sábado, 15 de octubre de 2016

Cristo con santa Teresa; Teresa con Jesucristo



La vida entera de Teresa de Jesús, así como su experiencia de la oración, la mística teresiana, etc., están marcadas por Jesucristo. Lo cristológico abarca todo en ella. Esto viene a significar algo tan elemental, aunque en ocasiones se relegue o se oculte, como que el cristianismo es la experiencia personal del encuentro con Cristo, un Acontecimiento único, que da un nuevo sentido a la propia vida y que el cristianismo no se convierte en una ética social o en una filosofía entre tantas otras. El gran papa Benedicto XVI, en su primera encíclica, ofrece la síntesis programática del cristianismo, que santa Teresa de Jesús encarnó en su vida absolutamente. Decía el Papa en la encíclica Deus caritas est: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (n. 1).



            Cristo es el centro y la medida de todo. Cristo, Hijo de Dios, es la Verdad que ilumina la inteligencia, la razón humana; es quien llena el corazón y lo sacia de su deseo de plenitud y felicidad.

            Teresa de Jesús trató con Cristo; vivió una amistad fuerte con Cristo; hablaba con Él con libertad, esponjando el corazón: “tratad con El como con padre y como con hermano y como con señor y como con esposo; a veces de una manera, a veces de otra” (C 28,3). Entraba santa Teresa en su interior y allí traía presente a Jesucristo; el recogimiento teresiano es mirar a Cristo y darse cuenta del amor con que Cristo ya entonces estaba mirando: “mire que le mira el Señor” (V 13,22); “no os pido más que le miréis” (C 26,3).


            Es un amor real, personal, concretísimo, el que se vive por Cristo. La oración cobra así los rasgos del diálogo, del encuentro y del contacto personal. Éste es el sello del cristianismo. Inaceptable e incomprensible será una oración vacía, que busque la nada, o la fusión con el cosmos, o el mero equilibrio interior de no desear nada, no sentir nada, no pensar nada, procurando, “con artificio” que diría ella, una relajación y una anulación del ser personal. Nada de esto se puede encontrar en la mística teresiana; la verdad de la Encarnación del Verbo lo impregna todo: el cristianismo es relación y encuentro, es diálogo y amistad con Cristo, es purificación y elevación de lo personal.

            Entonces se va llegando a una unión inquebrantable, firme, sólida, amorosa, con Jesucristo; cada vez más y más irrompible; Cristo lo ocupa todo, lo llena todo, siempre está presente, muy real, muy tangible. Santa Teresa de Jesús, ¡y cuántos santos, cuántos místicos, cuántos cristianos hoy también!, respondieron a este encuentro con Cristo de forma que nada tenía valor ni sentido sin Él. Cristo era su vida. Vivir sin Cristo, sería una vida infeliz, infecunda.

            Bellamente lo escribió santa Teresa hablándole a Cristo:

“Sin Vos, ¿qué soy yo, Señor?
Si no estoy junto a Vos, ¿qué valgo?
Si me desvío un poquito de Vuestra Majestad, ¿adónde voy a parar?
¡Oh Señor mío y Misericordia mía y Bien mío!
Y ¿qué mayor le quiero yo en esta vida que estar tan junto a Vos, que no haya división entre Vos y mí?
Con esta compañía, ¿qué se puede hacer dificultoso?
¿Qué no se puede emprender por Vos, teniéndoos tan junto?
¿Qué hay que agradecerme, Señor?
Que culparme, muy mucho por lo que no os sirvo” (MC 4,7).


1 comentario:

  1. Aplicándome los versos de santa Teresa, me contesto respecto a mí misma:

    Sin vos no soy nada (y con pecado encima como decía santa Catalina de Siena).

    Si no estoy junto a vos no valgo nada.

    Si me desvío dónde voy a parar? Al abismo.

    El mayor bien es estar junto a Vos.

    Nada será dificultoso.

    Todo se puede emprender.

    Nada hay que agradecerme como siervo inútil que soy.

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