La
santidad es profundamente provocadora, a nadie deja indiferente la presencia de
un santo que nos remite a Dios y cuestiona sin palabras un modo de vivir
cristiano anodino, mediocre, rutinario.
La
santidad es creativa porque están muy atentos los santos a las mociones del
Señor, a las inspiraciones del Espíritu Santo para entregarse, para darse, para
ofrecer respuestas originales a las necesidades de su tiempo, sin temor ante la
reacción de desconfianza o prejuicio de los hombres.
Ellos
son entonces la respuesta de Dios a las necesidades y desafíos de la Iglesia.
Son la respuesta más completa que puede dar la Iglesia.
La
Iglesia, su organismo sacramental, su magisterio vivo, su gobierno pastoral, su
forma de vivir en comunidad, está por completo al servicio de suscitar y
acompañar la santidad de sus hijos: ¡sólo para eso!, ¡nada más y nada menos que
para eso!
Lo
que la Iglesia puede y debe ofrecer al mundo para la vida y la salvación del
mundo es una floración abundante de santos. La misión última de la Iglesia no
es favorecer un nuevo orden mundial, paganizado. No es lanzar proclamas
ecologistas, ni realizar tareas humanitarias de suplencia ante las carencias de
los Estados ni acrecentar el irenismo en el que todo vale porque ya nada vale
ni es verdadero (el relativismo). Nada de esto es lo que la Iglesia puede
ofrece para salvar el mundo.
Tampoco
una pastoral que no conduzca a la santidad, porque sería una pastoral vacía,
muerte desde su inicio: reuniones que son mera exposición e intercambio de
sentimientos de unos y otros, revisiones constantes de planes pastorales que
parecen una lista de objetivos empresariales, una formación o catequesis que sólo
son experiencias y opiniones de los asistentes… con una liturgia desacralizada
donde sólo se celebran a sí mismos, con un tono horizontal, no trascendente,
mera fiesta humana. Esta pastoral está fracasada: no crea hombres nuevos,
convertidos, con sentido eclesial, sólida formación, cultura católica, gusto
por la liturgia, oración constante, apostolado en el mundo. Ante la más mínima
dificultad, se vienen abajo; ante un simple traslado de sacerdotes, se sienten
desarraigados y abandonan (porque se cultivó una relación personal excluyente,
no eclesial); ante una exigencia de radicalidad, no saben responder; ante la
cruz o la enfermedad, se derrumban sin tener respuestas ni certezas. ¿Esa
pastoral se puede seguir manteniendo? ¿No vemos sus nulos resultados?
¡La
respuesta son los santos! Ante la apostasía silenciosa, la Iglesia sólo puede
ofrecer nuevos santos, engendrar nuevos santos, no nuevos planes pastorales y
reuniones. Ante la secularización agresiva de la sociedad y la cultura, la
respuesta que debe dar la Iglesia es una nueva generación de santos. Ante la
necesidad de una nueva evangelización, la respuesta son los santos, que fueron
los más auténticos evangelizadores, no simplemente multiplicar eventos y
católicos encerrados en sus ambientes eclesiales, girando en torno a sí mismos,
con clara autosatisfacción.
Y
como la respuesta son los santos, hay que vigilar y proveer para que la Iglesia
despliegue su mejor pedagogía de la santidad en la catequesis, en la
predicación, en la escuela, en la dirección espiritual, en la formación
permanente, en el estudio de la teología, en la vida parroquial entera. Ésta sí
será verdadera pastoral y entonces la Iglesia podrá remontar y responder a los
desafíos. No estará jugando ni perdiendo el tiempo. Todo en función de la
santidad (porque si no, no vale) ya que la respuesta son los santos.
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