Con el III domingo de Adviento, con insistencia, se repite la invitación a la alegría, la renovada llamada y exhortación a vivir alegres. Claro está, una alegría que no es la de la risa fácil, la carcajada artificiosa, el chiste a todas horas en la boca, sino la alegría serena, honda y pacífica incluso cuando, humanamente, pocos motivos pueda haber para ello.
Esta alegría nueva y cristiana sólo halla un fundamento: la presencia cercana del Señor, y se puede vivir incluso en las circunstancias humanas más duras o difíciles. No depende esta alegría de lo exterior, de las circunstancias positivas y felices en que pueda transcurrir la vida, sino de lo interior: Cristo. Es la alegría del enfermo o de quien está perseguido por el Evangelio o de quien vive en oscuridad, y nada de esto le provoca rebeldía y amargura, sino que el sufrimiento es vivido con una alegría que el mundo no conoce ni entiende.
¡Estad alegres!
Sólo Jesucristo en la vida provoca y despierta la alegría que nada ni nadie puede arrebatar y que deja el alma pacificada. Tampoco se podrá pedir a quien sufre pero tiene esta alegría que esté sonriendo y sea chistoso, no se puede forzar la naturaleza más, pero sí hay un tono de serenidad alegre y piadosa.
¡Estad alegres!
"Los textos litúrgicos de este periodo de Adviento nos renuevan la invitación a vivir a la espera de Jesús, a no dejar de esperar su venida, de tal modo que nos mantengamos en una actitud de apertura y disponibilidad al encuentro con Él. La vigilancia del corazón,que el cristiano está llamado a ejercer siempre, en la vida de todos los días, caracteriza en concreto este tiempo en el que nos preparamos con alegría al misterio de Navidad (cfr Prefacio de Adviento II). El ambiente exterior propone los habituales mensajes de tipo comercial, aunque quizá en tono menor a causa de la crisis económica. El cristiano está invitado a vivir el Adviento sin dejarnos distraer por las luces, pero sabiendo dar el justo valor a las cosas, para fijar la mirada interior en Cristo. Si de hecho perseveramos "vigilantes en la oración y exultantes en la alabanza" (ibid.), nuestros ojos serán capaces de reconocer en Él a la verdadera luz del mundo, que viene a iluminar nuestras tinieblas.
En concreto, la liturgia de este domingo, llamada de Gaudete, nos invita a la alegría, a una vigilancia no triste, sino gozosa. Gaudete in Domino semper –escribe san Pablo: "Gozáos siempre en el Señor" (Fil 4,4). La verdadera alegría no es fruto del divertirse, entendido en el sentido etimológico de la palabra di-vertere, es decir desentenderse de los empeños de la vida y de sus responsabilidades. La verdadera alegría está vinculada a algo más profundo. Cierto, en los ritmos diarios, a menudo frenéticos, es importante encontrar tiempo para el reposo, para la distensión, pero la alegría verdadera está ligada a la relación con Dios. Quien ha encontrado a Cristo en la propia vida, experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie ni ninguna situación pueden quitar. San Agustín lo había entendido muy bien; en su búsqueda de la verdad, de la paz, de la alegría, tras haber buscado en vano en múltiples cosas, concluye con la célebre frase de que el corazón del hombre está inquieto, no encuentra serenidad y paz hasta que no reposa en Dios (cfr Confesiones, I,1,1). La verdadera alegría no es un simple estado de ánimo pasajero, ni algo que se lograr con el propio esfuerzo, sino que es un don, nace del encuentro con la persona viva de Jesús, del hacerle espacio en nosotros, del acoger al Espíritu Santo que guía nuestra vida. Es la invitación que hace el apóstol Pablo, que dice: "El Dios de la paz os santifique por entero, y toda vuestra persona, espíritu, alma y cuerpo, se conserve irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 Ts 5,23). En este tiempo de Adviento, reforcemos la certeza de que el Señor ha venido en medio de nosotros y continuamente renueva su presencia de consolación, de amor y de alegría. Confiamos en Él; como también afirma san Agustín, a la luz de la experiencia: el Señor es más íntimo a nosotros que nosotros mismos --interior intimo meo et superior summo meo-- (Confesiones, III,6,11)" (Benedicto XVI, Ángelus, 11-diciembre-2011).
Aprovechemos en este domingo Gaudete las líneas de fuerza de la liturgia sobre la alegría. Repasemos la oración colecta de este domingo, repitámosla, aprendámosla de memoria y pidamos la alegría:
Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fela fiesta del nacimiento de tu Hijo;concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación,y poder celebrarla con alegría desbordante.
En Adviento nos acompañan Isaías, Juan Bautista y la Virgen María. Mientras Isaías nos dice “Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios”, obligado a identificarse Juan se define como "voz" que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.
ResponderEliminarHoy existen muchas voces que nos "gritan" por las calles, desde los medios de comunicación, eslóganes de diferentes grupos…; voces que obligan a comprar aquel producto, a no dejar escapar la ocasión, a votar, a firmar, a protestar… ¡Retumban tantas voces! La voz de Juan es única, nos advierte que nuestras distracciones nos impiden acudir a la cita decisiva.
Seamos en este mundo nuestro de bombillas de colores y compras en el que raramente se ve al Niño en el escaparate de una tienda o en cualquier sitio público (al menos en Murcia), demos testimonio: estamos alegres porque el Niño viene, ya llega, a pesar de que se nos reciba con indiferencia, hostilidad o cinismo.
Navidad está a la vuelta de la esquina, viene Jesús que es nuestra fuente de salvación, María, la virgen encinta va dar a luz. El tercer domingo de Adviento es la afirmación de la presencia de los tiempos mesiánicos y la llamada a la alegría ante la certeza de que el Mesías ya llega. Uno de los cantos del Cancionero Litúrgico Nacional que me gusta y que cantamos en la parroquia: “La Virgen sueña caminos”
La Virgen sueña caminos, esta a la espera.
la Virgen sabe que el niño está muy cerca.
De Nazaret a Belén hay una senda
por ella van los que creen en las promesas
Los que soñáis y esperáis la buena nueva,
abrid las puertas al Niño que está muy cerca.
….
Ante tanto ruido, quien más debe gritar es quien más ama: ¡¡Viene el Señor!! ¡¡Que viene ya!! Dejémonos de tonterías, de populismo, de perder el tiempo, de celos y envidias... ¡¡que está a la puerta llamando!!
Eliminar(PD. También ese canto me apasiona... ¡qué sabor tan dulce para estos días poder cantarlo!)