Hemos de seguir el juicio de la conciencia siempre, pero hemos de procurar que el juicio sea correcto y que la ignorancia vencible se ilumine reconociendo el bien. Ninguna acción es buena simplemente por seguir el juicio de la conciencia, porque ésta puede estar deformada; por ejemplo, los terroristas tal vez pueden obrar según el juicio de su propia conciencia, pero está claro que está conciencia está deformada: el asesinato jamás es un bien. O si recordamos la película "Vencedores y vencidos", una recreación sobre los juicios de Nuremberg, veremos claramente expuesto el problema.
La doctrina católica señala que hemos de obrar según el juicio formulado por la conciencia; sigamos el Catecismo:
1786 Ante la necesidad de decidir moralmente, la conciencia puede formular un juicio recto de acuerdo con la razón y con la ley divina, o al contrario un juicio erróneo que se aleja de ellas.
1787 El hombre se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil. Pero debe buscar siempre lo que es justo y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina.
El hombre debe obedecer a su conciencia:
"La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí mismo" (CAT 1790).
Sabemos que "en este plano, el plano del juicio (el de la conscientia en sentido estricto), es válido el principio de que también la conciencia errónea obliga. En la tradición del pensamiento escolástico, esta afirmación es plenamente inteligible. Nadie debe obrar en contra de sus convicciones, como ya había dicho san Pablo (cf. Rm 14,23)" (Ratzinger, El elogio de la conciencia, Madrid, Palabra, 2010, p. 32).
Sigamos con las palabras del Catecismo:
1790 La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar afectada por la ignorancia y puede formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya cometidos.
1791 Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad personal. Así sucede “cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega” (GS 16). En estos casos, la persona es culpable del mal que comete.
1792 El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral.
1793 Si por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio erróneo sin responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido por la persona no puede serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un desorden. Por tanto, es preciso trabajar por corregir la conciencia moral de sus errores.
Así, aunque seguimos el juicio de la conciencia errónea, hemos de lograr que la conciencia sea clara y ajustada al bien y la Verdad, ser formada y bien formada, alejada de la subjetividad, cercana a la objetividad de la Verdad y del bien:
"Ahora bien, el hecho de que la convicción adquirida sea obviamente obligatoria a la hora de obrar, de ningún modo significa la canonización de la subjetividad. Seguir las convicciones que uno se ha formado nunca supone una culpa; es más, ha de seguirlas. Pero no menos culpable puede resultar que uno llegue a formarse convicciones tan desquiciadas, por haber ahogado la repulsión hacia ellas que advierte la memoria de su ser. La culpa, pues, se encuentra en otro lugar, a mayor profundidad: no en el acto momentáneo, ni en el presente juicio de la conciencia, sino en ese descuido de mi propio ser que me ha hecho sordo a la voz de la verdad y a sus sugerencias interiores. Por esta razón, también los criminales que obran con convicción -Hitler, Himmler o Stalin- siguen siendo culpables. Estos ejemplos extremos no deben servir para tranquilizarnos, sino más bien para despertarnos y hacernos tomar en serio la gravedad de la súplica: '¡líbrame de las culpas que no veo!' (Sal 19,13)" (Ratzinger, id., p. 33).
Es necesario que la conciencia esté bien formada, iluminada, buscando aquello que es bueno y bello y verdadero, en todo reconociendo la voluntad de Dios.
CAT 1785 En la formación de la conciencia, la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar; es preciso que la asimilemos en la fe y la oración, y la pongamos en práctica. Es preciso también que examinemos nuestra conciencia atendiendo a la cruz del Señor. Estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseñanza autorizada de la Iglesia (cf DH 14).
Y, para un juicio concreto, la conciencia debe acudir a otros recursos y gracias actuales:
CAT 1788 Para esto, el hombre se esfuerza por interpretar los datos de la experiencia y los signos de los tiempos gracias a la virtud de la prudencia, los consejos de las personas entendidas y la ayuda del Espíritu Santo y de sus dones.
El Catecismo dice también:
ResponderEliminar- 1776: “En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal [...]. El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón [...]. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (GS 16).
1783: Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador. La educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas.
1784: La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón.
¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? (de las antífonas de Laudes).