Ceremonia
popular y muy expresiva, arraigada en el sentir del pueblo cristiano, es la
conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén, al inicio de la Semana
Santa, en el llamado “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”.
El
origen hay que buscarlo en Jerusalén en el siglo IV. Allí la liturgia se
desarrolla en los mismos lugares en los que Cristo vivió y se procura
visualizar, desarrollar dramáticamente, en cada sitio concreto. Por eso, se
comienza la Semana Santa entrando procesionalmente en Jerusalén con ramos y
palmas, cantando a Cristo, reuniéndose obispo y pueblo en el monte de los
olivos.
Influyó
esto mucho en Occidente por medio del relato de la peregrina Egeria. No sabemos
cuándo se comenzó esta procesión en Occidente. Aparece en el rito hispano
(LiberOrdinum). Beda el Venerable (+ 735) conoce la fiesta ya “In Dominica
Palmarum” y parece conocer la procesión. En ámbito franco-carolingio (s. IX) se
desarrolló más y se compuso el himno “Gloria, laus et honor”. En Roma no
tenemos vestigio hasta el siglo X, donde encontramos, en el Pontifical
romano-germánico, el ritual de la procesión de las palmas y las oraciones de
bendición.
La entrada de Jesús en Jerusalén se
conmemora en la primera parte de la liturgia con la lectura del Evangelio, la
bendición de los ramos y palmas (que todos tienen ya en sus manos) y la
procesión alegre y festiva hasta el templo (por cierto, sin ningún canto con
“Aleluya”).
La carta de la Congregación para el
Culto divino sobre las fiestas pascuales recuerda el modo de realizar esta
parte y su sentido:
“La Semana Santa comienza con el
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, que comprende a la vez el presagio del
triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión. La relación entre los dos
aspectos del misterio pascual se ha de evidenciar en la celebración y en la
catequesis del día. La entrada del Señor en Jerusalén, ya desde antiguo, se
conmemora con una procesión, en la cual los cristianos celebran el
acontecimiento, imitando las aclamaciones y gestos que hicieron los niños
hebreos cuando salieron al encuentro del Señor, cantando el fervoroso
“Hosanna”.
La procesión sea única y tenga lugar antes de la misa en la que haya más presencia de fieles; puede hacerse también en las horas de la tarde, ya sea del sábado ya del domingo. Para ello hágase, en lo posible, la reunión de la asamblea en otra iglesia menor, o en un lugar apto fuera de la iglesia hacia la cual se dirigirá la procesión. Los fieles participan en esta procesión, llevando en las manos ramos de palma o de otros árboles. Los sacerdotes y los ministros, llevando también ramos, preceden al pueblo.
La bendición de ramos o palmas tiene lugar en orden a la procesión que seguirá. Los ramos conservados en casa recuerdan a los fieles la victoria de Cristo, que se ha celebrado con la procesión. Los pastores hagan todo lo posible para que la preparación y la celebración de esta procesión en honor de Cristo Rey pueda tener un fructuoso influjo espiritual en la vida de los fieles.
Para la conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén, además de la procesión solemne que se acaba de describir, el Misal ofrece otras dos posibilidades, no para fomentar la comodidad y la facilidad, sino en previsión de las dificultades que puedan impedir la organización de una procesión.
La segunda forma de la conmemoración es una entrada solemne, que tiene lugar cuando no puede hacerse la procesión fuera de la iglesia. La tercera forma es la entrada sencilla, que ha de hacerse en todas las misas de este domingo en las que no ha tenido lugar la entrada solemne.
Donde no se puede celebrar la misa, es conveniente que se haga una celebración de la palabra de Dios sobre la entrada mesiánica y la Pasión del Señor, ya sea el sábado por la tarde, ya el domingo a la hora más oportuna. Donde no se puede celebrar la misa, es conveniente que se haga una celebración de la palabra de Dios sobre la entrada mesiánica y la Pasión del Señor, ya sea el sábado por la tarde, ya el domingo a la hora más oportuna.
La procesión sea única y tenga lugar antes de la misa en la que haya más presencia de fieles; puede hacerse también en las horas de la tarde, ya sea del sábado ya del domingo. Para ello hágase, en lo posible, la reunión de la asamblea en otra iglesia menor, o en un lugar apto fuera de la iglesia hacia la cual se dirigirá la procesión. Los fieles participan en esta procesión, llevando en las manos ramos de palma o de otros árboles. Los sacerdotes y los ministros, llevando también ramos, preceden al pueblo.
La bendición de ramos o palmas tiene lugar en orden a la procesión que seguirá. Los ramos conservados en casa recuerdan a los fieles la victoria de Cristo, que se ha celebrado con la procesión. Los pastores hagan todo lo posible para que la preparación y la celebración de esta procesión en honor de Cristo Rey pueda tener un fructuoso influjo espiritual en la vida de los fieles.
Para la conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén, además de la procesión solemne que se acaba de describir, el Misal ofrece otras dos posibilidades, no para fomentar la comodidad y la facilidad, sino en previsión de las dificultades que puedan impedir la organización de una procesión.
La segunda forma de la conmemoración es una entrada solemne, que tiene lugar cuando no puede hacerse la procesión fuera de la iglesia. La tercera forma es la entrada sencilla, que ha de hacerse en todas las misas de este domingo en las que no ha tenido lugar la entrada solemne.
Donde no se puede celebrar la misa, es conveniente que se haga una celebración de la palabra de Dios sobre la entrada mesiánica y la Pasión del Señor, ya sea el sábado por la tarde, ya el domingo a la hora más oportuna. Donde no se puede celebrar la misa, es conveniente que se haga una celebración de la palabra de Dios sobre la entrada mesiánica y la Pasión del Señor, ya sea el sábado por la tarde, ya el domingo a la hora más oportuna.
Durante
la procesión, los cantores y el pueblo cantan los cantos indicados en el Misal
Romano, como son el salmo 23 y el salmo 46, y otros cantos apropiados en honor
de Cristo Rey” (nn. 28-33).
Los ramos y las palmas sirven para
rememorar como drama litúrgico lo que en Jerusalén ocurrió. Pero no deben ser
objeto de superstición, como si lo fundamental hoy fuera coger –del modo que
sea y a costa de lo que sea- un ramo. El Directorio de piedad popular y
liturgia lo advierte:
“La Semana Santa comienza con el
Domingo de Ramos “de la Pasión del Señor”, que comprende a la vez el triunfo
real de Cristo y el anuncio de la Pasión. La procesión que conmemora la entrada
mesiánica de Jesús en Jerusalén tiene un carácter festivo y popular.
A los fieles les gusta conservar en
sus hogares, y a veces en el lugar de trabajo, los ramos de olivo o de otros
árboles, que han sido bendecidos y llevados en la procesión. Sin embargo, es
preciso instruir a los fieles sobre el significado de la celebración, para que
entiendan su sentido. Será oportuno, por ejemplo, insistir en que lo
verdaderamente importante es participar en la procesión y no simplemente
procurarse una palma o ramo de olivo; que éstos no se conserven como si fueran
amuletos, con un fin curativo o para mantener alejados a los malos espíritus y
evitar así, en las casas y los campos, los daños que causan, lo cual podría ser
una forma de superstición.
La palma y el ramo de olivo se
conservan, ante todo, como un testimonio de la fe en Cristo, rey mesiánico, y
en su victoria pascual” (Directorio sobre liturgia y piedad popular, n. 139).
Pensemos, al portar estos ramos en
la procesión, cantando y aclamando a Cristo, que serán estos mismos ramos de
victoria los que luego se quemarán para la Ceniza del Miércoles de Ceniza: el
triunfo o la aclamación humana es fugaz, pasa pronto: todo se vuelve polvo.
Los mismos textos eucológicos, como
siempre, nos van dando la clave de la celebración y de los mismos ramos y
palmas.
La Monición sacerdotal que señala el
Misal nos descubre qué hacemos en este día:
“Ya desde el principio de la Cuaresma
nos venimos preparando con obras de penitencia y caridad. Hoy, cercana ya la
Noche santa de Pascua, nos disponemos a inaugurar, en comunión con toda la
Iglesia, la celebración anual de los misterios de la pasión y resurrección de
Jesucristo, misterios que empezaron con la solemne entrada del Señor en
Jerusalén. Por ello, recordando con fe y devoción la entrada triunfal de
Jesucristo en la ciudad santa, le acompañaremos con nuestros cantos, para que,
participando ahora de su cruz, merezcamos un día tener parte en su
resurrección”.
Se señala y sitúa la meta: desde la
Cuaresma a la Noche santa de Pascua (¿es que alguien puede olvidar la
meta de la Pascua después de tan largo camino cuaresmal?).
Igualmente, la oración de bendición
de los ramos y palmas nos da la clave para vivir y entender estos instrumentos
de alabanza a Cristo:
Dios
todopoderoso y eterno, santifica con tu + bendición estos ramos,
y,
a cuantos vamos a acompañar a Cristo aclamándolo con cantos,
concédenos
entrar en la Jerusalén del cielo por medio de él.
U otra oración ad libitum:
Acrecienta,
Señor, la fe los que en ti esperan
y
escucha la plegaria de los que a ti acuden,
para
que quienes alzamos hoy los ramos en honor de Cristo victorioso,
permanezcamos
en él dando fruto abundante de buenas obras.
Y se asperjan los ramos con agua
bendita.
La celebración, aun siendo popular,
debe ir acompasada de la fe y de la devoción: vamos con Cristo, vamos detrás de
Cristo. El orden mismo de la procesión lo marca: incensario, cruz adornada con
ramos de olivo, sacerdote y ministros, cantores y fieles. Todos detrás de
Cristo, todos detrás de la Cruz, todos siguiendo al Maestro. Es la
invitación diaconal para iniciar la procesión la que apunta la perspectiva
cristiana del seguimiento: “Como la muchedumbre que aclamaba a Jesús,
acompañemos también nosotros con júbilo al Señor”.
Precioso
es el antiguo himno antes citado, “Gloria, laus et honor”, para la procesión en
la que aclamamos a Cristo con nuestros ramos de olivo y las palmas:
¡Gloria, alabanza y
honor!
¡Gritad Hosanna y
haceos
como los niños hebreos
al paso del Redentor!
¡Gloria y honor
al que viene en nombre
del Señor!
Como Jerusalén con su
traje festivo,
vestida de palmeras,
coronada de olivos,
viene la cristiandad en
son de romería
a inaugurar tu Pascua
con himnos de alegría.
Ibas como va el sol a
un ocaso de gloria;
cantaban ya tu muerte
al cantar tu victoria.
Pero tú eres el Rey, el
Señor, el Dios Fuerte,
la Vida que renace del
fondo de la Muerte.
Tú, que amas a Israel y
bendices sus cantos,
complácete en nosotros,
el pueblo de los santos;
Dios de toda bondad que
acoges en tu seno
cuanto hay entre los
hombres sencillamente bueno.
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