En varias ocasiones se ha mostrado aquí el rito de la paz en la liturgia romana (por ejemplo catequesis I, II y III); una vez más ha de hacerse, para que, a base de repetir, queden fijados los conceptos.
Mil veces lo hemos escuchado y,
otro año más, ensanchando el corazón, volveremos a escuchar lo mismo: las
profecías se han cumplido. El “Príncipe de la paz” (Is 9,1s) nos nace en
Jesucristo, el Verbo de Dios encarnado. Su reino extenderá una paz sin límites:
en sus días florece la justicia y la paz abunda eternamente (cf. Sal 71). Los
ángeles mismos, tan atareados en Navidad, se aparecen a aquellos pastores que
velan al raso cantando: “y paz a los hombres de buena voluntad”, “paz a los
hombres a los que Dios ama”.
Con
el nacimiento de Jesucristo, comienza el Reino de paz de Dios. “Él es nuestra
paz”, declarará san Pablo (Ef 2,14), porque la enemistad entre Dios y el
hombre, y entre los hombres entre sí, por el pecado, ha sido destruida. La
fuente de la verdadera paz, la paz misma, es Jesucristo. Cuando Él, ya
resucitado después de su Sacrificio, salude a los apóstoles, les dirá: “La paz
con vosotros” (cf. Jn 20,1ss.).