domingo, 7 de diciembre de 2014

El prefacio III de Adviento



Otro prefacio para la primera parte del Adviento es el prefacio III, de redacción nueva, más largo, más explícitamente bíblico en su estilo. Canta a “Cristo, Señor y Juez de la historia”.



En verdad es justo darte gracias,
es nuestro deber cantar en tu honor
himnos de bendición y de alabanza,
Padre todopoderoso,
principio y fin de todo lo creado.

Tú nos has ocultado el día y la hora
en que Cristo, tu Hijo,
Señor y Juez de la historia,
aparecerá, revestido de poder y de gloria,
sobre las nubes del cielo.
           

            El lenguaje es apocalíptico: fenómenos en el cielo, los astros tambaleándose, etc. Y los discípulos preguntan: “¿cuándo será eso?”, pero la respuesta es enigmática: “ni el Hijo del hombre lo sabe, sólo el Padre. Vosotros velad y orad”.

            Se nos “ha ocultado el día y la hora en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la historia, aparecerá”. Quien fue juzgado por un Sanedrín prevaricador y por un gobernador romano acobardado, que rehuía la Verdad incómoda, va a venir como Señor y Juez de la historia: “se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros…” (Mt 25).


            En ese juicio de Cristo, toda la historia pasará por delante. Será luz donde hubo tinieblas…, será Justicia donde tantos atropellos e injusticias se han cometido o se han padecido. Será la Verdad brillando, resplandeciente; será la desvelación del sentido y del porqué de todo; será la reparación para los que han cargado con el pecado de los demás y han sido heridos, humillados.

            “El día del Juicio, al fin del mundo, Cristo vendrá en la gloria para llevar a cabo el triunfo definitivo del bien sobre el mal que, como el trigo y la cizaña, habrán crecido juntos en el curso de la historia” (CAT 681).

            El prefacio señala también la transformación de todo lo creado, de esto que vemos, para pasar a los cielos nuevos y la tierra nueva:

En aquel día terrible y glorioso
pasará la figura de este mundo
y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva.

            Son palabras profundamente consoladoras. Vemos la naturaleza y sufrimos su desorden: la tierra produce abrojos y espinas (cf. Gn 3) y se vuelve contra el hombre; catástrofes naturales que lo arrasan todo… San Pablo lo dice: “la creación entera gime con dolores de parto” (Rm 8). Cuando venga Cristo se inaugurarán estos cielos nuevos y tierra nueva, porque también la creación –bella, hermosa, buena- será redimida y transformada.

            Mientras aguardamos la segunda venida de Cristo, ¿qué ocurre? ¿Estamos solos, perdidos, dejados de Su Mano? Este prefacio señala también cómo ahora Cristo se nos da y viene, invisible y ocultamente, de muchos modos:

El mismo Señor que se nos mostrará entonces lleno de gloria
viene ahora a nuestro encuentro
en cada hombre y en cada acontecimiento,
para que lo recibamos en la fe
y por el amor demos testimonio
de la espera dichosa de su reino.

            Hay, pues, una venida “intermedia” del Señor, en al que Cristo se nos da y nos sostiene, saliendo a nuestro encuentro. Esta venida intermedia requiere una atención cordial: Cristo pasa por la vida pero hay que descubrirlo, hay que acogerlo.

            Sin duda, Cristo pasa por nuestra vida en la liturgia y los sacramentos, que no son reuniones, fiestas, didáctica de la fe, sino acciones salvadoras de Dios mismo. Esta venida intermedia se produce con su Palabra proclamada, con la que toca el corazón. Viene Cristo en los hermanos, especialmente en quienes nos necesitan de mil maneras distintas y viene en circunstancias y acontecimientos de nuestra vida. Él nos va llevando, nos va conduciendo, nos va guiando. Los ojos de la fe y del amor reconocen a Cristo.

Por eso mientras aguardamos su última venida,
unidos a los ángeles y a los santos,
cantamos el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo…

            Esperamos, deseamos, necesitamos la segunda venida del Señor. Mientras aguardamos esa plena realidad, “mientras aguardamos su última venida”, la celebración eucarística es venida de Jesucristo, es presencia real de Cristo, bajo los signos del pan y vino, bajo las especies eucarísticas. Será la Eucaristía alimento para nuestra esperanza aguardando al Salvador.

1 comentario:

  1. Kyrios, Señor, con el pleno alcance teológico de la resurrección de Jesús, exaltado por encima de toda criatura como Mesías y Señor del universo, dador de la vida nueva, escatológica, esperanza de salvación para el hombre, Señor y juez de la historia.
    En los textos neotestamentarios se pueden vislumbrar dos formas del señorío del Kyrios resucitado: el Señorío del Kyrios dentro de la Iglesia y fuera de ella sobre toda la historia (cosmos).
    Jesús, Señor de la Iglesia, presente sobre todo en Efesios y Colosenses, donde se le ve como la Cabeza del Cuerpo, la Iglesia, a la que distribuye sus dones, vivifica y renueva con su Espíritu y que está sujeta a su señorío. Este pensamiento lo encontramos en los Padres, especialmente en Agustín (Christus totus) y en Tomás de Aquino (cuerpo místico). "Tu solus Dominus, solus Christus”, todas estas expresiones fueron creadas por el espíritu cristiano para vivir con toda verdad y radicalidad su relación de adhesión total a Cristo, para poner bajo su Señorío toda la existencia.
    Jesús, Señor de la historia llega a su cima de forma grandiosa en el Apocalipsis, en donde se confiesa decididamente a Jesús como "Rey de reyes y Señor de Señores” el único a quien, junto con el Padre, hay que prestar adoración y obediencia. Señor de la historia: Quién decidirá sobre la historia, sobre toda la historia.
    Éste es el tiempo en que llegas, Esposo, tan de repente, que invitas a los que velan y olvidas a los que duermen. (Del himno de Vísperas)

    ResponderEliminar