jueves, 23 de mayo de 2013

Fe: lo que nos dice el último Concilio

                "La audiencia en la que participáis debería ser, según nuestro deseo, y quizá según el vuestro, una confirmación en vuestra fe católica. ¿Qué otro don mejor podemos desear para vosotros? Pensamos en el inmenso esfuerzo que deben realizar vuestros espíritus, por fuerza de las cosas, inmersos como están en el mar tempestuoso de la mentalidad moderna en orden a la religión, y más precisamente en orden a la fe; y pensamos que vosotros esperáis, al venir a este encuentro, gozar un momento de tranquilidad espiritual, un momento de seguridad religiosa, un momento de gozoso respiro en la experiencia interior del poder tonificante de la fe. Aquí está el puerto de la serenidad, la tierra firme de la estabilidad; nuestros votos y nuestra bendición os quieren conseguir este bienhechor y tonificante consuelo.


                Nuestro ministerio apostólico nos obliga y nos da facultades para ello. Para difundir en todo el  pueblo de Dios este soberano beneficio hemos anunciado la próxima celebración del centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Pero entre tanto podemos presentaros una consideración que está muy unida en el período posconciliar, en el que toda la Iglesia está estudiando y meditando el tesoro doctrinal que nos ha legado el Concilio Vaticano II. Y la consideración se refiere al pensamiento que el Concilio ha expresado con respecto a la fe. Éste es, ciertamente, un tema de estudio profundo para teólogos e historiadores; nosotros nos vamos a contentar con señalarlo apenas.

                ¿Cuál es la doctrina del Concilio Ecuménico sobre la fe? El que se plantee esta pregunta se da cuenta en seguida que el último Concilio no ha realizado un tratado verdadero y propio sobre la fe, como lo hicieron otros Concilios. Es célebre, por ejemplo, la doctrina del Concilio II de Orange (a. 529), presidido por San Cesáreo de Arlés; no fue un Concilio ecuménico, pero tuvo mucha importancia por las polémicas y discusiones con que se desarrolló y por las doctrinas que enseñó, siguiendo a San Agustín, especialmente sobre la gracia necesaria para llegar a la fe justificante, y que confirmó el Papa Bonifacio II (DS 375 ss). Tampoco podemos olvidar las enseñanzas del Concilio de Trento sobre la fe, especialmente sobre la necesidad de que la fe esté integrada por la caridad (D. S. 1559) y por la gracia sacramental (Ib. 1561-1566). Luego el Concilio Vaticano I habló expresamente de la fe en su famosa Constitución “Dei Filius” (a. 1870), especialmente en los capítulos III y IV, en donde se precisan las funciones de la inteligencia y de la voluntad, operantes con la gracia, en el acto de la fe, y se indican las relaciones entre la fe y la razón (ib. 3008-3020); estas enseñanzas han dado materia de estudio y discusión a la teología, a la apologética, a la espiritualidad y también a la actitud práctica de la Iglesia hasta nuestros días (cf. R. Aubert, “Questioni attuali intorno all´atto di Fede, in Problemi e Orientamenti di Teol. Domm.”, vol. II, 635).

El Concilio Vaticano II no nos ha liberado de viejas fórmulas

                ¿Cómo en cambio el Concilio Ecuménico Vaticano II no nos ha legado un “capítulo” expresamente dedicado a la fe, cuando ésta sigue siendo el centro de la controversia y vitalidad religiosa? Es necesario fijarse un poco. Esta supuesta omisión ha sido puesta por algunos en relación con uno de los puntos programáticos del último Concilio, es decir, el de no dar nuevas solemnes definiciones dogmáticas, lo cual ha engendrado en algunos la sospecha de que las definiciones dogmáticas eran formas superadas en la enseñanza católica y que por ello el Concilio podía ser considerado como liberación de los antiguos dogmas y de sus correspondientes anatemas. La fe, se dice, no es el dogma verbalmente considerado; éste consiste en fórmulas fijas que intentan definir y limitar verdades inmensas, inefables e inagotables. Y está bien; también santo Tomás nos enseña que el acto de fe no termina con las fórmulas que lo exponen, sino con las realidades a que éstas se refieren, pero con una visión integral de esta doctrina (cf. II, II, 1,2 ad 2). Además, se afirma que la fe es una virtud que nos concede el Espíritu Santo, y que por ello parece que ningún intermediario debería imponerle una disciplina particular; no se ve, por tanto, qué función puede tener un magisterio en definirla y tutelarla; de suerte que la fe debería estar libre de vínculos externos, y tener la conciencia como instrumento interno de desciframiento; y por ello podría tener entre los hombres diferentes concepciones y diferentes contenidos.

                No queremos pensar que se quiera llegar a estas conclusiones; la fe se quedaría sin “símbolos” que la definan y la expresen; quedaría sin catequesis unívoca y autorizada; sería una fuente de división y no de unión (¡una Fides!), quedaría sin la guía establecida por Cristo de un magisterio incontrastable que vigile sus expresiones, promueva su enseñanza y difusión, que defienda su integridad, con la que se alimenta los fieles y por la que es obligado dar testimonio.

La fe en cada página del Concilio


                Queremos sobre todo observar que si el Concilio no trata expresamente de la fe, habla de ella en cada una de sus páginas, reconoce su carácter vital y sobrenatural, la supone íntegra y fuerte, y construye sobre ella sus doctrinas. Bastaría recordar las afirmaciones conciliares sobre la necesidad conjunta de la Iglesia docente y de la fe (Lumen Gentium, 14, 48), sobre el sentido de la fe, que, afirmada precisamente en función del diálogo ecuménico (Unit. Red., 11); sobre la obra de los obispos en la enseñanza de las verdades de la fe (Christus Dominus, 36); sobre el encuentro de la fe y la razón en una verdad única, a nivel de los estudios superiores (Gravis. Educ., 10); sobre la nueva síntesis, que se prevé magnífica y posible entre la fe antigua y la cultura moderna (Gaudium et spes, 57), etc., para darse cuenta de la importancia esencial que el Concilio, coherente con la tradición doctrinal de la Iglesia, atribuye a la fe, a la verdadera fe, la que tiene como fuente a Cristo y por canal al magisterio de la iglesia.

                A vosotros os toca, hijos carísimos, buscar, encontrar y gozar el consuelo de la fe en este encuentro con quien os sirve, en el nombre de Cristo, de garantía de la fe”. 


(Pablo VI, Audiencia general, 8-marzo-1967).

8 comentarios:

  1. "Corazón sacerdotal de Jesús: multiplica a tus sacerdotes, santifica a tus sacerdotes, obra por ministerio de tus sacerdotes" (Año sacerdotal).

    - Sacerdotes del Señor ¡¡bendecid al Señor!!

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    1. SIL:

      Gracias. Es precioso día sacerdotal.

      La Misa hoy la he celebrado bien. No pensaba cantar nada... pero el lector que hoy subió entonó el "Aleluya" antes del Evangelio... y ya seguí yo entonando el "Sanctus" y también la doxología "Por Cristo..."

      Todo con amor de Dios, que es como hay que celebrar y vivir la santa liturgia.

      Un abrazo.

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  2. Padre, en algún instante, en ciertos comentarios que oigo o ciertas frases que leo, me da la sensación de que hay una magnificación del cvii. Pero con relación a la FE, como con relación a cualquier otro aspecto, solo hay una fuente. La FUENTE es CRISTO, todo lo demás, cvii incluido, es irrelevante. Hay una única FUENTE, que es el CREADOR UNO y TRINO. Lo demás es perfectamente prescindible. Supongo que habrá mucho más concilios en los siglos venideros. Y confío que el cvii, quede por fin en el lugar que le corresponde, tan olvidado en el tiempo, como todos los demás concilios, de los que ignoro todo. Por favor, entiéndase eso, no como una loa de mi ignorancia, que es mucha, incluso muchísima, sino como un pensamiento efímero personal, privado y particular. ¡Ojalá pudiera conocer y disfrutar y gozarme con todos los documentos de cada uno de los concilios que en la Historia han sido! ¡Qué más quisiera yo que abarcarlos a todos, conocerlos todos, amarlos a todos y enriquecerme de todos!. Pero tengo el temor, de que entre tanto papel quede desdibujado lo más importante y lo imprescindible, NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, ese CREADOR NUESTRO que es UNO y TRINO. Me gustaría que quedara claro, que como he escrito al principio, eso solo me pasa por la cabeza en algún instante aislado, el resto de los instantes mi idea es otra. ALABADO sea DIOS.
    Una vez más muchas gracias, Padre. Abrazos en CRISTO. DIOS les bendiga. Sigo rezando.

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    1. Antonio Sebastián:

      Lo que cualquier Concilio pretende, incluido por tanto el último, es que brille Jesucristo más claramente, hablando a los hombres de una época y señalándoles las verdades fundamentales.

      Así comenzó este mismo Concilio Vaticano II con la constitución Lumen Gentium: "siendo Cristo la luz de los pueblos"...

      No, tanto papel no oculta a Jesucristo, ¡¡¡¡apunta a Él!!!!

      Y por tanto hemos de leer y conocer los Concilios, todos, y éste Concilio Vaticano II también.

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  3. Padre Javier:

    Si, así debería ser, que apunte a CRISTO. Pero, ¿siempre es así?, ¿para todos es así?. En esos instantes de los que hablo, lo dudo. En esos instantes me da por pensar que si la pasión por CRISTO, fuera la misma que ponen algunas personas y en algunos momentos en el cvii, la evangelización arrasaría. Su frase "No, tanto papel no oculta a Jesucristo, ¡¡¡¡apunta a Él!!!!" no sé si se dará en todos los casos, aunque indudablemente, a mi personalmente me parecería tremendamente maravilloso que fuera así.
    Respecto a su frase: "Lo que cualquier Concilio pretende, incluido por tanto el último, es que brille Jesucristo más claramente, hablando a los hombres de una época y señalándoles las verdades fundamentales." Nunca he tenido duda de las pretensiones de cualquier Concilio. Nunca. Si, lo que cualquier Concilio pretende es eso, claro que si, lo que cualquier Concilio consigue, no sé yo si coincidirá con lo que pretende. También me parecería tremendamente maravilloso que todos los Concilios consiguieran o hayan conseguido todo lo que pretenden o hayan pretendido. Dígame, Padre, realmente es así o ha sido así.
    Padre, ¿realmente el cvii ha conseguido todo lo que pretendía?. Siempre he creído en las buenas intenciones de los concilios, de los cardenales, de los obispos, de los sacerdotes y de los diáconos. Pero dígame, Padre, ¿todas las buenas intenciones, todas la pretensiones se convierten en lo que se pretende?
    Ante estas preguntas, me siento muy esperanzado, porque solo me duran unos instantes cada trimestre. El resto de mis instantes permanecen llenos de Esperanza. Alabado sea DIOS.
    Muchas gracias por sus aclaraciones. Por cierto, tengo una edición de todos los documentos del cvii en mi mesilla de noche. Es una edición de 1977. En fin, tomaré esos instantes como tentaciones del maligno, que nunca descansa porque no se cansa.
    Por otra parte, dígame Padre, ¿haría muy mal si en lugar de acudir al cvii, acudiera a los evangelios para desentrañar las verdades fundamentales?. Vale, vale, Padre, me leeré también los documentos de mi mesilla. Sigo rezando. Por cierto, las preguntas no son retóricas, pero tampoco de respuesta obligada. Para mi, personalmente, son cuestiones para reflexionar. Me dan que pensar en esos instantes. No me ocupan todos. Abrazos en CRISTO, Padre, DIOS les bendiga.

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  4. ¡Hoy llego tardísimo! Esta familia en la celebración de la Santa Misa ha puesto en el corazón de Cristo sumo y eterno sacerdote al titular de este blog y a su ministerio, blog incluido y, "de paso", también en la manos de su madre con una hermosa canción que me ha recordado el mes de mayo en el colegio.

    Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad ¡Que Dios les bendiga!

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  5. CVII bla bla bla retóricos...

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    1. Anónimo:

      Muy profundo su comentario. Le agradecemos su genialidad que a todos nos enriquece.

      Pero aquí intentamos estar en comunión con la Iglesia y con el Magisterio de la Iglesia que incluye el último Concilio Ecuménico, convocado y sancionado y promulgado por el Papa.

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