El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad.
¿Acaso somos débiles?
¿No puede el hombre salvarse por sí mismo, gracias a ser buena persona, gracias a sus compromisos solidarios, a sus propósitos santos, a sus reuniones y apostolados?
¿No es el hombre el que se hace bueno a sí mismo?
¿Para qué orar?
¿Para qué ayudar el Espíritu nuestra debilidad?
De nuevo, la doctrina de la gracia orientando el cristianismo: y es que el cristianismo es pura gracia.
"10. Por
lo tanto, no se alabe el hombre ni
pregone el mismo mérito de su oración, pues aunque al que ora se dé una ayuda
para vencer las apetencias de bienes temporales, para amar los bienes eternos y
a Dios, fuente de todos los bienes, la que ora es la fe que se dio al que aún
no oraba, pues si no se le hubiese dado no hubiese podido orar. “¿Cómo invocarán a aquel en quien no
creyeron? ¿O cómo creerán a aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo oirán, si
nadie les predica? Luego la fe viene por la escucha y la escucha por la palabra
de Cristo”. Por lo tanto, el ministro de Cristo, predicador de esa fe,
“según la gracia que se le ha dado”, es el que planta y el que riega. Pero “ni el que planta es algo ni el que riega,
sino Dios, que da el crecimiento”, el cual “reparta a cada cual una medida de fe”. Por eso se dice en otro
lugar: “paz a los hermanos y caridad con
fe”. Y para que nadie se la atribuya a sí mismo, añadió a continuación: “Que viene de Dios Padre y de Jesucristo
nuestro Señor”. No tienen la fe todos los que oyen la palabra, sino
aquellos a quienes Dios reparte una medida de fe, como no germina todo lo que
se planta y se riega, sino lo que Dios hace crecer. ¿Por qué cree éste y no
aquél, aunque ambos oyen lo mismo, y cuando se realiza un milagro en su
presencia ambos ven lo mismo? Esa es “la
profundidad de las riquezas, de la sabiduría y ciencia de Dios”, cuyos “juicios son inescrutables”, en quien no
hay iniquidad cuando “se apiada de quien
quiere y endurece a quien quiere”. El que estas cosas sean ocultas no
significa sean injustas.
12.
Luego la fe nos atrae hacia Cristo, y si no nos fuese dada de lo alto por un
don gratuito, no hubiese dicho el Señor: “Nadie
puede venir a mí si el Padre que me envió, no lo atrajere”. Y poco después
dice: “Las palabras que yo os he hablado
son espíritu y vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen”. Y el
evangelista añade: “Porque desde el
principio sabía Jesús quiénes eran los creyentes y quién le había de entregar”.
Y para que nadie pensara que los creyentes pertenecían a la divina presciencia
lo mismo que los no creyentes, esto es, no como si hubiese que conocer su
voluntad, añadió a continuación: “Y
decía: Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si no le es otorgado por
mi Padre”. He ahí por qué algunos de los que le oyeron hablar de su carne y
de su sangre se escandalizaron y se retiraron, mientras otros creyeron y se
quedaron. Porque nadie puede venir a Él si no le es otorgado por el Padre, y,
por lo mismo, por el Hijo y el Espíritu Santo. No hay separación en los dones u
obras de la inseparable Trinidad. El Hijo, que honra así al Padre, no presenta
una prueba de diferencia, sino un gran ejemplo de humildad.
13. Los
defensores del libre albedrío, o más bien, los seductores, porque causan
hinchazón, y causan hinchazón al causar presunción, al hablar no contra
nosotros, sino contra el Evangelio, ¿qué han de decir, sino lo que el Apóstol
se objeta de sí mismo, poniéndolo en la boca de los tales: “Y así me objetas:
Por qué se queja todavía. Quién puede resistir a su voluntad”? Pablo se
presenta a sí mismo esa contradicción, como si se la presentara otro, uno de
esos que no quieren aceptar lo que dijo arriba: “Luego se apiada de quien quiere y endurece a quien quiere”.
Digámosles, pues, con el Apóstol, ya que no hallaremos cosas que decir mejor
que la que él dijo: “¡Oh hombre!, ¿quién
eres tú para responder a Dios?”
14.
Buscamos por qué se merece el endurecimiento, y lo hallamos. Porque toda la
masa fue condenada como retribución al pecado. Y no endurece Dios infundiendo
malicia, sino no dando su misericordia. A los que no se la da, ni son dignos de
ella ni la merecen. De lo que son dignos y lo que merecen es que no se les dé.
Pero buscamos el mérito de la
misericordia, y no lo encontramos, porque no lo hay, para que no se anule la
gracia, cosa que sucedería si no se diese gratis, si fuese paga de méritos" (S. Agustín, carta 194).
“¿Acaso somos débiles?”. Si
ResponderEliminar“¿No puede el hombre salvarse por sí mismo, gracias a ser buena persona, gracias a sus compromisos solidarios, a sus propósitos santos, a sus reuniones y apostolados?”. Sólo Dios lo sabe.
“¿No es el hombre el que se hace bueno a sí mismo?”. No.
“¿Para qué orar?”. Para hablar con Dios como un amigo habla con otro amigo, para alabarle, para colaborar con Cristo en la redención de la Humanidad…
“¿Para qué ayuda el Espíritu nuestra debilidad?”. Para que no caigamos en la tentación, para salvarnos del espíritu malo, como dice el Padre Nuestro, para hacernos crecer en santidad y sabiduría.
Señor, envía tu Espíritu. Que renueve la faz de la tierra. (Salmo 104)