La vida entera de Teresa de
Jesús, así como su experiencia de la oración, la mística teresiana, etc., están
marcadas por Jesucristo. Lo cristológico abarca todo en ella. Esto viene a
significar algo tan elemental, aunque en ocasiones se relegue o se oculte, como
que el cristianismo es la experiencia personal del encuentro con Cristo, un
Acontecimiento único, que da un nuevo sentido a la propia vida y que el
cristianismo no se convierte en una ética social o en una filosofía entre
tantas otras. El gran papa Benedicto XVI, en su primera encíclica, ofrece la
síntesis programática del cristianismo, que santa Teresa de Jesús encarnó en su
vida absolutamente. Decía el Papa en la encíclica Deus caritas est: “No se
comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a
la vida y, con ello, una orientación decisiva” (n. 1).
Cristo
es el centro y la medida de todo. Cristo, Hijo de Dios, es la Verdad que ilumina la
inteligencia, la razón humana; es quien llena el corazón y lo sacia de su deseo
de plenitud y felicidad.
Teresa
de Jesús trató con Cristo; vivió una amistad fuerte con Cristo; hablaba con Él
con libertad, esponjando el corazón: “tratad con El como con padre y como con
hermano y como con señor y como con esposo; a veces de una manera, a veces de
otra” (C 28,3). Entraba santa Teresa en su interior y allí traía presente a
Jesucristo; el recogimiento teresiano es mirar a Cristo y darse cuenta del amor
con que Cristo ya entonces estaba mirando: “mire que le mira el Señor” (V 13,22);
“no os pido más que le miréis” (C 26,3).
Es
un amor real, personal, concretísimo, el que se vive por Cristo. La oración
cobra así los rasgos del diálogo, del encuentro y del contacto personal. Éste
es el sello del cristianismo. Inaceptable e incomprensible será una oración
vacía, que busque la nada, o la fusión con el cosmos, o el mero equilibrio
interior de no desear nada, no sentir nada, no pensar nada, procurando, “con
artificio” que diría ella, una relajación y una anulación del ser personal.
Nada de esto se puede encontrar en la mística teresiana; la verdad de la Encarnación del Verbo
lo impregna todo: el cristianismo es relación y encuentro, es diálogo y amistad
con Cristo, es purificación y elevación de lo personal.
Entonces
se va llegando a una unión inquebrantable, firme, sólida, amorosa, con
Jesucristo; cada vez más y más irrompible; Cristo lo ocupa todo, lo llena todo,
siempre está presente, muy real, muy tangible. Santa Teresa de Jesús, ¡y
cuántos santos, cuántos místicos, cuántos cristianos hoy también!, respondieron
a este encuentro con Cristo de forma que nada tenía valor ni sentido sin Él. Cristo
era su vida. Vivir sin Cristo, sería una vida infeliz, infecunda.
Bellamente
lo escribió santa Teresa hablándole a Cristo:
“Sin Vos, ¿qué
soy yo, Señor?
Si no estoy
junto a Vos, ¿qué valgo?
Si me desvío
un poquito de Vuestra Majestad, ¿adónde voy a parar?
¡Oh Señor mío
y Misericordia mía y Bien mío!
Y ¿qué mayor
le quiero yo en esta vida que estar tan junto a Vos, que no haya división entre
Vos y mí?
Con esta
compañía, ¿qué se puede hacer dificultoso?
¿Qué no se
puede emprender por Vos, teniéndoos tan junto?
¿Qué hay que
agradecerme, Señor?
Que culparme,
muy mucho por lo que no os sirvo” (MC 4,7).
Aplicándome los versos de santa Teresa, me contesto respecto a mí misma:
ResponderEliminarSin vos no soy nada (y con pecado encima como decía santa Catalina de Siena).
Si no estoy junto a vos no valgo nada.
Si me desvío dónde voy a parar? Al abismo.
El mayor bien es estar junto a Vos.
Nada será dificultoso.
Todo se puede emprender.
Nada hay que agradecerme como siervo inútil que soy.