sin el buen olor de Cristo por el Espíritu, no puede
darse esta nueva evangelización porque no habría evangelizadores
“espirituales”, sino propagandistas, o demagogos, o populistas…
Una
buena noticia es el Evangelio; la unción del Espíritu permite que el
evangelizador proclame entusiasmado el amor de Dios que salva y que ha
inaugurado el tiempo de gracia y salvación; y el Espíritu provocará la acogida
de ese anuncio a aquellos que estaban aguardando, buscando, haciendo que en
ellos renazca la esperanza y brote la alegría.
Proclamar
el año de gracia del Señor y el día de la redención significa anunciar lo
nuclear del Evangelio, su centro vital; evita la dispersión, huye de los
aspectos menos relevantes y no permite que entre el lenguaje secularizado, tan
pernicioso para la evangelización (el lenguaje del moralismo y de los valores).
Siendo fieles a la unción del Espíritu, la predicación tendrá la fuerza
kerigmática que tenían los discursos apostólicos, el impacto vital del anuncio
de la redención que Cristo ofrece. ¡Es un nuevo enfoque!, es devolver a la
evangelización su frescura y la centralidad de Cristo. ¡Esto es lo propio de la
nueva evangelización!
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