lunes, 28 de marzo de 2022

El silencio: la interioridad humana (Silencio - II)



El silencio es beneficioso para la persona, le permite serenarse, orar, reflexionar, encontrarse consigo mismo. Este silencio es una cualidad deseable para el domingo cristiano: “El domingo es un tiempo de reflexión, de silencio, de cultura y de meditación, que favorecen el crecimiento de la vida interior y cristiana” (CAT 2186).



            Tan necesario es el silencio, que hay que cultivarlo, mimarlo para que no se rompa, crearlo aunque sea con dificultad:

            “Debemos tutelar, cada uno de por sí, los momentos, las zonas de silencio exterior y sobre todo interior; silencio para reanimar el diálogo con nosotros mismos, es decir, con nuestra conciencia. Y será éste un acto, aunque sea momentáneo, de personal liberación, en el cual otras voces, junto al silencio, se hacen sentir, entre las cuales no faltará quizás la voz misma del Maestro interior, la del Espíritu operante en lo secreto del alma, y probaremos quizás el impulso de proferir dentro de nosotros una voz nuestra, original y encantadora: la oración del corazón” (Pablo VI, Regina Coeli, 30-mayo-1976).


            El silencio no está vacío; no es mera ausencia de ruidos, sino la sintonía para entrar en lo interior, el camino a la interioridad del alma:

            “Para captar algo del problema religioso tenemos necesidad de silencio, de silencio interior, que tal vez reclama también un poco de silencio exterior. Silencio: queremos decir suspensión de todo rumor, de toda impresión sensible, de toda voz, que el ambiente impone a nuestros oídos, y que nos hace extrovertidos y sordos, al mismo tiempo que nos llena de ecos, de imágenes, de estímulos que, quiérase o no, paralizan nuestra libertad de pensar, de orar. Silencio no quiere decir aquí sueño; en nuestro caso quiere decir un diálogo con nosotros mismos, una reflexión tranquila, un acto de conciencia, un momento de soledad personal, un tentativo de recuperación de sí mismo. Diremos más: el silencio como capacidad de escucha. Escucha ¿de qué?, ¿de quién? Lo ignoramos; pero sabemos que la escucha espiritual deja percibir, si Dios así lo quiere, su voz, esa voz que inmediatamente se distingue, por su dulzura y su vigor, como palabra suya, de Dios; es a Dios el que entonces, casi por un impulso instintivo, empezamos a llamar desde dentro, con avidez de conocer y de entender, con angustia y con confianza, con insólita conmoción y con desbordante bondad: el Dios-Verbo, maestro interior” (Pablo VI, Aud. General, 5-diciembre-1973).

            Siempre será mejor el silencio interior que la extroversión locuaz y vacía:

            “Es necesario el silencio interior para escuchar la palabra de Dios, para experimentar la presencia, para sentir la vocación de Dios. Nuestra psicología hoy es demasiado extrovertida; la escena exterior es tan absorbente que nuestra atención está prevalentemente fuera de nosotros; estamos casi siempre fuera de nuestra casa personal; no sabemos meditar; no sabemos rezar; no sabemos hacer callar el estruendo interior de los intereses exteriores, de las imágenes, de las pasiones… La conclusión es lógica: es necesario dar a la vida interior su puesto en el programa de nuestra agitada existencia; un puesto primario, un puesto silencioso, un puesto real; debemos encontrarnos a nosotros mismos para estar en condiciones de tener en nosotros al Espíritu vivificante y santificador; si no, ¿cómo escuchar su “testimonio”? (cf. Jn 15,26; Rm 8,7)” (Pablo VI, Aud. General, 17-mayo-1972).

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