El Misterio del nacimiento del Señor supone tal novedad y tal abundancia, que nos lleva, dejando el sentimentalismo, al estudio y a la piedad; al estudio por conocer mejor a Jesús, su Persona, su redención; a la piedad, porque el corazón se dilata y ensancha conociendo a Jesús y quiere amarlo y seguirlo.
¿Qué contemplamos en estos días?
Apartemos las imágenes bucólicas, tan cargadas de folclore y costumbrismo, aunque simpáticas, y vayamos más adentro, a reconocer quién es el que nos ha nacido, cómo es, para qué viene, qué hace. Y es que su nacimiento lo cambia todo: ahora podemos conocer a Dios porque Él se nos ha dado a conocer en su Hijo encarnado, nacido en la carne, y podemos conocer, de verdad, en plenitud, quién es el hombre, qué es el hombre tan amado por Dios, porque la antropología la estudiamos siempre a la luz de la cristología, al hombre lo podremos conocer si conocemos a Cristo.
El tiempo de Navidad favorece la meditación del Misterio expresado en lecturas, ritos, preces y oraciones; la piedad conduce a meditar y saborear tan altos designios de Dios realizados en la historia. La Navidad nos evangeliza. La Navidad, también, nos recuerda que debemos estudiar y conocer mejor la Persona de Jesucristo, sin conformarnos con imágenes pequeñas, parciales, sino intentando conocer cuanto Él es, con su grandeza, con la unión de tantos extremos que parecen contrarios: Dios y hombre, eternidad y temporalidad...
Conocer mejor a Jesús; estudiar más a Jesús y sobre Jesús: bien podría ser la consigna del ciclo litúrgico navideño.
"El período de tiempo, es decir, de culto y meditación que la Iglesia dedica al misterio de Navidad está terminando. Con la fiesta de la Purificación, mañana, se cierra el ciclo navideño; y nosotros, antes de pasar a la consideración de otro tema, nos detenemos todavía unos momentos en la consideración, motivo de estas audiencias de sencillas e importantes consideraciones, la consideración del conocimiento que debemos tener de ese Jesús, cuyo nacimiento hemos celebrado con tanto gozo y honor. Debemos conocerlo; debemos conocerlo mejor; no es suficiente un recuerdo convencional; no basta un culto nominal; debemos percatarnos de su verdadera, profunda y misteriosa entidad, del significado de su aparición en el mundo y en la historia, de su misión en el cuadro de la humanidad, de la relación que existe entre él y nosotros, etc. Nunca terminaríamos de sondear el misterio de su personalidad (una Persona, la del Verbo de Dios, viviendo en las dos esencias de Cristo, la naturaleza divina y la naturaleza humana); nunca terminaríamos de descubrir su actualidad, su importancia para todos los verdaderos y grandes problemas de nuestro tiempo; nunca terminaríamos de sentir nacer en nosotros, con experiencia espiritual única, el deseo, el tormento, la esperanza de poderlo ver al fin, de encontrarnos con Él y comprender y gustar, hasta la suprema felicidad, que Él es nuestra vida nueva y verdadera, nuestra salvación.