La ideología y el lenguaje secular miran a la Iglesia y piden su renovación, pero lo hacen desde los planteamientos seculares y la cultura laicista, exigiendo una acomodación a las estructuras democráticas, al relativismo, modificando tanto su lenguaje como su doctrina, cambiando su ordenamiento y constitución dadas por el Señor.
Pasada esta moda y esta cultura, vendrá otra distinta, y volverá a instar a que la Iglesia sea un cuerpo adaptado a otro sistema, a otra moda. Pero la Iglesia permanece fiel a sí misma cuando es fiel a lo que el Señor quiso de ella.
Empecemos mirando amplia y gozosamente la Iglesia y hemos de reconocer que la Iglesia no está muerta ni apagada; habrá zonas o regiones que se han descristianizado y lo católico es una minoría contracorriente, a la par que veremos otras zonas y países que florece; habrá minorías creativas, fermentos evangélicos, y los conocemos y vemos a nuestro alrededor, porque la Iglesia es una realidad viva gracias al Espíritu Santo.
"Sí, la Iglesia está viva; ésta es la maravillosa experiencia de estos días. Precisamente en los tristes días de la enfermedad y la muerte del Papa, algo se ha manifestado de modo maravilloso ante nuestros ojos: que la Iglesia está viva. Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto, indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro. La Iglesia está viva y nosotros lo vemos: experimentamos la alegría que el Resucitado ha prometido a los suyos. La Iglesia está viva; está viva porque Cristo está vivo, porque él ha resucitado verdaderamente" (Benedicto XVI, Hom. en la inauguración del ministerio petrino, 24-abril-2005).
Lo hemos visto tantas veces, hemos gozado con ello tantas veces: ¡la Iglesia está viva y es joven!
Cuando se acomoda al mundo es cuando envejece la Iglesia y se apaga. El Espíritu Santo la renueva siempre de mil maneras distintas, ingeniosas todas ellas.
Es verdad que la Iglesia necesita siempre renovarse para ser fiel al Señor, pero este camino de renovación nunca será la acomodación a la cultura secular, infiltrándose en ella el pensamiento secular, sino más bien por caminos de firme identidad católica, arraigada en Cristo, abierta a lo que "el Espíritu dice a las Iglesias", en expresión del Apocalipsis.
Nos puede ayudar a entender este concepto sanísimo de renovación de la Iglesia, alejada de la concepción secular, la palabra de Fernando Sebastián, arzobispo emérito de Pamplona.
"La presencia y la fuerza del Señor es quien sostiene la vida de la Iglesia y la vida del mundo. Su promesa no puede fallar: 'Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo'. Poco a poco, con la ayuda del Señor y la asistencia del Espíritu Santo, el Reino de Dios crece en el mundo, nuevas personas descubren y acogen los dones de Dios, creen en Jesucristo y entran en su Iglesia con el deseo de vivir santamente.
La principal renovación de la Iglesia no está en los cambios exteriores, en el cambio de 'modelos', sino en la conversión personal de cada uno de nosotros al amor de Dios y al servicio sincero de los hermanos, sin reservas egoístas ni aspiraciones mundanas. A medida que los cristianos vivimos y actuamos bajo la guía del Espíritu Santo, todo el entramado externo de la Iglesia, ordenamientos, instituciones, actividades de todo género se renuevan sin cesar. Los modelos cambian, casi sin darnos cuenta, cuando cambiamos las personas desde dentro. Ningún cambio exterior puede suplir el fervor de la piedad ni la fuerza del amor de Dios. La fuerza y el futuro de la Iglesia están en el Señor resucitado. El amor de Dios, por la animación del Espíritu Santo, la renueva constantemente y la mantiene siempre joven abriendo caminos de vida y esperanza.
Sólo nuestros pecados la envejecen, entorpecen sus movimientos y dificultan su creatividad. Siempre hay motivos para vivir contentos en la Iglesia de Jesús y sentirnos orgullosos de la fe de nuestros hermanos. 'Continuamente debemos dar gracias a Dios por vosotros. Es justo que lo hagamos así, porque crece vuestra fe y aumenta el amor que os tenéis unos a otros. Esto hace que nos sintamos orgullosos de vosotros, orgullos de vuestra constancia y de vuestra fe en medio de las persecuciones y sufrimientos que soportáis' (2Ts 1,3-4). Los pecados, los errores, las contradicciones que tengamos que padecer, nunca deben apagar este sentimiento básico de gratitud y de alegría. Vivir en la Iglesia es vivir en la Casa de Dios, en el Hogar de la vida, en el Camino de la salvación, aunque lo hagamos a medias, aunque tengamos diferencias entre nosotros, aunque nos cueste trabajo situarnos del todo en la verdad. Por eso tenemos que estar abiertos al perdón, a la penitencia, a la conversión permanente.
Las tensiones que hemos vivido en los años del posconcilio nos han ayudado a descubrir las leyes de la verdadera renovación de la Iglesia. La experiencia primera es el convencimiento de que la Iglesia crece desde dentro, desde sus propias raíces, presentes y operantes en la mente y en el corazón de los cristianos, desde el Evangelio, mejor conocido, más amorosamente acogido, más cuidadosamente vivido, con una fe más decidida y más adorante. Es un error pensar que la Iglesia a rejuvenecer asumiendo las ideas o las formas de vivir de la sociedad secular. De fuera, de la sociedad circundante, la Iglesia recibe estímulos, preguntas o necesidades de los hombres que nos mueven a buscar en el tesoro de siempre las respuestas verdaderas, teóricas o prácticas, nuevas formulaciones, instituciones nuevas o renovadas, nuevas iniciativas de caridad que tratan de remediar las nuevas necesidades de los hombres.
Pero la vida de la Iglesia, la vida santa de los cristianos, que eso es la Iglesia, viene de dentro de ella misma, de sus fuentes históricas y místicas, de Cristo resucitado, del Espíritu Santo, de la obediencia interior al Evangelio de Jesús. La Iglesia crece con los brotes nuevos nacidos del árbol perenne que es Cristo, el Siervo de Dios y el salvador de los hombres. Siempre desde dentro, siempre en unidad, sin negarse nunca a sí misma, sin perder la continuidad consigo misma y con la realidad universal de la fe y del amor. La Iglesia crece abrazándose a su Señor en la vida y en la muerte de los santos, perdiéndose en el misterio del Dios presente, acercándose por la esperanza viva a la sociedad de los santos en el Cielo.
La Iglesia no tiene que ser ni piramidal ni democrática, tiene que ser, cada vez más, ella misma, como la quiso y la quiere Jesucristo. La Iglesia no es hechura nuestra sino de Cristo. Nosotros sí somos hechura de la Iglesia y hechura de Cristo. Poniendo nuestra vida en sus manos, dejándonos llevar por la fuerza de su Espíritu, liberándonos de ideologías y aspiraciones extrañas, es como podremos colaborar con el Señor en el construcción permanente de la Iglesia según su voluntad. Ésta es continuamente la gran recomendación de Benedicto XVI para ayudarnos a superar los falsos caminos y ser capaces de anunciar el mensaje de Jesús de manera convincente en nuestro mundo. La continuidad, que es fidelidad, garantiza la autenticidad. La autenticidad es la condición para el crecimiento.
El otro gran criterio para garantizar el acierto en el crecimiento de la Iglesia es la unidad. Nuestra fe personal es esencialmente eclesial, su primer sujeto es la Iglesia, de ella recibimos el día de nuestro bautismo, en ella la celebramos, expresamos y vivimos; cada cristiano lleva en su corazón la fe de la Iglesia entera, que es la fe de los apóstoles. Esta referencia esencial a la Iglesia universal y a la apostolicidad hace que la fe y la vida de los cristianos se mantengan unidos en una comunión espiritual que nos hace ser uno en Cristo, formando un solo cuerpo, una sola familia, una sola Iglesia, unificada por la fe de los Apóstoles, anclada en la palabra y el testimonio de Jesús, reunida por el amor.
Tiene que llegar un momento, está llegando ya, en el que el ser cristiano sea una nota importante en la identidad personal y en la significación social de cada persona. El contraste con los no cristianos nos ayudará a descubrir y valorar lo que nos une con los demás cristianos relativizará las diferencias entre nosotros" (SEBASTIÁN, F., Evangelizar, Encuentro, Madrid 2010, pp. 382-384).
Totalmente de acuerdo. La Iglesia está viva por mucho que nos machaquen con la idea de una Iglesia en la últimas.
ResponderEliminarLa desesperanza es una de las mejores armas del enemigo y tenemos que estar atentos a no caer en ella y transmitirla a los demás.
Un abrazo en el Señor a todos. :)
Cuando se acomoda al mundo es cuando envejece la Iglesia y se apaga. El Espíritu Santo la renueva siempre de mil maneras distintas, ingeniosas todas ellas.
ResponderEliminarLa Iglesia jamás envejecerá, porque la Iglesia es
Cristo y El vive, vive para siempre.
¡Feliz Adviento!
Unidos en oración.
La renovación (no me gusta nada la palabra por la forma en que ha sido utilizada) sólo para ser más fieles al Señor porque la Iglesia es de Él. El Evangelio es la mayor novedad en un viejísimo y repetitivo mundo secular en el que sólo cambia la técnica.
ResponderEliminar¡Qué Dios les bendiga!
Julia María:
ResponderEliminarMe deja preocupado. ¿Por qué no le gusta el sentido en que ha sido utilizada la palabra 'renovación'? ¿Se refiere a esta catequesis y este blog? ¿O se refiere en general, al uso demagógico que tantas veces hemos escuchado?
Si se refiere a mis palabras, renovación es remozamiento, limpieza, enraizamiento y a la vez ensanchar "los espacios de la caridad" (S. Agustín), pero no es sinónimo de innovación, revolución, destrucción.
Acláreme (aclárenos) a qué se refiere por si acaso. Saludos
Miserere:
ResponderEliminarEso es lo que nos quieren presentar, una Iglesia agónica, despoblada y vacía; así llevan años. Si se cumplieran sus vaticinios, ya habríamos cerrado todo. Sin embargo siempre surge la vida eclesial.
En cuanto a la esperanza es verdad que el Enemigo nos tienta contra esperanza, y sus embistes son duros, tremendos, y no caemos en la cuenta de ellos. Pecamos mucho contra la esperanza y no lo reconocemos, sólo nos acusamos de faltas contra la caridad.
Me permite recordar a todos y aconsejar que trabajen a fondo la esperanza sobrenatural, si queréis, pinchando la etiqueta "esperanza" en el blog, donde hay ya muchas catequesis.
MArián:
ResponderEliminarSí, la Iglesia es Cristo mismo en el mundo de hoy, la prolongación histórica del "Christus totus", Cabeza y Cuerpo. ¡Y menos mal que está! Sigue vivo y vivificando su Cuerpo en esta historia, en este tiempo, con nosotros, los hombres.
(Y sigo esperando a que Julia María entre de nuevo y amablemente me explique su oposición al concepto "renovación". Ya llegará de nuevo nuestra querida amiga).
A todos, saludos, paz, bendición. +
La entrada de hoy está muy bien, y transmite un mensaje muy importante y actual.
ResponderEliminarNo debemos temer a la palabra "renovación" porque aunque se haya usado de él de forma ilícita, es un termino con amplia tradición, y usado por el propio Magisterio de la Iglesia, por ejemplo en el Catecismo.
Así pues, no hemos de renunciar a él. A mí me gusta más que el término reforma, que también es lícito bien entendido. Pero creo que renovación es una palabra mejor, que refleja la esencia de la frescura de la Iglesia.
La Iglesia es siempre joven porque la Eucaristía la renueva, puesto que el sacrificio eucarístico es la renovación, el memorial, la actualización del sacrificio redentor de Cristo, que hace nuevas todas las cosas por la cruz. Pero envejece cada vez que la centralidad la ocupa lo humano, y no la Gracia, es decir, la Vida que nos viene por la Eucaristía, principalmente.
Cada Misa hace nueva la redención y rejuvenece la Iglesia porque Cristo hace nuevas todas las cosas.
Por esto, la llamada a la renovación de la Iglesia, siempre necesaria, es una llamada a la centralidad total de la Eucaristía y de los sacramentos, a ser cada vez más eucarísticos, es decir, a unirmos más con el Cristo Total.
Es una llamada a volver una y otra vez al centro, que es Cristo. Porque mientras peregrinemos en la tierra, podemos desviarnos, y de hecho nos desviamos, y siempre hemos de estar renovándonos, es decir,
convirtiéndonos, volviendo al centro, a la Eucaristía, en que está la totalidad del Misterio.
De hecho, renovación, de renovatio, significa etimológicamente no sólo renovación, sino también recuerdo, memoria, y asimismo suma o totalidad.
Tanto es así,
ResponderEliminarque la crisis del "postconcilio anti-conciliar", (por llamarlo así),
es una crisis de la santa Misa, una crisis de la Eucaristía, (afectada por la invasión mundana
--creatividad, teatralidad, secularismos rituales, etc., etc.)
Estoy convencido de que toda renovación de la Iglesia es vuelta a lo auténticamente litúrgico, a lo verdaderamente eucarístico, y depuración y purificación de lo mundano colado en la Liturgia y en la mistagogía que emana de ella.
Porque la mistagogía, que es acción eclesial por la que el Misterio nos conduce al Agua de Vida y frescor sobrenatural,
va inseparablemente unida a la celebración, y si la celebración sufre de mundanidad, la mistagogía queda afectada y la frescura de la Iglesia se apaga.
Pues todo daño mundano inferido a la Divina Liturgia envejece la Iglesia.
"la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación " ((Lumen gentium, 8)
ResponderEliminarLo que Julia no le gusta de la palabra debe ser el uso mundano que se la he dado. uso ilícito, porque algunos equiparan renovar con "variar", cambiar sustancialmente.
ResponderEliminarY claro, eso no es renovación. Es variación.
Renovar es otra cosa, muy bien explicada en el post.
En la Iglesia, la variación sustancial es algo imposible, pero la renovación, que no es variación, sino memorial y actualización totalizante, es no sólo posible sino necesaria y real en cada Eucaristía.
Discúlpeme, no me he explicado bien. No me gusta renovación porque se ha utilizado y se utiliza como cambiar o sustituir una cosa por otra nueva o más moderna, o bien como cambiar una cosa que ya no es válida o efectiva por otra. ¿Nueva y más moderna? ¿no es válida o efectiva? La Iglesia tiene tesoros incalculables. Al contenido del post sólo puede decir amén (así es). A veces me paso de explicación y otras veces me quedo corta. Tengo que seguir aprendiendo...
ResponderEliminarBuenas noches
Julia María:
ResponderEliminarMil gracias por su aclaración. Cuando entra algún que otro troll, o no me preocupo de lo que diga o lo borro sin más, pero viniendo esa afirmación de alguien conocido -de esta familia, de esta comunidad- me preocupaba.
A mí sí me gusta tanto reforma como renovación en su recto sentido, sabiendo que tienen matices distintos entre ellas. Las reformas se acometen de vez en cuando, la renovación -que afecta al espíritu, a la vivencia, al impulso vital- debe darse con mucha más frecuencia.
Escriba siempre, da igual la extensión: lo importante es lo que se dice. A nadie nos importará si los comentarios son más largos: ¡nos enriquecen!
saludos
Alonso Gracián:
ResponderEliminarNada he de comentar porque nada he de añadir ni matizar en sus palabras.
La frescura y la juventud de la Iglesia vienen por el Espíritu Santo, por la respuesta a la Gracia y por el alimento constante que es la Liturgia: un manantial que riega todo. El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios.
Buena jornada!!