Con esta parábola, las lecturas y los sentidos que se encuentran en ella son innumerables, enriquecedores para la vida cristiana. Es un alto en el camino que, sin lugar a dudas, suscita la esperanza.
El Señor vendrá, y vendrá como el Esposo para el banquete de bodas con su Esposa, la Iglesia, semper reformanda. No tememos a quien amamos, sino que velamos con el deseo de que llegue.
Sugestiva la imagen: vírgenes prudentes con lámparas encendidas en procesión con el Esposo para entrar en la sala del banquete. Nosotros, en la liturgia, la plasmamos ritualmente en un rito delicioso que hemos de entender espiritualmente: la noche de la santa Vigilia pascual -¡oh noche que resplandeces!-, se bendice el fuego nuevo, se enciende el cirio y de él las velas de los fieles, y en la oscuridad de la noche (y del templo) entramos en procesión tras Cristo-Luz, iluminados por Él, a la sala preparada para el Banquete pascual, la Vigilia de la noche de Pascua y la Eucaristía, anunciando -pregustando- el banquete eterno.
El aceite de las lámparas contiene muchos simbolismos; en la misma Liturgia de las Horas, en el común de vírgenes, oramos diciendo: "Señor Jesús, esposo que has de venir y a quien las vírgenes prudentes esperaban, concédenos vivir en vela, esperando tu retorno glorioso", y también: "Oh Cristo, a cuyo encuentro salieron las vírgenes santas con sus lámparas encendidas, no permitas que falte nunca el óleo de la fidelidad en las lámparas de las vírgenes que se han consagrado a ti".
San Hilario de Poitiers explica la parábola:
"el retraso del esposo es el tiempo del arrepentimiento. El sueño de las vírgenes que esperan es el descanso de los fieles y la muerte temporal de todos en el tiempo de la penitencia. El grito de medianoche, entre la ignorancia general, es la voz de la trompeta que precede la venida del Señor y despierta todos para que vayan al encuentro del Señor. Las lámparas que se cogen son el retorno de las almas a los cuerpos, y la luz es la conciencia que resplandece por las buenas obras, encerrada en los pequeños vasos de los cuerpos" (Sobre Ev. Mt 27, 4).
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Y para terminar, con todas estas líneas abiertas en torno a esta preciosa parábola:
"Las lecturas bíblicas de la liturgia dominical de hoy nos invitan a prolongar la reflexión sobre la vida eterna, iniciada con motivo de la conmemoración de todos los fieles difuntos. Sobre este punto, es neta la diferencia entre quien cree y quien no cree, o, se podría igualmente decir, entre quien espera y quien no espera. San Pablo escribe a los tesalonicenses: “No queremos dejaros en la ignorancia sobre aquellos que murieron, para que no estéis tristes como quienes no tienen esperanza” (1 Ts 4,13). La fe en la muerte y la resurrección de Jesucristo marca, también en este campo, un antes y un después decisivo. También san Pablo recuerda a los cristianos de Éfeso que, antes de acoger la Buena Noticia, estaban “en el mundo sin esperanza y sin Dios” (Ef 2,12). De hecho, la religión de los griegos, los cultos y los mitos paganos, no podían iluminar el misterio de la muerte, tanto que una antigua inscripción decía: “In nihil ab nihilo quam cito recidimus”, que significa: “¡Qué pronto recaemos de la nada a la nada!”. Si quitamos a Dios, si quitamos a Cristo, el mundo recae en el vacío y en la oscuridad. Y esto encuentra eco también en las expresiones del nihilismo contemporáneo, un nihilismo a menudo inconsciente que contagia lamentablemente a muchos jóvenes.
El Evangelio de hoy es una célebre palabra, que habla de diez jóvenes invitadas a una fiesta de bodas, símbolo del Reino de los cielos, de la vida eterna (Mt 25,1-13). Es una imagen feliz, con la que sin embargo Jesús enseña una verdad que nos hace cuestionarnos; de hecho, de aquellas diez chicas: cinco entran en la fiesta, porque, a la llegada del esposo, tienen aceite para encender sus lámparas; mientras que las otras cinco se quedan fuera, porque, tontas, no han llevado aceite. ¿Qué representa este 'aceite', indispensable para ser admitidos al banquete nupcial? San Agustín (cfr Discursos 93, 4) y otros autores antiguos leen en él un símbolo del amor, que no se puede comprar, pero se recibe como regalo, se conserva en la intimidad y se practica en las obras. Verdadera sabiduría es aprovechar la vida mortal para realizar obras de misericordia, porque, tras la muerte, eso ya no será posible. Cuando nos despierten para el juicio final, este se basará en el amor practicado en la vida terrena (cfr Mt 25,31-46). Y este amor es don de Cristo, infundido en nosotros por el Espíritu Santo. Quien cree en Dios-Amor lleva en sí una esperanza invencible, como una lámpara con la que atravesar la noche más allá de la muerte, y llegar a la gran fiesta de la vida.
A María, Sedes Sapientiae, pidamos que nos enseñe la verdadera sabiduría, la que se ha hecho carne en Jesús. Él es el Camino que conduce de esta vida a Dios, al Eterno. Él nos ha hecho conocer el rostro del Padre, y así nos ha donado una esperanza plena de amor" (Benedicto XVI, Ángelus, 6-noviembre-2011).
“vendrá como el Esposo para el banquete de bodas con su Esposa”
ResponderEliminarComo la luz y el aceite contienen muchos simbolismos, como dice la entrada, yo prefiero a las vírgenes prudentes como representación de los fieles de la Iglesia militante que con lámparas encendidas velan - hacen guardia por la noche, observan atentamente su fe y caridad, cuidan solícitamente de su esperanza, aguantan el viento durante la noche- deseando que llegue el Esposo.
En consecuencia comparto la explicación de San Hilario de Poitiers
¡Qué pocos han querido escuchar al Papa Benedicto XVI: “Si quitamos a Dios, si quitamos a Cristo, el mundo recae en el vacío y en la oscuridad, en el nihilismo contemporáneo.”
Jerusalén, Iglesia viva de eternidad; hacia ti caminan los hombres, sin descansar (del himno de Vísperas).