La liturgia en la Iglesia ocupa un lugar central: la Iglesia vive de la liturgia, de la Gracia comunicada, de la presencia ante Dios que se da en la liturgia, de la Palabra que se recibe con disponibilidad de corazón, de la adoración ante el Tres veces Santo, del encuentro con Jesucristo, de la alabanza divina al ritmo de las horas.
En la Iglesia, la liturgia no es un ritual ajeno, externo, un conjunto de ceremonias solemnes y extrañas a la vida; la liturgia es la vida de Cristo glorioso comunicada. La Iglesia halla en la liturgia su fuente y su culmen. La Iglesia halla a su Señor glorificado en la liturgia.
Y es la liturgia, por su naturaleza, por su estilo de celebrar, por su contenido místico, una gran educadora del hombre, no tanto mediante palabras de exhortación (moniciones a cada paso), sino envolviendo al hombre en la acción sagrada para orientarlo hacia Dios.
"Al edificar día a día a los que están dentro para ser templo santo en el Señor y morada de Dios en el Espíritu, hasta llegar a la medida de la plenitud de la edad de Cristo, la Liturgia robustece también admirablemente sus fuerzas para predicar a Cristo y presenta así la Iglesia, a los que están fuera" (SC 2).
Y también:
"La Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza" (SC 11).
"Aunque la sagrada Liturgia sea principalmente culto de la divina Majestad, contiene también una gran instrucción para el pueblo fiel. En efecto, en la liturgia, Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración.
Más aún: las oraciones que dirige a Dios el sacerdote —que preside la asamblea representando a Cristo— se dicen en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes. Los mismos signos visibles que usa la sagrada Liturgia han sido escogidos por Cristo o por la Iglesia para significar realidades divinas invisibles. Por tanto, no sólo cuando se lee "lo que se ha escrito para nuestra enseñanza" (Rom., 15,4), sino también cuando la Iglesia ora, canta o actúa, la fe de los participantes se alimenta y sus almas se elevan a Dios a fin de tributarle un culto racional y recibir su gracia con mayor abundancia" (SC 33).
Con la liturgia, la Iglesia sitúa a sus hijos, adorantes, ante el Misterio de Dios, ante su Presencia y su Amor. Para ello, además, los educa en aquella implicación interior de toda la persona en la acción sagrada, que se llama "participación plena, consciente, activa, fructuosa, interior", forjándolo en el diálogo con Dios y en la escucha, acompañándole para que adore en Espíritu y en Verdad.
"En la liturgia, la Iglesia nos presenta claramente al Dios verdadero y único en toda su grandeza, y, además, nos presenta a nosotros como criaturas ante él. Ella nos enseña las formas fundamentales del trato con Dios, formas que son conformes a su esencia y a la nuestra: la oración, la ofrenda, el sacramento. Por medio de las acciones y textos sagrados, la Iglesia despierta en nosotros los grandes sentimientos fundamentales de adoración, de acción de gracias, de arrepentimiento y de súplica.
En la liturgia, el hombre se sitúa ante el Dios verdadero, en una actitud orante en la que él se reconoce a sí mismo como hombre y rinde honor a Dios. Esto lleva a nuestra vida interior hacia el orden verdadero. Todo es llamado correctamente por su nombre y se configura de acuerdo con su esencia más íntima, ya que, ante el Dios verdadero, el hombre se convierte verdaderamente en hombre.
He aquí la obra suprema de la Iglesia: que el hombre vea claramente que él es sólo una criatura, pero que disfrute de este hecho y lo reconozca como punto de partida para elevarse hacia Dios; que sea humilde, pero en tensión hacia lo superior; que sea sincero, pero lleno de firme esperanza y, sólo por eso, verdadero hombre. La Iglesia le dice al hombre, en cualquier circunstancia: 'Tú eres sólo una criatura, pero a la vez era una imagen viva de Dios. Dios es amor, así que él será tuyo únicamente si tú queires'" (Guardini, R., El sentido de la Iglesia, Buenos Aires 2010, pp. 56-57).
Me quedaría con tantas frases..., pero elijo este párrafo:
ResponderEliminar"Con la liturgia, la Iglesia sitúa a sus hijos, adorantes, ante el Misterio de Dios, ante su Presencia y su Amor. Para ello, además, los educa en aquella implicación interior de toda la persona en la acción sagrada, que se llama "participación plena, consciente, activa, fructuosa, interior", forjándolo en el diálogo con Dios y en la escucha, acompañándole para que adore en Espíritu y en Verdad".
Cantad al Señor, bendecid su nombre (de las antífonas de Laudes).