De la naturaleza eclesial de la liturgia se sigue la forma católica -universal, integradora- de orar y de interceder.
La catolicidad huye del espíritu de "capillismo", de mirar sólo al propio campanario, a lo pequeño y cerrado del propio ambiente: mira más allá de sí mismo y de lo mío (carisma, espiritualidad, parroquia, comunidad) extendiendo el corazón a todas las dimensiones de la Iglesia con una verdadera solicitud.
La oración eclesial siempre es católica, es decir, incluye a todos, mira por todos, abarca e incluye a todas las realidades eclesiales, a todos los miembros de la Iglesia así como a todos los hombres.
De
aquí, de este concepto católico se derivan muchas consecuencias[1]; en
la participación interior en la liturgia, más concretamente, lleva a orar
realmente por todos, ensanchando los espacios de la caridad, hacia cualquiera
que necesite oración, y no simplemente las propias y personales necesidades.
En
la celebración eucarística hay un momento en que el pueblo cristiano ejerce su
sacerdocio bautismal intercediendo por todos los hombres y la salvación del
mundo: es la oración de los fieles:
El
espíritu católico a nadie excluye, sino que por todos ora, ruega e intercede.
En nuestro rito hispano, los dípticos poseen un sello de catolicidad evidente.
No sólo se ora por los fieles presentes y sus necesidades, sino por toda la
Iglesia y por cuantos sufren: “Tengamos presente en nuestras oraciones a la
Iglesia santa y católica: el Señor la haga crecer en la fe, la esperanza y la
caridad”, “Recordemos a los pecadores, los cautivos, los enfermos y los
emigrantes: el Señor los mire con bondad, los libre, los sane y los conforte”
Igualmente,
el Oficio divino, junto a su carácter de alabanza, es igualmente súplica e
intercesión católica, universal, por todos, por el mundo, por la salvación:
“la Iglesia expresa en la Liturgia los ofrecimientos y deseos de todos los fieles, más aún: se dirige a Cristo, y por medió de él al Padre, intercediendo por la salvación del mundo. No es sólo de la Iglesia esta voz, sino también de Cristo, ya que las súplicas se profieren en nombre de Cristo” (IGLH 17).
Los ministros
ordenados participan de esta solicitud eclesial rezando el Oficio divino no
sólo por sí mismos, sino en nombre de toda la Iglesia, pidiendo por los fieles
que se les haya encomendado y por todos los hombres: “los obispos y presbíteros[2], que
cumplen el deber de orar por su grey y por todo el pueblo de Dios” (Ibíd.).
De valor especial,
educando el espíritu de la oración, son las preces de Vísperas de la Liturgia
de las Horas. Son la intercesión eclesial, la de Cristo con su Cuerpo que es la
Iglesia:
“como la Liturgia de las Horas es, ante todo, la oración de toda la Iglesia e incluso por la salvación de todo el mundo conviene que en las Preces las intenciones universales obtengan absolutamente le primer lugar, ya se ore por la Iglesia y los ordenados, por las autoridades civiles, por los que sufren pobreza, enfermedad o aflicciones, por los necesidades de todo el mundo, a saber, por la paz y otras causas semejantes” (IGLH 187).
[1] Una de ellas ya la hemos citado con palabras
de la Sacrosanctum Concilium: “Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o
cambie cosa alguna por iniciativa propia en la liturgia” (SC 22); otra sería
atenerse fielmente a los libros litúrgicos: “La fidelidad a los ritos y
a los textos auténticos de la Liturgia es una exigencia de la «lex orandi», que
debe estar siempre en armonía con la «lex credendi»” (JUAN PABLO II, Carta
Vicesimus Quintus Annus, 10).
[2] Sobre los presbíteros en
concreto, dirá: “participan en la misma función, al rogar a Dios por todo el
pueblo a ellos encomendado y por el mundo entero” (IGLH 28).
Orar por todos nuestros prójimos, especialmente por aquellos que más lo necesitan (no sólo materialmente sino sobre todo espiritualmente) es propio del sacerdocio común y ministerial. La Iglesia recomienda a los seglares la lectura de la Liturgia de las Horas.
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