A veces
lo más sencillo se nos olvida; lo normal de vivir lo pasamos por alto. Estamos
atentos a las grandes cosas, los grandes acontecimientos, queremos ser fieles
en lo importante, sin embargo, las cosas pequeñas, lo de cada día, la caridad
en la vida ordinaria, se nos pasa por alto muchas veces.
En las relaciones
personales, en el trato con los demás, en la convivencia fraterna o familiar,
fallamos muchas veces en las pequeñas cosas que pueden hacer la vida más
agradable y fraterna. Las relaciones personales entretejen nuestra vida y la
misma caridad pide el ejercicio de una serie de virtudes que faciliten el vivir
juntos en concordia.
Si observamos atentamente, hay muchas
virtudes que hoy están mal vistas y se entienden mal. Se confunde la libertad y
que no hay que ser esclavo de nada con ir por libre y no tener delicadeza con
nadie. La sinceridad y transparencia con la brusquedad, arrojando la verdad en
la cara; la educación y el saber estar se miran como etiquetas pasadas de moda.
Para no ser “esclavos de la hora” se está perdiendo la puntualidad, retrasando
a todos y provocando distracción si se llega tarde. Parece que espontaneidad y
naturalidad es hablar alto, llamar la atención, hablar cuando no se debe pero
parece eso más simpático, y preguntarlo todo. Estas confusiones en el orden de
la convivencia crean malestar, incomprensiones e incomodidad.
La vida con Cristo del creyente pide
andar con dignidad, con saber vivir en relaciones fraternas; para ello hay una
serie de virtudes, que son virtudes humanas, cuyo eje está en la caridad, en
amar a los demás limpiamente, entregándose como Cristo Jesús nos ama. Más aún,
este campo tan genérico de las virtudes que atañen a las relaciones humanas
intenta realizar el mandato evangélico del amor al prójimo, tal y como a
nosotros nos gustaría ser tratados.
1. El orden. Ser ordenados favorece vida común, hace más fluida las relaciones y
la convivencia, pues el orden garantiza que estando las cosas en su sitio,
todos puedan saber dónde están las cosas. A veces, por precipitación, por
dejadez y descuido utilizamos las cosas pero las dejamos de cualquier forma en
cualquier sitio, dificultando a quien venga detrás de nosotros, que nunca
encontrará nada en su sitio.
Las cosas y elementos de uso común deben
tener un orden y un sitio que todos conozcan y que todos respeten, de lo
contrario, el desorden estropea la convivencia.
Ser ordenados se puede adquirir
poco a poco, imponiéndose el guardar las cosas en su sitio cada cierto tiempo,
tener pequeños momentos al día para guardar y clasificar, y hacer el ejercicio
de pensar siempre en quien pueda venir detrás. Los sitios y salas de uso común
–para vivir, o un despacho, o sala de reuniones- se han de dejar ordenados, tal
como los encontramos, o incluso mejor.
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