3. A la discreción y a la sencillez,
les acompaña siempre una virtud pequeña y escondida, la modestia, que evita alardear y fanfarronear, el presumir
ostentosamente avasallando a los demás, presumiendo de lo que se tiene, de lo
que se ha comprado, etc.
No es la falsa modestia, que en el fondo es hipocresía
disfrazada; la modestia verdadera es sencilla, le cuesta que la ensalcen, se
siente mal, perdiendo el tesoro de la sencillez. La modestia verdadera –no
tiene que ir en contra de la autoestima- hace las cosas de corazón y por el Señor
y evita todo lo que no sea la discreción, el vivir ocultos en Dios.
La modestia consiste en la
mansedumbre y en la paciencia, porque es preferible esconder y no mostrar a
todos (venga o no a cuento) lo bueno que se posee para no caer en vanagloria,
pero esto es diferente a esconder o enterrar los talentos regalados por Dios
que humildemente, con sencillez, deben ser entregados y desgastados por el bien
de la Iglesia. La
modestia es la cualidad más apropiada para el cristiano, y encuentra su ejemplo
en Santa María:
“María, en cambio, cuanto mayor era su dignidad, más se humillaba en todo y más que todos. Con razón la última ha llegado a ser la primera, pues era la primera de todos y se hizo la última. Con razón se ha convertido en señora de todos, la que actuaba como esclava de todos. Y con razón ha sido ensalzada sobre los ángeles... Hijos míos, practicar esta virtud si amáis a María; si queréis complacerla, imitad su modestia; es la cualidad más humana y más propia del cristiano” (S. BERNARDO, Dom. dentro de la Octava de la Asunción, 11).
La modestia, tan íntimamente unida a
la discreción y a la sencillez, se opone frontalmente a la vanidad. La vanidad
consiste en el deseo inmoderado, desenfrenado, de recibir alabanzas por todo,
sin embargo no halla espacio la vanidad donde reinan el amor y la sencillez y
se corrige la vanidad contemplando a Cristo despreciado.
La vanidad se rechaza
con una vida sobria; la vanidad arrastra al pecado, y es vanidad obrar con la
intención y el deseo de ser admirados. Lo primero será examinar las intenciones
del corazón y purificar los deseos del corazón.
Respecto a la vanagloria, denuncia
S. Juan de Ávila:
“También os reíd de la vanagloria, y decidle [al demonio]: “Ni por ti lo hago ni dejaré de hacer. Señor, a ti te ofrezco cuanto hiciere, dijere y pensare”. Y cuando venga la vanagloria, decidle: “Tarde venís, que ya está dado a Dios” Buen consejo es que los principiantes no hagan cosas que parezcan de mucha santidad, porque, como son ternecitos, y su negocio todo está en flor, suele el viento hacerles daño, y esles mejor absconder sus bienes que no demostrarlo... Y así lo haced en cuanto fuere posible, y lo que no, hacedlo sin miedo, y alzad luego el corazón al Señor y decid: No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria” (S. Juan de Ávila, Ep. 621).
La discreción, la sencillez y la
modestia son virtudes especialmente cristianas y constituyen un testimonio de
vida en medio de nuestro mundo. Considerándolas, ajustemos nuestra vida para
vivir así, y ser sal y luz del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario