domingo, 30 de octubre de 2016

Espiritualidad de la adoración (XV)

Ser iniciados en la oración es tarea amplia, y hay que pensarla como algo a largo plazo, porque todo aprendizaje es delicado para asumir contenidos, integrarlos y hacerlos nuestros de manera que broten con espontaneidad.


El aprendizaje o la iniciación a la adoración eucarística también lleva su tiempo. Pero se comienza el aprendizaje estando de rodillas muchas veces ante el Señor en la custodia. Las técnicas y los consejos vendrán luego a iluminar las situaciones personalísimas de cada orante. 

Uno comienza estando, y estando de rodillas, mucho tiempo, mirando al Señor eucarístico.

Después comienza la oración, el tiempo, la pobreza del corazón ante el Señor, las dificultades; es cuando hay que perseverar y dejarse iluminar.

El convencimiento del proceso radica, sencillamente, en que Jesús está ahí, y es siempre más lo que Él hace que lo que nosotros podamos hacer en nuestra oración personalísima. El protagonista de la adoración eucarística es, siempre y en todo, el mismo Señor.

¿Qué hace Jesús en el Santísimo Sacramento?

"Jesucristo presente en la eucaristía glorifica y continúa en ella todos los misterios y todas las virtudes de su vida mortal.

Hay que recordar que la santa eucaristía es Jesucristo pasado, presente y futuro; que la eucaristía es el último desarrollo de la encarnación y de la vida mortal del Salvador; que Jesucristo nos da en ella todas las gracias, que todas las verdades conducen a la eucaristía, y que al decir eucaristía se dice todo, ya que es Jesucristo...

¿Qué hay más sencillo que encontrar el acercamiento del nacimiento de Jesús en el establo, con su nacimiento sacramental sobre el altar y en nuestros corazones? ¿Quién no ve que la vida oculta de Nazaret se continúa en la divina hostia del tabernáculo, y que la Pasión del Hombre-Dios sobre el Calvario se renueva en el Santo Sacrificio en cada momento de su duración y en todos los lugares del mundo? ¿Nuestro Señor no está dulce y humilde en el Santísimo Sacramento como durante su vida mortal? ¿No es en ella siempre el buen Pastor, el Consolador divino, el Amigo del corazón? Feliz el alma que sabe encontrar a Jesús en la eucaristía, y en la eucaristía todas las cosas..." (Adorer en esprit et en vérité: Saint Pierre-Julien Eymard, Éd. François-Xavier de Guibert, 2009, p. 26).

La Eucaristía contiene todos los misterios salvadores, la Eucaristía es el mismo Salvador. Así, orar y adorar a Cristo en el Sagrario o en la exposición del Santísimo, es entrar en contacto con las fuentes de la salvación y recibir las gracias necesarias que Cristo mismo derrama.

En la adoración eucarística también tiene lugar el oficio de la intercesión, presentando al Señor las almas de los hombres para que reciban el toque de su Gracia, la conversión, las luces y mociones necesarias. Y también, intercediendo, nos convertimos en canales de la gracia para los demás, por la comunión de los santos. Quienes están unidos a nosotros o aquellos que hemos traído nosotros en la oración, están presentes cuando alguien ora solo ante Cristo.

"Hacemos trabajar a Nuestro Señor en la conversión de las almas al exponerlo [en la custodia] y al unirnos nosotros por nuestros adoraciones a su oración y a su apostolado. El privilegio único de nuestra vocación es exponer al Señor y situarlo en el ejericio solemne de su oficio de mediador" (S. Pedro Julián Eymard, Retiro predicado en 1867 a los religiosos).

El amor al Señor en la Eucaristía nos lleva a compartir los anhelos, las plegarias, los deseos de Cristo, que siempre buscan la salvación de todos los hombres. E impulsar la adoración eucarística es extender la sed de redención de Cristo a todos los rincones donde se le adore.

La adoración eucarística extiende el amor redentor de Cristo y quien comienza a adorarle en el Sacramento irá compartiendo la inquietud y el deseo redentor del Señor.

"No temamos afirmarlo, el culto de la Exposición es la necesidad de nuestro tiempo...
Es necesario para salvar la sociedad.
La sociedad se muere porque ya no tiene un centro de verdad y de caridad. Tampoco de vida de familia. Cada cual se aisla, se concentra, quiere bastarse a sí mismo. La disolución es inminente. Pero la sociedad renacerá, llena de vigor, cuando todos sus miembros vengan a reunirse alrededor de nuestro Emmanuel. Las relaciones del espíritu se reafirmarán naturalmente, bajo una verdad común: los lazos de la amistad verdadera y fuerte se reanudarán bajo la acción de un mismo amor" (S. Pedro Julián Eymard, "Le siècle de l'eucharistie" en Le Très Saint Sacrement, 1864).

Nuestras comunidades, y por extensión, nuestro mundo, recibirán un aliento y un vigor nuevo procedentes de la adoración eucarística. El amor de Cristo purificará y elevará toda relación social, familiar y de amistad. Será la adoración eucarística la propulsora de una realidad nueva y vivificante, la extensión del Reino de Dios.