La impronta de la gracia sacramental en el Orden impulsa al sacerdote, a imagen de Cristo, Cabeza y Pastor, a ser un evangelizador nato, a poseer un celo evangelizador, una pasión por Cristo inacabable, inagotable.
El sacerdote no es un "funcionario" de sacramentos, como a veces los fieles lo consideran y lo tratan así; ni el archivero al que acudir a la que hora que se quiera para pedir documentos. Es un icono, una imagen clara y transparente, de Jesucristo; para él la evangelización es la causa de su vida.
Juan Pablo II, por ejemplo, en la encíclica Redemptoris missio, recordaba los vínculos entre el sacerdote y la evangelización:
"Colaboradores del Obispo, los presbíteros, en virtud del sacramento del Orden, están llamados a compartir la solicitud por la misión: « El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación "hasta los confines de la tierra", pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles ». Por esto, la misma formación de los candidatos al sacerdocio debe tender a darles « un espíritu genuinamente católico que les habitúe a mirar más allá de los limites de la propia diócesis, nación, rito y lanzarse en ayuda de las necesidades de toda la Iglesia con ánimo dispuesto para predicar el Evangelio en todas partes ». Todos los sacerdotes deben de tener corazón y mentalidad misioneros, estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo, atentos a los más alejados y, sobre todo, a los grupos no cristianos del propio ambiente. Que en la oración y, particularmente, en el sacrificio eucarístico sientan la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad entera" (n. 67).
Además veamos la perspectiva que abre Juan Pablo II en la Pastores dabo vobis:
"Hoy, en particular, la tarea pastoral prioritaria de la nueva evangelización, que atañe a todo el Pueblo de Dios y pide un nuevo ardor, nuevos métodos y una nueva expresión para el anuncio y el testimonio del Evangelio, exige sacerdotes radical e integralmente inmersos en el misterio de Cristo y capaces de realizar un nuevo estilo de vida pastoral, marcado por la profunda comunión con el Papa, con los Obispos y entre sí, y por una colaboración fecunda con los fieles laicos, en el respeto y la promoción de los diversos cometidos, carismas y ministerios dentro de la comunidad eclesial" (n. 18).
"La nueva evangelización tiene necesidad de nuevos evangelizadores, y éstos son los sacerdotes que se comprometen a vivir su sacerdocio como camino específico hacia la santidad" (n. 82).
Se podría muy bien concretar en un estilo de vida renovado y en una espiritualidad firmemente enraizada del sacerdote; para ello sigamos las reflexiones que Fernando Sebastián escribió, concretas y prácticas:
"En la vida de los sacerdotes 'lo pastoral' es una categoría determinante. Lo que es pastoral se acepta como bueno; y lo que no recibe ese calificativo, es rechazado sin remedio. Por eso es muy importante precisar bien qué es lo verdaderamente pastoral. Desde luego no se puede confundir con 'lo pastoral' lo que es simplemente improvisación, superficialidad, espontaneidad. Jesús es el Pastor por excelencia, el arquetipo de lo verdaderamente "pastoral". Su vida y su modo de actuar, asumidos con un gran amor, son el modelo permanente de la vida y del estilo de un buen sacerdote.
La norma de nuestra pastoral tiene que ser imitar los modos de vida y de actuación del que es nuestro Maestro en todo. Es verdad que él nos envía al mundo y quiere que estemos con nuestros hermanos y les ayudemos a descubrir la vida celestial como vida verdadera; pero él 'no era de esta mundo', ni quiere que sus discípulos seamos de este mundo. Estas afirmaciones para algunos pueden resultar desconcertantes y hasta escandalosas. Que busquen sus razones en los escritos de los santos. San Juan de Ávila cita a san Agustín, obispo y monje a la ve:z."vive en el monasterio de modo que merezcas ser hecho sacerdote". Aunque las formas de vida puedan ser externamente diferentes, el sacerdote no puede ser menos contemplativo, ni menos abnegado, ni menos centrado en el seguimiento de Cristo que un monje. Es verdad que su abnegación y su caridad las tendrá que ejercitar de distinta manera, pero aunque lo externo y accidental sea diferente, el fondo y lo profundo de la vida tienen que ser coincidentes. No es buen criterio para definir la espiritualidad del sacerdote diocesano la contraposición con la espiritualidad religiosa o monástica. Los contenidos de la espiritualidad de unos y otros vienen dados por la imitación y el seguimiento de Cristo, y Cristo es para todos el mismo. En definitiva, la consigna de san Benito vale para los presbíteros, como para todo cristiano que quiera colaborar en el servicio del Reino: 'No anteponer nada al amor de Cristo'.
En cuanto a la oración y al estudio tengo la sensación de que en la formación y en la vida de los sacerdotes hemos bajado varios enteros en las dos cosas. Puede ser que hayamos recuperado algo en la vida de oración; gracias a Dios, ya nadie piensa que haya que dejar de rezar las horas canónicas para poder estar más tiempo con la gente. Poco a poco, recuperamos las prácticas de la oración mental, la lectio divina, la oración de las Horas, la celebración diaria de la Eucaristía, el rezo diario del Santo Rosario, la confesión frecuente, los retiros y los ejercicios espirituales al modo tradicional. Sin embargo, tengo la impresión de que el estudio sigue todavía muy por debajo de lo conveniente. Las leyes de la Iglesia son menos exigentes, no se estudia apenas latín y griego, hemos recortado el tiempo dedicado a la filosofía, intercalamos otras tareas en el tiempo de formación. Luego, en la vida ministerial, la mayoría de los sacerdotes se resignan a no manejar más que libros de aplicación inmediata. No hay tiempo ni reposo para asomarse a otros libros de más envergadura, de historia, de ciencias humanas, filosofía, escritura o teología, libros, en fin, cuya lectura requiere más tiempo y atención. La formación permanente es muy floja en casi todas las Diócesis.
Durante años se propagó entre los eclesiásticos un extraño menosprecio del trabajo intelectual y de los intelectuales como hombres ilusos, alejados de la realidad, inútiles para la vida pastoral. Lo 'pastoral' era lo espontáneo, lo populista, la simpatía, las buenas maneras. Algo tan absurdo como si entre los médicos se menospreciara el estudio de la medicina a favor de la cordialidad y la bonhomía. Cualquier profesión requiere ahora una formación permanente seria y rigurosa. También el ministerio sacerdotal. No hay razones para pensar que el sacerdote pueda actuar eficazmente en nuestro mundo sin una vida espiritual exigente y una formación profesional bien cualificada y continuamente renovada...
Necesitamos una Iglesia abierta, capaz de mantener un tú a tú con los hombres de la cultura laica. Es preciso que hoy, como en tiempos del apóstol Pedro, sepamos rendir cuentas de la esperanza que nos habita, con dulzura y respeto, inteligencia y coraje, en todas grandes discusiones de la sociedad sobre la fe y la razón, el Estado y la nación, la política y la religión, la Iglesia y el Estado, la ciencia y la fe, la libertad y la verdad, el pluralismo y el laicado, la naturaleza y la cultura, la persona y la comunidad, el hombre y la mujer, en la Iglesia y en la ciudad. Los medios modernos de comunicación social, desde las películas a las videocintas, de la radio a la televisión, de los periódicos a la edición, nos dan posibilidades inmensas que decuplica Internet, para dar un alma a la cultura, con hombres y mujeres competentes, apoyados por artistas de talento...
Nada de esto será posible sin un esfuerzo importante de formación intelectual exigente y renovada de los sacerdotes y de los demás agentes de evangelización" (SEBASTIÁN, F., Evangelizar, Encuentro, Madrid 2010, pp. 202-204).
Hemos de estar a la altura de estos retos.
"... sacerdotes radical e integralmente inmersos en el misterio de Cristo" porque como dice Fernando Sebastián "Jesús es el Pastor por excelencia, el arquetipo de lo verdaderamente "pastoral".
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