Para amar, no buscar ser
amado
El amor siempre es un continuo
darse. Cristo es el ejemplo máximo y la norma de referencia absoluta al amarnos
primero: “como yo os he amado” (Jn
13,34). Ver el amor de Cristo
–experimentarlo- es aprender a darse como Él se dio: “habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo” (Jn 13,1).
Amar no es buscar ser amado,
querido, admirado, aplaudido: eso es egoísmo camuflado. “Si pues amas a Dios,
ámale con amor de gratuidad. El verdadero amor no desea otra recompensa más que
el mismo Dios a quien ama” (Serm. 165,4), y también dirá S. Agustín: “Si no te tengo a ti, ¿qué tengo?
No quiero esperar de ti otra cosa que a ti mismo. Te amo gratuitamente y no
deseo más que a ti” (Serm. 331,4). El amor ama, hace el bien –amor de benevolencia, sin buscar
recompensa-, desinteresadamente, aunque por su dinamismo interno desee una
respuesta libre de amor, ser correspondido.
El amor es darse. Simplemente,
aunque sobrevengan rechazos o falta de correspondencia, aunque incluya
sacrificio, o dolor, o padecer con los problemas y la cruz del otro: “Llevad unos las cargas de los otros”
(Gal 6,2); “nosotros, los fuertes,
debemos llevar las flaquezas de los débiles y no buscar nuestra propia
satisfacción como Cristo” (Rm 15,1).
Se ama cuando con libertad, se
comparte el propio ser y se entrega al otro y a los demás.
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Una
personalidad infantil necesita apoyo para todo; más que amar busca sentirse
amado, reconocido, pero es incapaz de ningún sacrificio ni de amor pleno. Es
muy distinto del “ser niño” (Mt
18,3-4) que aconseja Cristo,
porque éste “ser niño” es sencillez y abandono en Dios: “no seáis niños en juicio. Sed niños en malicia, pero hombres maduros
en juicio” (1Co 14,20);
la infantilidad es inmadurez: los mismos discípulos, inicialmente tienen
reacciones de infantilidad pretendiendo ser los más importantes (cf.
Lc 9,46-48) o con reacciones
de violencia cuando no son acogidos por los samaritanos (Lc
9,51-56).
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Una
personalidad adulta se siente plena cuando ama y se siente amado (sigue incluyendo
el sacrificio y la entrega). La madurez humana del Corazón de Cristo permitió
que su vida fuese “pasar haciendo el
bien” (Hch 10,38).
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Una
personalidad plenamente desarrollada, ama con el amor de Cristo. Es feliz
amando y dándose, con gran capacidad de amar y de sufrir el tiempo que sea necesario,
aun cuando vea y sufra desplantes o rechazos. María al pie de la cruz está
amando... (cf. Jn 19,25-27). ¡Amor y sacrificio!,
esa es la plenitud... y hacer el bien por amor aun cuando no haya ni el más
mínimo signo de agradecimiento, ni de respuesta; ama aun cuando uno se canse de
la ingratitud de los demás. El amor busca su recompensa sólo en amar, en el
hecho mismo de amar. Dirá San Bernardo y quedará como un aforismo: “La medida
del amor es el amor sin medida” (De dil. Deo, Pról., I,1) y “la recompensa del amor es el amor
mismo”; San Bernardo exclamará: “amor porque amo; amo para amar” (In
Cant., Serm. 83,4).
Por el contrario, ¿qué hace el egoísta? (¡Sabiendo que todos somos egoístas!)
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Lo
poco que ama, lo hace para ser amado, si no abandona rápidamente, cansado,
huyendo: sin embargo, el amor es de otro orden, gratuito y perseverante: “haced el bien sin esperar nada a cambio”
(Lc
6,35).
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Procura
caer bien a todos, cuidar su imagen pública, que todos le aprecien y estimen.
Cree que tiene “muchos amigos” (¿mejor tal vez, colegas, camaradas o
conocidos?) y vive en una ilusión,
que le distrae y acalla el auténtico problema de fondo. Jesús ve ese tipo de
comportamientos en su trato con los fariseos, ¡y sabe que eso no es amar! ¿Qué
buscaban? ¿Cómo se comportaban? ¿Qué amor falso era ése? “Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? ¿No hacen eso mismo
los publicanos? Y si no saludáis más que a los que os saludan, ¿qué hacéis de
particular? ¿No hacen eso mismo los gentiles” (Mt
5,46-47).
Lo mismo cuando el amor es aparente y en realidad es egoísmo para ser alabado: “no vayas tocando la trompeta por delante como hacen los hipócritas” (Mt 6,1-4).
Por último, hay que transformar el egoísmo en un amor más abierto y fraternal, con limpieza, sin estar buscando recompensas humanas, corrige el Señor el egoísmo creando un amor limpio, puro, desinteresado: “Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, ya te recompensarán en la resurrección de los justos” (Lc 14,12-14).
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El egoísta no soporta un rechazo o la falta
de correspondencia o que
no haya agradecimiento ni reconocimiento. Fácilmente se cansa, sin perseverar,
porque se estaba buscando a sí mismo.
El
egoísta rehuye todo sacrificio y cruz,
todo lo que suponga el más mínimo esfuerzo por alguien o compromiso, ya que
sólo busca ser amado, que se sacrifiquen por él, que estén pendientes de él... Por
el contrario, dice el libro de los Proverbios: “el amigo ama en toda ocasión, el hermano nace para el tiempo de
angustia” (Prov 17,17).
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El
egoísta es inconstante; no sabe esperar y desconoce la perseverancia. Judas
Iscariote es un caso típico, porque además no se dejó amar por el Corazón de
Cristo, se impacientó viendo frustradas sus expectativas. El egoísta mantiene
relaciones personales que son rápidas y fugaces. Es capaz de llegar a pisotear
al otro –a lo mejor sin darse cuenta-, a hacer daño moral al otro. Busca llenar
su corazón ya, aquí y ahora, sin tener en cuenta al otro. Sólo busca “ser
amado” aunque no sepa lo que es el amor; llenar de la forma que sea su corazón,
pero sin arriesgase a amar o darse. Sólo
cuando alguien lo ame de verdad, el egoísta se dará cuenta de su situación, de
su pobreza, se sentirá empequeñecido.
Sólo
siendo amado por Cristo, en sus entrañas misericordiosas, veremos los que somos,
y sabremos crecer. Ahí aprendemos a amar, y, tocados e inundados por la gracia
del Amor de Cristo, nuestro egoísmo puede ser vencido, derrotado, aniquilado.
Nunca estamos solos. Cristo nos acompaña siempre y nos regala su amor, el amor purísimo. Pidámosle amar con un amor como el suyo.
ResponderEliminar"He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor (Jesús a santa Margarita María de Alacoque).
Quiero amarte como Tu me amas, ser agradecido,y recibir por amor a Ti, la gracia que me regalas. Tu siendo el Santo has habierto tu corazón a los débiles y cobardes ...
ResponderEliminarEste post es luz y purificación. Muchas gracias. Un saludo filial.
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