3)
Defensa de la razón
En
todos los Padres hay otra nota común, aunque la insistencia sea mayor en unos
que en otros, y es la defensa de la razón. Descubren en Jesucristo el Logos
mismo encarnado, la
Sabiduría, la
Razón, aquella que los filósofos paganos buscaron y
vislumbraron, y cuyos destellos iluminaron muchos de sus razonamientos.
Al
ser Jesucristo el Logos (la
Palabra, el Verbo hecho carne), la fe cristiana no es
superstición, sino que es razonable, y los Padres empleaban la razón y animaban
a ese uso de la razón para indagar el Misterio y exponerlo razonadamente, y
razonablemente, en diálogo con las mejores filosofías de su época.
Es
muy revelador el hecho –como muchas veces repitiera Ratzinger- que el
cristianismo al nacer no se puso en contacto con las religiones de su tiempo,
porque eran cultos formales, sustentadores de la estructura del Imperio,
costumbres en cuanto a la forma. Más bien se dirigió a las filosofías de su
tiempo, a los que buscaban la verdad, sabedores de que con los filósofos podían
hablar y mostrarles la Verdad
plena que buscaban. Tertuliano afirma en este sentido: “Cuando Cristo apareció
en el mundo, no dijo: Yo soy la costumbre, sino: Yo soy la verdad” ( ).
Los
Padres de la Iglesia
amaban la razón porque era amar al Logos; y empleaban la razón porque la razón
humana es una participación en el Logos para entender la Verdad y reconocerla.
Nunca
dijeron, como sí lo afirmó Lutero, que la razón está corrompida y que sólo era
necesaria la fe fiducial, ni tampoco, como también el mismo Lutero afirmó, descalificaron duramente la filosofía… Nunca
los Padres dijeron tales cosas.
Tampoco
hallaremos en los Padres una exaltación de la fe que sea ciega o irracional, ni
expresiones en que pidan crucificar la razón o pisotearla como adversaria de la
fe e instrumento del demonio. Muy al contrario, ellos mismos emplearán
argumentos de razón, utilizarán las enseñanzas válidas de filósofos paganos,
dialogarán con la filosofía e incluso crearán una filosofía cristiana y
defenderán la fe racionalmente en las Apologías. No, no tenían miedo a la razón
ni limitaban la fe a lo fiducial, a lo sentimental, a la creencia firme pero
subjetiva.
Nuestra
época postmoderna desconfía de la capacidad de la razón para llegar a la
verdad: es el llamado “pensamiento débil”. Hay una sospecha constante contra la
razón tal vez por el racionalismo pasado (: es verdad todo lo que comprende la
razón y mentira todo lo que la razón no puede alcanzar). La consecuencia ha
sido y es un emotivismo vital donde sólo impera el sentimiento, el gusto
personal, lo afectivo desvinculado de la razón-inteligencia.
El
antiintelectualismo sospecha de la intelectualidad, de la razón, del estudio,
de la formación sistemática, de la lectura reflexiva; sólo quiere sentimientos,
sensaciones, exaltaciones del ánimo, la afectividad emotiva a flor de piel.
Esto se da tanto en la sociedad civil como se da en la misma Iglesia. Se ha
generalizado la sospecha hacia la teología y el estudio y sólo se buscan
sentimientos –en la liturgia, en la catequesis, etc.- que desembocan en el
buenismo moral y la pobreza de una fe que es mero sentimiento manipulable. La
fe desvinculada de la razón se vuelve hoy una fe de impulsos y emociones
positivas, totalmente “líquida”, según se dice hoy.
Los
Padres, además del uso de la razón unida a la fe, que antes decíamos, en sus
escritos y predicación, se preocuparon de crear Escuelas donde ofrecer una
formación completa. Cuando en el siglo II el filósofo Justino se convierte al
cristianismo tras un largo periplo de búsqueda, abre en Roma una escuela
filosófica para argumentar la fe cristiana con la filosofía ante los filósofos
paganos y dar herramientas de razón a los cristianos que acudían a la Escuela. En Alejandría, gran
metrópoli cultural, Panteno y Clemente abrirán la gran Escuela de Alejandría
donde se formarán los catecúmenos y donde los cristianos podrán aprender
teología en consonancia con el nivel cultural y académico de otras escuelas
paganas, filosóficas o gnósticas, de Alejandría. Sería, realmente, el
antecedente de nuestros actuales Institutos Superiores de Ciencias Religiosas
de tantas diócesis con su oferta formativa –a contracorriente, porque se sigue
prefiriendo una fe basada en el sentimiento y en el buenismo pastoral-.
Orígenes dio esplendor y aumento a la Escuela de Alejandría y, pasados los años, será
llamado por los obispos para abrir una Escuela en Cesarea de Palestina.
¿Tendremos que recordar más adelante, por ejemplo, la Escuela Episcopal
de Sevilla con san Leandro, donde estudió S. Isidoro, y el crecimiento de esta
Escuela cuando Isidoro sucedió a su hermano en la sede hispalense?
El
contraste entre la postura de los Padres sobre fe y razón es grande con el
antiintelectualismo y sospecha de la razón (y de la teología) en la Iglesia. Los retos son nuevos y
variados, los frentes abiertos muy diversos y no es una respuesta válida ni un
arma eficaz la fe sentimental y emotiva (la que todo, incluso una Misa, lo
juzga como “muy emotivo”, y ese es su criterio de validez). El buenismo
pastoral basado en experiencias gratificantes y afectivas resulta estéril y
fugaz, y la buena voluntad –para dar catequesis, por ejemplo- no basta. La
formación sistemática, con sólida base y estructura, es imprescindible, incluso
urgente hoy, ante tanto caos. Como los Padres hicieron con las Escuelas, ¿no
deberíamos aprovechar muchísimo más nuestros actuales Institutos Superiores de
Ciencias Religiosas? ¿Y no deberíamos por todos los medios posibles fomentar y
ofrecer una formación cada vez más profunda, más teológica, más firme, en
parroquias, asociaciones y hasta por blogs y páginas católicas? Porque es
incomprensible y peligrosa la poca solidez de la fe de muchos católicos,
incluso de aquellos que sirven en sus parroquias a la transmisión y educación
de la fe.
Otro
aspecto más sería necesario considerar. Los Padres dedicaron mucho tiempo y
energía a este encuentro fe y razón, en el aspecto docente, magisterial, y
también a la redacción de profundos tratados, muy elaborados. Nadie en su
momento lo consideró capricho personal o perder el tiempo sin necesidad, sino
que se recibieron estas obras con gratitud, se reflexionaron y se les dieron
difusión. Los Padres escribían en un contexto eclesial y con el apoyo y
gratitud de los demás que veían un trabajo delicado y paciente en bien de la
fe. Pensemos en el Adversus Haereses de S. Ireneo, o en los Stromata o el
Pedagogo de S. Clemente de Alejandría, o los quince libros sobre la Trinidad de S. Agustín, o
las Sentencias o Etimologías de S. Isidoro…
Quienes
se dedican hoy a estas tareas de fe y razón, es decir, de teología y de
formación, de docencia y reflexión, también merecen el apoyo eclesial de todos,
de la diócesis; el antiintelectualismo no valora esas realidades que, a la
larga, edifican la Iglesia;
el antiintelectualismo y el buenismo pastoral no lo aprecian y creen que es
capricho o manía personal. La
Iglesia agradeció el servicio de los Padres, su docencia y
sus libros; consideró que prestaban un alto servicio… y es que el cultivo de la
razón en orden a la fe, la cultura, la teología y la formación no son acciones
pastorales inmediatas y reconocidas, sino lentas, calladas y ocultas que dan
fruto a largo plazo edificando de verdad.
De
nuevo, y para este punto concreto, los Padres construyen el futuro de la Iglesia e indican caminos.
Tomaron los Padres en serio la razón; “credo ut intelligam, intelligo ut
credam”, decía san Agustín: “creo para entender, entiendo para creer”. Esa
máxima agustiniana puede marcar la acción pastoral hoy; “fides quaerens
intellectum”, porque la fe busca comprender, y lo que sea fideísmo o rechazo a
la razón o antiintelectualismo hay que erradicarlo y ofrecer espacios sólidos
de formación –sin emotividad ni exaltaciones afectivas- para ser capaces de dar
razón de nuestra esperanza.
La
postura, así pues, de los Padres es de profunda confianza en la razón. El papa
Benedicto XVI tuvo una expresión acertada y certera en el discurso de Ratisbona
que muy bien puede sintetizar el trasfondo de fe-razón en los Padres; decía el
Papa: “la afirmación decisiva es: no actuar según la razón es contrario a la
naturaleza de Dios” (Disc. a la
Universidad de Ratisbona, 12-septiembre-2006).
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