Otro prefacio para la primera
parte del Adviento es el prefacio III, de redacción nueva, más largo, más
explícitamente bíblico en su estilo. Canta a “Cristo, Señor y Juez de la
historia”.
En verdad es
justo darte gracias,
es nuestro
deber cantar en tu honor
himnos de
bendición y de alabanza,
Padre
todopoderoso,
principio y
fin de todo lo creado.
Tú nos has
ocultado el día y la hora
en que Cristo,
tu Hijo,
Señor y Juez
de la historia,
aparecerá,
revestido de poder y de gloria,
sobre las
nubes del cielo.
El
lenguaje es apocalíptico: fenómenos en el cielo, los astros tambaleándose, etc.
Y los discípulos preguntan: “¿cuándo será eso?”, pero la respuesta es enigmática:
“ni el Hijo del hombre lo sabe, sólo el Padre. Vosotros velad y orad”.
Se
nos “ha ocultado el día y la hora en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la
historia, aparecerá”. Quien fue juzgado por un Sanedrín prevaricador y por un
gobernador romano acobardado, que rehuía la Verdad incómoda, va a venir como Señor y Juez de
la historia: “se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él
todas las naciones. Él separará a unos de otros…” (Mt 25).
En
ese juicio de Cristo, toda la historia pasará por delante. Será luz donde hubo
tinieblas…, será Justicia donde tantos atropellos e injusticias se han cometido
o se han padecido. Será la
Verdad brillando, resplandeciente; será la desvelación del
sentido y del porqué de todo; será la reparación para los que han cargado con
el pecado de los demás y han sido heridos, humillados.
“El día del Juicio, al fin del
mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del
bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos en el
curso de la historia” (CAT 681).
El
prefacio señala también la transformación de todo lo creado, de esto que vemos,
para pasar a los cielos nuevos y la tierra nueva:
En aquel día
terrible y glorioso
pasará la
figura de este mundo
y nacerán los
cielos nuevos y la tierra nueva.
Son
palabras profundamente consoladoras. Vemos la naturaleza y sufrimos su
desorden: la tierra produce abrojos y espinas (cf. Gn 3) y se vuelve contra el
hombre; catástrofes naturales que lo arrasan todo… San Pablo lo dice: “la
creación entera gime con dolores de parto” (Rm 8). Cuando venga Cristo se
inaugurarán estos cielos nuevos y tierra nueva, porque también la creación
–bella, hermosa, buena- será redimida y transformada.
Mientras
aguardamos la segunda venida de Cristo, ¿qué ocurre? ¿Estamos solos, perdidos,
dejados de Su Mano? Este prefacio señala también cómo ahora Cristo se nos da y
viene, invisible y ocultamente, de muchos modos:
El mismo Señor
que se nos mostrará entonces lleno de gloria
viene ahora a
nuestro encuentro
en cada hombre
y en cada acontecimiento,
para que lo
recibamos en la fe
y por el amor
demos testimonio
de la espera
dichosa de su reino.
Hay,
pues, una venida “intermedia” del Señor, en al que Cristo se nos da y nos
sostiene, saliendo a nuestro encuentro. Esta venida intermedia requiere una
atención cordial: Cristo pasa por la vida pero hay que descubrirlo, hay que
acogerlo.
Sin
duda, Cristo pasa por nuestra vida en la liturgia y los sacramentos, que no son
reuniones, fiestas, didáctica de la fe, sino acciones salvadoras de Dios mismo.
Esta venida intermedia se produce con su Palabra proclamada, con la que toca el
corazón. Viene Cristo en los hermanos, especialmente en quienes nos necesitan
de mil maneras distintas y viene en circunstancias y acontecimientos de nuestra
vida. Él nos va llevando, nos va conduciendo, nos va guiando. Los ojos de la fe
y del amor reconocen a Cristo.
Por eso
mientras aguardamos su última venida,
unidos a los
ángeles y a los santos,
cantamos el
himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo…
Kyrios, Señor, con el pleno alcance teológico de la resurrección de Jesús, exaltado por encima de toda criatura como Mesías y Señor del universo, dador de la vida nueva, escatológica, esperanza de salvación para el hombre, Señor y juez de la historia.
ResponderEliminarEn los textos neotestamentarios se pueden vislumbrar dos formas del señorío del Kyrios resucitado: el Señorío del Kyrios dentro de la Iglesia y fuera de ella sobre toda la historia (cosmos).
Jesús, Señor de la Iglesia, presente sobre todo en Efesios y Colosenses, donde se le ve como la Cabeza del Cuerpo, la Iglesia, a la que distribuye sus dones, vivifica y renueva con su Espíritu y que está sujeta a su señorío. Este pensamiento lo encontramos en los Padres, especialmente en Agustín (Christus totus) y en Tomás de Aquino (cuerpo místico). "Tu solus Dominus, solus Christus”, todas estas expresiones fueron creadas por el espíritu cristiano para vivir con toda verdad y radicalidad su relación de adhesión total a Cristo, para poner bajo su Señorío toda la existencia.
Jesús, Señor de la historia llega a su cima de forma grandiosa en el Apocalipsis, en donde se confiesa decididamente a Jesús como "Rey de reyes y Señor de Señores” el único a quien, junto con el Padre, hay que prestar adoración y obediencia. Señor de la historia: Quién decidirá sobre la historia, sobre toda la historia.
Éste es el tiempo en que llegas, Esposo, tan de repente, que invitas a los que velan y olvidas a los que duermen. (Del himno de Vísperas)