miércoles, 8 de mayo de 2013

Pensamientos de San Agustín (XVIII)

La recopilación de citas agustinianas de Miserere -que aquí, fraternalmente, nos apropiamos- nos ayudan a fijar algunas ideas y conceptos con el estilo de san Agustín.

Las máximas son fórmulas simples: una frase, bien construida, fácil de memorizar, que encierra algún principio de nuestra salvación.

La oración mantiene el corazón, el alma, a la persona completa, en tensión, aguardando, vigilando, esperando, discerniendo. Nada que ver con un letargo continuo o un adormecimiento de la conciencia. La oración nos despierta de nuestro sueño esperando al Señor.
Vela y ora para que no caigas en tentación. La oración te advierte que necesitas de la ayuda de tu Señor, para que no pongas en ti mismo la esperanza del buen vivir (San Agustín. Carta 218,3).
¿Cuáles son las cosas esenciales, las verdaderas riquezas? Tal vez para nuestro mundo, donde sólo cuenta el mercado y el capital, la compra y el consumo, las verdaderas riquezas están olvidadas. Hay demasiados pobres, pobres en humanidad, pobres en su corazón, que por dentro están vacíos aun cuando tengan todo y de todo.
Quienes sois pobres esforzaos por tener riquezas interiores, por tener los corazones llenos de virtudes, por poseer la justicia, la piedad, la caridad, la fe y la esperanza. Estas son las verdaderas riquezas, que ni siquiera en un naufragio podéis perder (San Agustín. Sermón 25A,3).
Más todavía: el origen de los verdaderos bienes es Dios; de Él nos viene todo y es de justicia reconocer su bondad y agradecer sus dones.
No es posible encontrar bien alguno, particularmente los que hacen al hombre bueno y feliz, si Dios no los hace descender sobre el hombre y los pone a su alcance (San Agustín, Tratado sobre la Trinidad 13,7,10).
Un alma libre y madura obra por Dios y sólo atiende a Dios. Prescinde de la alabanza humana y de la vanagloria; si la busca es signo de una inmadurez que ha de ser corregida, centrando el corazón sólo en Dios.
Aquellos que apoyan sus obras en la alabanza ajena, se encuentran vacíos cuando ésta falta, y por fuerza de la costumbre el alma busca siempre aquello en donde suele gozarse (San Agustín, Ochenta y tres cuestiones diversas 59,3).
Mendigos de Dios, y libres de toda vanidad y alabanza, el hombre reconoce su pequeñez ante Dios. Sabiéndose pequeño, el viento de la soberbia no lo puede hinchar. Sólo Dios lo hace crecer.
Ante Dios es incomparablemente mejor mostrarse agradecido por los pequeños dones que ensoberbecerse por los grandes. A quien le agradece lo poco, Dios lo admite a lo mucho; quien, en cambio, no agradece lo mucho, pierde hasta lo que tiene (San Agustín, Sermón 283,3).
Pensar y creer no se excluyen ni son incompatibles... porque el hombre, por su estructura creada, necesita la fe y la razón unidas.
¿Quién no ve que primero es pensar que creer? Nadie en efecto cree, si antes no piensa que se debe creer... Es preciso que todo lo que se cree se crea después de haberlo pensado (San Agustín, Tratado sobre la predestinación de los Santos 2,5).
La verdad no es, sin más un concepto, sino que implica a la persona en todo su ser, tanto en su corazón, como en su lengua -el discurso, la palabra- como en su prolongación, que son las obras. 
De nada sirve dar a conocer la verdad si el corazón disiente de la lengua, y de nada aprovecha oir la verdad si a la audición no sigue la obra (San Agustín, Comentario al Salmo 66,10).
Como la verdad no es un discurso aprendido de memoria, una receta prefabricada, sino que es una Palabra pronunciada, para vivir la verdad, predicarla y anunciarla, hay que ser un oyente de ella en el interior, cada día, constantemente, dejándonos guiar por el Maestro interior.
Pierde el tiempo predicando exteriormente la palabra de Dios quien no es oyente de ella en su interior (San Agustín, Comentario al Salmo 179,1).
La verdad es para todos, para todos es accesible, y no se empequeñece ni se reduce porque sean muchos los que la alcancen y compartan, sino que brilla con mayor esplendor cuando ha triunfado en más hombres, en más corazones e inteligencias.
La verdad no admite amadores envidiosos entre si; a todos se da igualmente y por completo, y a todos y a cada uno en suma castidad. Nadie dice al otro: retírate para acercarme yo también (San Agustín, Tratado sobre el Libre Albedrío 2,145).

2 comentarios:

  1. Muy acertado fijar ideas y conceptos con el estilo de los santos.

    En oración ¡Qué Dios les bendiga!

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  2. Si, fija ideas y conceptos. Vivir esas ideas y conceptos conlleva un estado de permanente vencimiento interior de si mismo. A veces me da por pensar que el núcleo básico e imprescindible al que puedo acudir es el SAGRARIO. Tengo para mi que todo arranca de ahí, para al final regresar ahí. Sigo rezando. Padre, como siento una debilidad especial por San Agustín, de nuevo le doy las gracias, pero esta vez de forma especial.

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