El primer prefacio se titula “las
dos venidas de Cristo”. Su factura es clásica, romana, concisa. Relaciona las
dos venidas de Cristo marcando sus diferencias, pero formando parte de un mismo
plan de Dios: la historia de la salvación.
En verdad es justo y necesario,es nuestro deber y salvación,darte gracias…por Cristo, Señor nuestro.Quien al venir por vez primeraen la humildad de nuestra carne,realizó el plan de redención trazado desde antiguoy nos abrió el camino de la salvación.
Dos
venidas de Cristo: la primera ya se produjo, con absoluta sencillez, en Belén,
naciendo de la Virgen María,
la segunda, muy distinta, será al final de la historia, el momento último de
todo, como confesamos en el Credo: “y vendrá con gloria para juzgar a vivos y
muertos y su reino no tendrá fin”.
La
primera vez “vino en la humildad de nuestra carne”: se rebajó de su condición
divina y tomó nuestra condición humana. La humildad verdadera –no la apariencia
ni el populismo-, la humildad siempre discreta que pasa desapercibida, marca el
ser y el camino de Jesús: se hace hombre, tiene hambre, sed, cansancio… Debe
aprender como niño, trabajar como adulto en el taller, morir porque es hombre y
la muerte le llegará.
Hasta
tal punto asumió “la humildad de nuestra carne” que se encarna y nace en una
familia modesta, trabajadora, sin lujo ni pretensiones, para vivir en una aldea
insignificante del Imperio romano. Su mismo nacimiento es pobre: en una
cueva-establo, entre bestias…
“Realizó
el plan de redención trazado desde antiguo”: ya con el pecado original, Dios
anunció su plan de redención (cf. Gn 3): “pondré enemistad entre ti y la mujer,
entre tu estirpe y la suya, ella te aplastará en la cabeza…” Los profetas y los
salmos nos hablan de un Salvador, del Siervo de Yahvé, de un Rey verdadero:
palabras y profecías que van desvelando poco a poco ese plan de salvación,
señalando a Cristo, el Hijo de Dios, encarnándose.
“Y
nos abrió el camino de la salvación”. Con Adán se cerró el jardín del Edén, el
acceso a Dios; con Cristo se abren las puertas del cielo para que tengamos
libre acceso a Dios. Él va a realizar la obra de unir a Dios con el hombre
siendo Él el Puente (Pontífice) al ser Dios y hombre verdadero. Para lograrlo
tenía que nacer, sufrir la pasión, morir en la cruz y resucitar. Y Él lo asume
voluntariamente…
Éste
es el tiempo en que vivemos, en que vive la Iglesia: se completó la primera venida de Cristo
con su resurrección y ascensión al cielo, su vuelta al Padre. ¡Es el tiempo de la Iglesia! ¿Y mientras?
¡Esperamos su segunda venida!
Para que cuando venga de nuevoen la majestad de su gloria,revelando así la plenitud de su obra,podamos recibir los bienes prometidos,que ahora, en vigilante espera,confiamos alcanzar.
La
segunda venida de Cristo será gloriosa: ahí están los anuncios de los
Evangelios, de las cartas paulinas y del libro del Apocalipsis. “Todo ojo lo
verá”, “vendrá con sus ángeles”, “al son de la trompeta divina”… Se revelará
plenamente como Señor de todas las cosas, Rey del universo. Lo escucharemos
muchas veces en las lecturas bíblicas que se proclamarán en Adviento.
Cuando
Él vuelva esperamos “recibir los bienes prometidos”: el ciento por uno y la
vida eterna, la corona de gloria que no se marchita, la entrada en el Reino,
poder sentarnos como comensales en el banquete de bodas del Cordero, la
resurrección de nuestra carne -¡por fin glorificada, transformada,
espiritualizada!-, la felicidad verdadera, plena e inquebrantable: ¡felices,
dichosos, bienaventurados!, etc.
Estos,
y muchos más, son “los bienes prometidos que, ahora, en vigilante espera,
confiamos alcanzar”. ¿Vigilante espera? ¿Acaso estamos suficientemente
despejados, despiertos? ¿No ocurre que las más de las veces estamos embotados,
con la cabeza en otros menesteres, dormidos como el mundo indolente, para no
pensar ni trabajar ni servir? ¿Más dados al mundo y al estilo del mundo que a la
vigilancia cristiana, mente despejada, corazón puro? ¿Más a comilonas y bebidas
y otros supuestos placeres que a estar viviendo como hijos de la luz,
revestidos de Cristo, como dice el Apóstol (cf. Rm 13,13-14)?
"¿Acaso estamos suficientemente despejados, despiertos? ¿No ocurre que las más de las veces estamos embotados, con la cabeza en otros menesteres, dormidos como el mundo indolente, para no pensar ni trabajar ni servir? ¿Más dados al mundo y al estilo del mundo que a la vigilancia cristiana, mente despejada, corazón puro? ¿Más a comilonas y bebidas y otros supuestos placeres que a estar viviendo como hijos de la luz, revestidos de Cristo, como dice el Apóstol (cf. Rm 13,13-14)?"
ResponderEliminarSon preguntas muy serias pero que indudablemente es necesario hacerse para alentar la espera vigilante, para no perder el rumbo, para no adormilarnos, para conservar las lámparas llenas de aceite y el alma llena de esperanza, fe y caridad.
Cuando vengas, Señor, en tu gloria, que podamos salir a tu encuentro y a tu lado vivamos por siempre, dando gracias al Padre en el reino. Amén. (del himno de Vísperas)
Los dos prefacios de la primera parte del Adviento nos resumen muy bien el sentido de este tiempo y la actitud espiritual con la que somos invitados a vivirlo.
ResponderEliminarDos venidas:La primera, en Belén-“en la humildad de nuestra carne”-. Y la segunda, la que será “en la majestad de su gloria”.