¿Qué hacer cuando llegamos y vamos a comenzar nuestro rato de adoración?
Lo primero es, desde luego, hacer la genuflexión (rodilla derecha en tierra), despacio, con devoción y reverencia, y en nuestro lugar, arrodillarnos para comenzar la oración. Está el Corazón de Cristo vivo en el Sacramento y el propio corazón ante el Señor, pero también están los hermanos en esta oración, la Comunión de los santos entera.
Entonces un acto de amor al Señor, un reconocimiento de su Presencia, disponiéndose a estar con Él será el primer momento. Abierto el corazón ante el Señor en la adoración eucarística, se comienza a orar, amando y sabiéndose amado por Cristo vivo y presente.
"Id a nuestro Señor tal como seáis, encomendadle a todos aquellos que se preparan de mil maneras para vivir sus tiempos de adoración.Tened una meditación natural.
Agotad vuestro fondo de piedad y de amor antes que serviros de libros.Amad el libro inagotable de la humildad del amor. Que un libro piadoso os acompañe para permitiros retomar el buen camino cuando el espíritu se extravíe o cuando vuestros sentidos se adormezcan, porque es un gran bien.Pero recordad que nuestro buen Maestro prefiere la pobreza de de nuestro corazón a los más sublimes pensamientos y afectos prestados de otros.
Sabed que Nuestro Señor quiere nuestro corazón y no el de los otros.Quiere el pensamiento y la plegaria de este corazón como la expresión natural de nuestro amor por él" (Adorer en esprit et en vérité: Saint Pierre-Julien Eymard, Éd. François-Xavier de Guibert, 2009, p. 22).
Son consejos prácticos y sencillos para vivir una sanísima espiritualidad de la adoración eucarística; palabras y consejos que nos inician en la oración de adoración eucarística.
Las limitaciones espirituales de cada uno salen a flote en esta reposada y serena oración. Se está desnudo y libre ante Dios, y nuestra oración no es perfecta como tampoco es perfecto nuestro corazón. Entonces, humildemente, uno persevera estando ante Él.
Nuestros límites espirituales:
"Es a menudo el fruto de un sutil amor propio, de la impaciencia o de la cobardía, de no querer ir a nuestro Señor con su propia miseria o su pobreza humillada. Y es esto sin embargo lo que el Señor prefiere a todo. Es lo que él ama, es lo que él bendice.¿Tenéis aridez? Glorificad la gracia de Dios sin la cual no podéis nada. Abrid entonces vuestra alma hacia el cielo, como la flor abre su cáliz al salir el sol para recibir el rocío bienhechor.¿Sentís la impotencia más completa? ¿El espíritu está en tinieblas? ¿El corazón bajo el peso de su nada? ¿El cuerpo sufriendo? Haced entonces la adoración del pobre. Salid de vuestra pobreza e id a permanecer en nuestro Señor u ofrecedle vuestra pobreza para que él la enriquezca. Es una obra maestra digna de su gloria.¿Estáis en el estado de tentación y de tristeza? ¿Se revuelve todo en vosotros? ¿Todo os lleva a dejar la adoración con el pretexto de que ofendéis a Dios, de que le deshonráis más que le servís? No escuchéis esta capciosa tentación. Es la adoración del combate, de la fidelidad a Jesús contra vosotros mismos. ¡No, no, no le desagradéis! Alegrad a vuestro Maestro que os mira, y que ha permitido a Satanás turbaros. Él espera de nosotros el homenaje de la perseverancia hasta el último minuto de tiempo que debemos consagrarle" (ibíd., p. 23).
Práctica y bella la entrada.
ResponderEliminar"Sabed que Nuestro Señor quiere nuestro corazón y no el de los otros. Quiere el pensamiento y la plegaria de este corazón como la expresión natural de nuestro amor por él" ¡Qué cierto es!