jueves, 28 de abril de 2022

De la prudencia, la sensatez (I)


1. En torno a cada virtud cardinal nacen y se subordinan diversas virtudes que la desarrollan, o la matizan, o la perfeccionan; giran en torno a estas virtudes cardinales; de ahí que conocerlas, meditarlas, ejercitarse en ellas, aumenta y enriquece el actuar moral, sabiendo que una virtud nunca marcha sola; una virtud atrae a las demás y las ayuda a crecer.



 La virtud cardinal de la prudencia organiza nuestro actuar, pues, buscando el bien, mide los medios que ha de utilizar, el modo de emplearlos y el tiempo más oportuno. Es esa recta razón en el obrar que nos dirige en lo práctico, buscando el bien y la verdad, y por tanto, determina y aconseja lo que hemos de obrar en cada caso y en cada circunstancia distinta.

2. Las virtudes que se derivan de la prudencia están en el ámbito del gobierno de uno mismo. Saber gobernar la propia alma es un arte (y por tanto, se aprende) y es una gracia. Una virtud, por tanto una capacitación del alma para el bien, es la virtud del buen sentido práctico, de la sensatez, o señalado de otro modo, el sentido común. Ésta es una percepción muy ajustada de la realidad que no se desfigura ni por el juicio, ni por el temor, ni por la ira. 

 
El sentido práctico o sentido común mira la realidad y la ve tal cual es; y, ajustándose a esa realidad va a obrar sin excesos ni quedándose corto, sin llegar. Y ese sentido común, que ve la realidad como es y piensa desde esa realidad sin desfigurarla, el sentido común o buen sentido práctico busca siempre los cauces más normales, las leyes comunes, lo más discreto y ajustado, para obrar bien y rectamente. Es la normalidad buscando el bien, sin tomar medidas desproporcionadas o llamativas. Saber lo que existe, ajustarse a ello y, con equilibrio, obrar. 

Así la sensatez busca todas las posibilidades, piensa los distintos resultados y los valora, se mueve y actúa y emplea todos los recursos legítimos y normales. Es la aplicación de aquel principio espiritual: “haz todas las cosas como si dependieran de ti, sabiendo que todo depende de Dios”.

¿Qué destruye este sentido práctico, esta sensatez? Fácilmente la destruye la precipitación, el actuar corriendo, aceleradamente, sin reflexionar. 

Puede destruir la sensatez el pecado de la ira o de la venganza, que ciega y se responde inadecuadamente porque se ve la realidad desfigurada, mayor de lo que es en verdad. 

La sensatez desaparece si siempre se quiere actuar desde unos prejuicios o ideología, y se busca aplicar algo a priori sin ver la realidad tal cual es, si se puede o no hacer, si es bueno en ese momento y en esa circunstancia, y llegan situaciones en que planteamientos que son correctos, cuando los queremos aplicar sin más, chocan con la realidad, no hay capacidad y hacemos un mal en vez de un bien. “El remedio peor que la enfermedad”.

Es hablar –aunque sea verdad- con quien se debe, pero, a lo mejor delante de muchas personas; o comentar algo con alguien indiscreto que lo va a comentar con todos al momento; o es corregir o exponer algo bueno con tal vehemencia que se rechace al momento; o es echar en cara algo a alguien; o, queriendo hacer un bien, meterse donde a uno no lo llaman extralimitándose en sus competencias; etc.

El sentido práctico gobierna cada vez mejor cuando se va acumulando experiencias y se mira y enjuicia la realidad con realismo, con veracidad. Este sentido práctico es una finura de espíritu para vivir, y suele ser característico en hombres y mujeres que son de Dios. 

El lenguaje de los salmos es muy elocuente al respecto: el sensato es hombre de Dios y vive de fe; el insensato es llamado necio, y como tal tiene tal torpeza de espíritu que todo lo estropea. “Dice el necio para sí: ‘No hay Dios’. Se han corrompido cometiendo execraciones, no hay quien obre bien. El Señor observa desde el cielo a los hijos de Adán, para ver si hay alguno sensato que busque a Dios. Todos se extravían, igualmente obstinados, no hay uno que obre bien, ni uno solo” (Sal 13). 

¿Cómo es el malvado, el hombre sin Dios, según los salmos? “Las palabras de su boca son maldad y traición, renuncia a ser sensato y a obrar bien; acostado medita el crimen, se obstina en el mal camino, no rechaza la maldad” (Sal 35). Incluso el creyente, en situaciones extremas, en oscuridad, puede ser insensato, necio: “cuando mi corazón se agriaba y me punzaba mi interior, yo era un necio y un ignorante, yo era un animal ante ti” (Sal 72).

El creyente, siendo hombre de Dios, reflexionando y conociendo, aguzará su ingenio y acrecentará su sentido práctico. Muchas cosas son de sentido común; sólo una mente despierta y un corazón creyente sabrá realizar lo que es de sentido común, buscando el bien, obrando sensatamente. Este sentido práctico es el que alaba Jesús del administrador infiel, cómo fue agudo, sagaz, para obrar mal en beneficio propio; el Señor incita a sus discípulos para obrar el bien con la misma sagacidad y astucia, con el mismo sentido común: “los hijos de las tinieblas son más astutos que los hijos de la luz” (Lc 16,8).

1 comentario:

  1. Muchas gracias por esta publicación, me ha ayudado a prestar más atención, bajo una mirada católica, a una virtud que debería recibir más atención ya que de su ejercicio podríamos obtener muchos frutos.

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