Dios que continúa hablando y mostrándose a la Iglesia, a la cual nunca deja de guiar, en cada santo pronuncia una palabra nueva que revela aspectos nuevos del Evangelio, o que actualiza el Evangelio, en cada momento de la historia de la Iglesia.
Dios, que es elocuente, y sigue conduciéndonos por su Espíritu Santo a la verdad completa, ofrece palabras nuevas, sentidos nuevos, con cada santo, distinto de otro santo, y así Dios los constituye en llamadas de atención a todo el pueblo cristiano, en signos vivos de Dios que interpelan.
Cada uno de los santos, a lo largo de la bimilenaria vida de la Iglesia, ha sido fruto de una llamada de Dios en la historia.
"Aunque, en esa peregrinación hacia Jerusalén, en la que va acompañado por una gran muchedumbre, la palabra de Jesús se dirige ante todo a los Doce, su llamada naturalmente alcanza, más allá del momento histórico, todos los siglos. En todos los tiempos llama a las personas a contar exclusivamente con él, a dejar todo lo demás y a estar totalmente a su disposición, para estar así a disposición de los otros; a crear oasis de amor desinteresado en un mundo en el que tantas veces parecen contar solamente el poder y el dinero. Demos gracias al Señor porque en todos los siglos nos ha donado hombres y mujeres que por amor a él han dejado todo lo demás, convirtiéndose en signos luminosos de su amor. Basta pensar en personas como Benito y Escolástica, como Francisco y Clara de Asís, como Isabel de Hungría y Eduviges de Polonia, como Ignacio de Loyola y Teresa de Ávila, hasta la madre Teresa de Calcuta y el padre Pío. Estas personas, con toda su vida, han sido una interpretación de la palabra de Jesús, que en ellos se hace cercana y comprensiva para nosotros. Oremos al Señor para que también en nuestro tiempo conceda a muchas personas la valentía para dejarlo todo, a fin de estar así a disposición de todos" (Benedicto XVI, Hom. en la catedral de S. Esteban, Viena-Austria, 9-septiembre-2007).
En los santos, Dios nos ofrece una verdadera exégesis, explicación, de su Palabra, de su revelación. Esta exégesis es viva, mediante una persona concreta, aportándonos luces nuevas, sentidos mejores, caminos que se abren para la vida de la Iglesia.
La vida teológica de los santos, sus propias biografías y perfiles espirituales únicos, nos ayudan a conocer mejor a Cristo cuestionándonos la calidad del propio seguimiento y ofreciendo sugerencias nuevas.
Ellos, por tanto, son constituidos como signos luminosos, capaces hoy de despertar la llamada universal a la santidad en quienes viven tal vez rutinariamente su bautismo y alentando a todos a vivir más y mejor entregadamente al Señor Jesucristo.
Con los santos comprobamos que la santidad es para todos, una llamada y una vocación que se dirige a todos.
"En los inicios del cristianismo, a los miembros de la Iglesia también se les solía llamar "los santos". Por ejemplo, san Pablo, en la primera carta a los Corintios, se dirige "a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro" (1 Co 1, 2).En efecto, el cristiano ya es santo, pues el bautismo lo une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo debe llegar a serlo, conformándose a él cada vez más íntimamente. A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, llegar a ser santo es la tarea de todo cristiano, más aún, podríamos decir, de todo hombre.El apóstol san Pablo escribe que Dios desde siempre nos ha bendecido y nos ha elegido en Cristo "para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (Ef 1, 4). Por tanto, todos los seres humanos están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en la "semejanza" a él según la cual han sido creados.Todos los seres humanos son hijos de Dios, y todos deben llegar a ser lo que son, a través del camino exigente de la libertad. Dios invita a todos a formar parte de su pueblo santo. El "camino" es Cristo, el Hijo, el Santo de Dios: nadie puede llegar al Padre sino por él (cf. Jn 14, 6)" (Benedicto XVI, Ángelus, 1-noviembre-2007).
Pero los santos, además, son una irrupción de Cristo en la historia. Él les ha dado una forma nueva a los santos, su propia forma, y ha prolongado su presencia entre los hombres por medio de los santos. Éstos han sido una presencia de Cristo ofreciéndole sus manos, sus pies, su corazón, sus labios, para hablar a los hombres, bendecirlos, sanarlos, ir a su encuentro.
"Cada santo que entra en la historia constituye ya una pequeña porción de la vuelta de Cristo, de su nuevo ingreso en el tiempo, que nos muestra la imagen de un modo nuevo y nos da la seguridad de su presencia. Jesucristo no pertenece al pasado y no está confinado a un futuro lejano, cuya llegada no tenemos ni siquiera la valentía de pedir. Él llega con una gran procesión de santos. Juntamente con sus santos ya está siempre en camino hacia nosotros, hacia nuestro hoy" (Benedicto XVI, Disc. a la Curia romana, 21-diciembre-2007).
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