lunes, 11 de febrero de 2019

Héroes a lo divino (Palabras sobre la santidad - LXV)




            ¿Personas excepcionalmente fuertes, o con poderes casi mágicos? ¿Tal vez a la manera de los superhéroes imaginarios de las películas? ¿Acaso ese tipo humano de “todoterreno”, que valen para todo y sirven para todo? ¿Alguien tan anormal que ni siente ni padece, impertérrito a lo que le echen? ¿De los que siempre triunfan y nunca son derribados? ¿Eso es la santidad? ¿Eso es un santo? -¡Porque eso no estaría al alcance de todos!-.

  
          Más que personas muy capacitadas humanamente (Dios no elige a los más capaces sino que capacita a los que elige), más que personas de una extraordinaria fuerza fuera de lo común, en un santo hay que mirar y fijarse bien y entonces no se descubre a un superhéroe (un superman, por ejemplo) que todo lo puede por sí mismo, sino a alguien que se ha puesto al servicio de Dios y Dios lo ha ido capacitando (cf. 1Tm 1,12) y dándole a cada momento lo necesario para su vocación y misión.

            Así, lo primero que brilla en un santo es la obra de Dios en él, la actuación de la gracia. En un santo hay un soporte único, un trasfondo escondido, cuyo origen es Dios, y que se va a reflejar en todo lo que un santo vive, siente, realiza, trabaja, ama, sufre. Se trata de la vida sobrenatural en ellos.

            Son campeones, sí, en mil batallas, en mil superaciones personales, en mil trabajos por la Iglesia, porque la vida les viene de lo alto. Lo sobrenatural actúa en ellos de modo pleno y sin obstáculos; la vida sobrenatural en fe, esperanza y caridad, la participación en la vida de Dios, fue sobreabundante:

La vida sobrenatural del cristiano no es una doctrina que pueda ignorarse, o considerarse secundaria en el diseño religioso... Es fundamental y constituye el núcleo profundo, originario y esencial de las relaciones que Cristo inauguró con la humanidad que le quiera seguir” (Pablo VI, Discurso a los dirigentes de la Acción Católica, 30-julio-1963).


            Así la vida cristiana permite poder repetir, como san Pablo, “es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20). Ya no se trata del esfuerzo moral, del compromiso pelagiano, de la presunta omnipotencia de la naturaleza humana (olvidando el pecado original y su debilitamiento, la concupiscencia); nada de eso sirve porque consume y destroza al hombre condenándolo al fracaso y la frustración. Es la vida sobrenatural, es la gracia. Por eso el cristianismo es la comunicación de una vida nueva, gratuita, elevada, sobrenatural, sin confundirse ni disfrazarse de valores, ideología, o mera transformación social o ética. No es un instrumento al servicio de esos fines terrenos. El cristianismo es más y mejor y más grande: transmisión de la vida sobrenatural. Los santos son su mejor exponente, la gran confirmación del poder de la vida sobrenatural y de la exacta naturaleza del cristianismo.

            Un santo vive de la gracia, no de sí mismo; un santo vive de lo recibido, no de sus propios ideales; un santo vive de la vida sobrenatural que se le entrega, no de sus meros recursos humanos o proyectos personales o pastorales. Los santos amaron más la gracia que sus propias vidas: esto no los deshumanizó, ni los volvió fríos e insensibles; muy al contrario, la gracia –la vida sobrenatural en ellos- mostró la auténtica humanidad, la mejor humanidad, lo humano según el modelo de Cristo:

            El estado de gracia no tiene términos suficientes por los que pueda ser definido; es un don, es una riqueza, es una belleza, es una maravillosa transfiguración del alma asociada a la vida misma de Dios, mediante la cual nos convertimos, en cierto modo, en partícipes de su trascendente naturaleza; es una elevación a la adopción de hijos del Padre celestial, de hermanos de Cristo, de miembros vivos del Cuerpo Místico mediante la animación del Espíritu Santo. Es una relación personal, pero, pensadlo bien, entre el Dios vivo, misterioso e inaccesible por su infinita plenitud, y nuestra ínfima persona. Es una relación que debería hacerse consciente; pero sólo los limpios de corazón, los contemplativos, los que viven en la celda interior de su espíritu, los santos, quienes saben decirnos algo de esto. También los teólogos nos pueden instruir bien. Porque es una relación todavía secreta no es evidente, no entra en el campo de la experiencia sensible, si bien la conciencia educada adquiere una cierta sensibilidad espiritual; advierte en sí los “frutos del espíritu”, de los que San Pablo hace un largo elenco: “La caridad, el gozo, la paz” (estos especialmente: una alegría interior, en primer lugar, y, después la paz, la tranquilidad de la conciencia), y después, la paciencia, la bondad, la longanimidad, la mansedumbre, la fidelidad, la modestia, el dominio de sí, la castidad (Gal 5,22); parece que el apóstol entreviera el perfil de un santo. Esta es la gracia; esta es la transfiguración del hombre que vive en Cristo” (Pablo VI, Audiencia general, 14-agosto-1968).

            Esto sí es algo nuevo. Son héroes a lo divino: ¿o no es heroico vivir siempre con alegría interior y paz, vivir con bondad, paciencia, mansedumbre, castidad…? Pero fue la gracia la que lo logró en ellos; fue la vida sobrenatural fecundando sus existencias.

            Sus grandes hazañas no fueron logros humanos, conquistas, éxitos, empresas, protagonismo o fama; no levantaron imperios ni soñaban con honores humanos ni reconocimientos sociales. Los que eso buscan, son héroes efímeros, con pies de barro, que fácilmente son derribados por otros presuntos héroes.

            Estos héroes verdaderos, los santos, lo fueron al modo divino: de muchos de ellos apenas sabemos nada, otros son una multitud anónima… y sin embargo siguen siendo héroes: porque dejaron a Dios que les diese una vida nueva y verdadera, removiendo todos los obstáculos interiores de su alma.

            Fueron héroes a lo divino; la vida sobrenatural los humanizó plenamente y los elevó hasta Dios. Para el mundo son hoy testigos de lo divino y sobrenatural, una señal que apunta a la trascendencia, a algo superior, a la vida en Dios.

            Y es que hay que ser héroes –por gracia- para dar muerte a todo lo terreno en uno mismo (cf. Col 3,5), pisotear las obras de la carnalidad y dejar florecer los frutos del Espíritu Santo (cf. Gal 5,22-27). Esto fue lo que los constituyó como héroes, más incluso que las obras apostólicas que pudieran realizar… porque la heroicidad verdadera –a lo divino- se da en lo oculto del día a día, anodino tal vez, en el cuarto interior del alma donde sólo el Padre que ve en lo escondido es testigo (cf. Mt 6,6).

2 comentarios:

  1. La imagen acompaña de perlas. ¿Es un sagrario? ¡Cuántas cruces! que a la vista, que escondidas... en lo que el niño San Francisco Marto llamaba con todo su amor... Jesús escondido!!!

    Vivir la Existencia eucarística de Nuestro Señor Jesucristo.
    Abrazos fraternos.

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  2. Pater, en el blog llamado SERVIAM! de su magnífica lista de blogs, le ruego que lo vuelva a agregar pero con la nueva dirección

    https://doulosmariae.blogspot.com/


    gracias.
    Abrazos fraternos.

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